¿Hacia dónde va el PSC?

Nada ha cambiado después de PujolEl pospujolismo es lo mismo que el pujolismo pero sin Jordi Pujol y, además, también sin CiU

Cuando empezó a vislumbrarse que Jordi Pujol no sería un gobernante eterno, se introdujo un término nuevo en la política catalana: pospujolismo. ¿Qué es el pospujolismo?, se preguntaban algunos. Tras casi seis años ya lo sabemos: el pospujolismo es lo mismo que el pujolismo pero sin Jordi Pujol y, además, también sin CiU.

En efecto, los dos tripartitos sucesivos, enredados ambos en la telaraña del nuevo Estatut, siguen las directrices trazadas por Pujol sin apenas variación alguna. Desde luego con peor estilo, menos inteligencia y formas más groseras, pero en el fondo con la misma sustancia política y utilizando la misma táctica.

Los columnistas del entorno convergente intentan descalificar al PSC y al actual Govern tachándolo de españolista, mero apéndice del PSOE, pero dudo que convenzan a nadie, excepto a los ya previamente convencidos. Las disputas entre el tripartito y CiU son de detalle, la vía por la cual discurre la política catalana actual fue trazada por Jordi Pujol, estamos donde estábamos: sólo han cambiado los actores y el director, no la obra.

Pujol, su autor, supongo que está desesperado porque los suyos no actúan. Pero a la vez debe de estar satisfecho porque el director no se desvía un milímetro del guión que él supo elaborar.

En efecto, cuatro rasgos caracterizaban al pujolismo: el victimismo, la consideración de Catalunya como una sociedad diferenciada, el minucioso control de la Generalitat sobre la sociedad y la intervención en la política española como partido bisagra. Todos estos rasgos siguen caracterizando al actual Govern tripartito, al frente del cual está el PSC. De momento, no han inventado nada, todo se desarrolla según el guión previsto.

El hacerse la víctima, como sabemos, es un mecanismo para inspirar pena y obtener ciertas ventajas inmerecidas. Lo practican a veces los niños con sus papás, los alumnos con sus profesores y determinados grupos sociales con sus gobernantes. Normalmente esconde insuficiencias propias y, en el caso de los grupos sociales, el victimismo fomenta la unidad del grupo al crear un enemigo externo, percibido como una amenaza permanente. La supuesta mala financiación de la Generalitat es un caso de manual. No se construye el cuarto cinturón, por disputas locales se retrasa el paso del AVE por Barcelona (en otro caso ya habría llegado a Perpiñán), no se lleva a cabo la conexión eléctrica con Francia. Todas estas son obras a cargo del Estado. Pues bien, se renuncia a ellas y se reclama una financiación «justa» -¿justa respecto a quién?- para nuestra Administración autonómica. La queja frente a Madrit -ese útil enemigo exterior- esconde, simplemente, los errores propios. Eso es el victimismo.

«Somos una nación». Bien. Catalunya tiene, además del castellano, una lengua propia y un derecho civil antiguo, hoy de muy escasa aplicación, y casi nada más que nos diferencie del resto de España. Todo ello se reconoce y protege en la Constitución. Sin embargo, creemos tener derechos, inalienables por supuesto, a ser tratados por el Estado de forma distinta al resto de los ciudadanos españoles. ¿Por qué? No lo entiendo, precisamente un Estado democrático significa, antes que nada, la igualdad de derechos. ¿Tenemos los catalanes un derecho a la autonomía de más alcance que el resto de los españoles? No, por supuesto. Como demócrata no puedo sostenerlo.

Todo esto lo mantenía Pujol y lo sigue manteniendo el PSC, en sus actos y en su lenguaje. Pero, además, ha añadido e incrementado una práctica que los socialistas siempre criticaban a CiU: su intervencionismo en la sociedad mediante una red de instituciones de control y el carácter excesivamente discrecional de las subvenciones que la Generalitat otorga para fomentar el clientelismo, buscar interesados apoyos para crear dependencias y así evitar las críticas. La famosa «sociedad civil», en teoría autónoma del poder, en la realidad sometida a él debido a las ayudas y favores que recibe. También en esto el pujolismo continúa.

Por último, desde el primer tripartito, los diputados del PSC en el Congreso son utilizados de hecho, ostentosamente, como un sucedáneo de partido dentro del grupo parlamentario socialista. En el caso del actual atasco en el nuevo modelo de financiación, debido al imprudente contenido del Estatut, parece que el hilo que une al PSC con el PSOE se está tensando hasta extremos nunca vistos. Esta semana Miquel Iceta, álter ego de Montilla, advertía a Zapatero que si por este motivo provoca la caída del Govern estaría en juego la estabilidad del Gobierno de España. Una manera encubierta de decir que los veinticinco diputados del PSC en el Congreso podrían votar de manera distinta a sus correligionarios del PSOE. Igual que CiU.

¿Adónde va el PSC? Sabe que la mitad, por lo menos, de sus votos proviene de simpatizantes del PSOE que no les votan en las autonómicas. Y sabe que se han metido en un lío que tiene el riesgo de provocar que la otra mitad no les vote en las generales. Eso también lo sabe el PSOE y no cabe ocultar las culpas del imprudente Zapatero en todo ello. Alcanzar el poder, según en qué condiciones, puede ser perjudicial. Del paso que dieron en el 2003, al pactar con ERC e ICV para aprobar un nuevo estatuto, vienen estos lodos. Los socialistas catalanes están en el poder a remolque de las ideas de otros, quizás lo que deberían hacer es abandonar el pujolismo y buscar personalidad propia.

Francesc de Carreras, Catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

La Vanguardia (23.04.2009)

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