Savater alaba la diversión como gran agente cultural

Fernando Savater, al recibir el Premio Planeta 2008El último libro del autor ensalza la literatura de entretenimiento

Pedro Vallín  – Madrid.- Contaba Fernando Savater, en la alegre franchela que ayer vistió de largo Misterio, emoción y riesgo (Ariel), que entre las críticas recibidas por su novela La hermandad de la buena suerte, premio Planeta, algunas señalaban, desdeñosas, que era "un divertimento". "Bueno, ¡lo grave sería que fuera un aburrimiento!". Con la anécdota ilustraba el escritor el desprecio puritano hacia la cultura – literaria o cinematográfica- que pretende el recreo del espectador, "nada menos", pues de eso habla su nuevo libro, en el que el editor Mauricio Bach recopila pasajes de libros y artículos de Savater donde se rinde tributo a su pasión por la creación cultural de Steven Spielberg, Robert Louis Stevenson, Ian Fleming, John Ronald Reuel Tolkien, Ray Harrihausen, Conan Doyle o Michael Crichton.

Le acompañaba y secundaba Álex de la Iglesia, viejo conocido de Savater y cómplice en la causa de sacudir la condescendencia crítica y cultural de aquellas obras cuya ambición es un gozo indoloro. De la Iglesia, además de alabar el gusto -y la valentía- de Savater en esta obra que, en buena medida, es una secuela de La infancia recuperada, denunció el escepticismo pequeñoburgués, que lleva a mirar con desconfianza aquello que sólo pretende el disfrute del espectador y opinó que la recolección de artículos de Savater supone en sí misma una nueva metodología para aprender el mundo, un método que el director de cine bautizó como "entusiasmo simpático".

La charla sirvió para que ambos autores reflexionaran sobre los mecanismos, de tipo religioso -aunque abrazados con entusiasmo por las izquierdas en los años sesenta-, que llevan a prestigiar lo latente sobre lo patente, lo doloroso frente a lo gozoso, lo circunspecto frente a lo risueño. Una conciencia de culpa, considera Savater, acompaña a todo placer obtenido sin un sufrimiento previo, un prejuicio que condiciona a los críticos y gurús culturales a la hora de establecer juicios sobre las obras. Una vieja ecuación en la que, al cabo, el tiempo y el público despejan la incógnita y ponen a cada cual en el lugar que realmente les corresponde.

La Vanguardia (19.12.2008) 

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