Viento anarquista en París

AnarquismoAveces se desprecia el anarquismo, se le trata como un movimiento de ideas contradictorias, se constatan sus evidentes fracasos históricos, su carácter utópico, su escaso sentido de la realidad. Son opiniones muy ciertas. Sin embargo, creo que el anarquismo entendido como un viento, como tendencia a favor de la libertad individual y contrario a prejuicios obsoletos, es conveniente y necesario. El espíritu de mayo de 1968 en París, del que ahora se cumplen cuarenta años, es producto de este viento.

En efecto, el movimiento y las ideas anarquistas han sido extraordinariamente plurales y diversas.

Como movimiento, abarca desde el terrorismo que predicaba Nechaev hasta el pacifismo evangélico de Lev Tolstoi, pasando por la siempre fracasada insurrección revolucionaria del incansable Bakunin o el anarcosindicalismo que, ingenuamente, consideraba la huelga general como el instrumento de la destrucción del Estado, la religión, la familia y demás instituciones, paso previo a la sociedad anarquista, una sociedad de hombre libres, iguales y buenas personas.

Por su parte, las diversas ideologías anarquistas, vistas desde la distancia que da el tiempo, apenas tienen consistencia. Godwin no pasa de ser un liberal utópico que, al contrario de Locke, carecía de sentido común. Max Stirner, discípulo de Hegel, mantiene en su interesante obra El único y su propiedad una posición ética y, sobre todo, estética, pero en absoluto política. La voluminosa obra de Kropotkin, un científico respetado, tiene precisamente una muy escasa base científica: los hombres no somos, exactamente, hormigas, y nuestro afán de cooperación es, en general, escaso.

Hay más teóricos apreciables, sin duda. Pero llegaríamos a la misma conclusión: las teorías anarquistas tienen muy poca consistencia y, en ciertos casos, por la falsa creencia de que el hombre es bueno por naturaleza, en lugar de contribuir a la libertad conducen al totalitarismo, a sociedades que son cárceles de perfección. Sin embargo, algunas de las razones de fondo del anarquismo han influido persistentemente en el camino hacia la libertad. En efecto, la misma palabra anarquismo proviene del griego an-arquía,es decir, no-poder. Una ideología contra el poder, que recela del poder, que limita al poder. El error del anarquismo es su creencia en que el poder debe desaparecer del todo. Pero la convicción de que el poder sin legitimación alguna debe desaparecer – convicción ciertamente más liberal que anarquista- es todavía muy válida en la lucha por la libertad.

Un ejemplo de la persistencia de este viento anarquista es el mayo parisino de 1968. La verdad es que no fue una revolución ni por asomo, nadie se había planteado previamente cómo podía derribarse el poder político ni, de conseguirlo, qué hacer con él. Aquello fue una atrabiliaria juerga que duró tres semanas escasas, celebrada a la vista de todo el mundo, con los comunistas – escépticos, burlones, envidiosos- mirando atentamente. A lo más, fue un acto espontáneo de rebeldía de unos estudiantes de veinte años frente a sus papás: sus papás en la familia, en la universidad y en el Estado. Mientras tanto, crueles bombas caían cada día sobre Vietnam, se estaban ya preparando los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy; Dubcek y los suyos se arriesgaban de verdad en Praga frente a los soviéticos, y el gobierno del PRI asesinaría muy pronto a trescientos estudiantes mexicanos. En este mundo trágico y convulso, los señoritos de París se estaban pegando la juerga padre, actuando en una comedia sobre la Revolución, una vieja y conocida dama de la historia de la humanidad.

Sin embargo, aquella comedia tenía un autor y se seguiría representando con éxito durante años y por todo el mundo. El autor era un viento nuevo, un viento libertario y anarquista; el malo de la comedia se llamaba poder, poder sin justificación alguna, es decir, lo contrario de autoridad. Efectivamente, en aquellos tiempos aún conservaban el poder aquellos que ya habían perdido la autoridad. Por una vez, la rebelión podría tener éxito, el rey iba desnudo. Fracasaron los partidarios de una revolución política, el poder político estaba muy bien arropado. Desnudas estaban, en cambio, ciertas costumbres sociales: las que regulaban las relaciones entre padres e hijos, entre hombres y mujeres, entre maestros y alumnos: los muchachos del 68 lograron empezar a establecer nuevas relaciones de familia, igualdad entre hombres y mujeres, cambios en la escuela. En esto, triunfaron.

Los que han desacreditado después este espíritu del 68 son aquellos que han confundido la auténtica autoridad, es decir, el poder con justificación razonable, con el mero poder injustificado. A este último hay que arrumbarlo a la cuneta de la historia. En cambio, a la autoridad, es decir, al poder justificado y necesario, es preciso mantenerla y respetarla porque es la base de todo orden político, social y cultural. Recordando a Bob Dylan y a Peter, Paul and Mary, en un cierto viento anarquista estuvo la respuesta a los nuevos tiempos, no en el anarquismo tomado de cuerpo entero, un movimiento siempre equivocado basado en confusas teorías inconsistentes.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB
La Vanguardia (1.05.2008)

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