El Consejo de Europa

Vista aérea del Palacio de Europa, sede del Consejo de Europa.Un asunto central de entrega de artículos es la polémica suscitada por el informe del Consejo de Europa. Hay interpretaciones diversas y contrarias, las de los nacionalistas, que encuentran más argumentos a su favor, y las de, por ejemplo, Galicia bilingüe, que tratan de asirse a lo que puede resultar un apoyo, como el de la no obligatoriedad… pero lo que me ha extrañado es que den por buena la filosofía y la nanturaleza de ese CE, como si de la Declaración de Derechos o algo así se tratara.

Lo primero que habría que hacer es cuestionar al CE por su ideología multiculturalista y por su papel en la «balcanización» europea desde la caída del Muro de Berlín. Habría que indagar asimismo a qué diplomacia o política exterior supedita tal organismo sus análisis, diagnósticos y recomendaciones y, para acabar de cuadrar las hipótesis, de dónde provienen los sustanciosos fondos con los que cuenta y que sirven para financiar las contínuas visitas a Bruselas y Estrabsurgo de minorías identitarias y nacionalistas que pululan al amparo de la subvencioanda «Europa de los pueblos», cuyo mapa aparece clavado desde hace dos décadas en las sedes de todas las organziaciones nacionalistas europeas.

El CE cuestiona sistematicamente la legalidad constitucional de los Estados europeos, convierte a los gobiernos en culpables de aplicar políticas nacionalistas contra las minorías en nombre de una incuestionada ideología multiculturalista que no se atiene ni a legalidad contitucional ni sociocultural, convierte a las mayorías en culpables de atentar contra la diversidad en nombre de diferencialismos étnicos que consideran cada grupo étnico como grupos identitarios cerrados, impermeables y endogámicos y exime, asimismo sistematicamente, los planteamientos de las minorías nacionalistas o identitarias de cualquier sesgo nacionalista, totalitario o racista. Nunca relaciona esas minorías con las ideologías nacionalistas que minan las democracias europeas. Ni siquiera reconoce que algunos de esos grupos nacionalistas utilizan, se desentienden, de los derechos de ciudadanía y convierten «las lenguas» en sujetos de manipulación política y de asimilación, incluso de los inmigrantes de «terceros países», en sintonía con los plantemaientos culturales más reaccionarios ¡Cualquiera hubiera defendido en los años de la transición el uso de la lengua como medio de asimilación, ni siquiera de integración!

Que alguna vez hayan contado con argumentos de «autoridad», como los de J. Goytisolo y la Alianza de Civiliaciones, no implica que tengamos que acatar esos principios de autoridad. Sobre el principio de culpabilidad occidental de Goytisolo y el significado real de la A. de C. versaba el artículo de A. Elorza, De Granada a Bombay, al que me remito, como me remito al de F. Ovjero sobre la Transición y a la deriva ideolóogica y política de la izquierda desde entonces. A J. Goytisolo habría, además, que preguntarle sobre su complacencia con el despotismo de la monaqrquía alauíta y la ocupación colonial del Sahara Occidental.

Rafa N. (22.12.2008)

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