Ante la crisis humanitaria de las personas atrapadas durante las últimas semanas en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, carentes de todo lo más necesario y a temperaturas bajo cero –pero cuyas imágenes parecen no haber conmovido tanto a la opinión pública como las de otras crisis migratorias anteriores–, y perfectamente comparable al trato que se está dando en la frontera entre México y EE.UU. a los migrantes procedentes de Centroamérica, desde Alternativa Ciudadana Progresista no podemos sino denunciar la inmoral utilización que de las tragedias personales están realizando gobiernos autoritarios y reaccionarios, y la fría -nunca mejor dicho- respuesta que están dando a la misma las hipócrita instituciones europeas, que contrasta con la mucha más crispada que se dio ante las “devoluciones en caliente” de este pasado verano en las fronteras de Ceuta y Melilla.
Las personas atrapadas en la frontera proceden, en su mayoría, de zonas y países en conflicto o en los que se producen graves violaciones de los derechos humanos, como Kurdistán, Afganistán o Siria; conflictos y violaciones de los derechos humanos en cuyo origen han tenido una grave responsabilidad, por acción o por omisión, las mismas potencias occidentales que ahora se lavan hipócritamente las manos.
En la izquierda no nacionalista y no dogmática que representa ACP, defensora de los derechos humanos y los valores de la Ilustración, no sentimos ninguna simpatía por los sátrapas prepotentes como Aleksandr Lukashenko, y menos aún por su padrino, el turbio ex-espía Vladimir Putin. Pero tampoco creemos que puedan dar clases de democracia ni de valores humanos gobiernos populistas y de más que dudosa calidad democrática como los de Polonia, Hungría, Lituania –todos ellos integrados en la UE, aunque con escasos méritos para ello– o Ucrania –aliado estratégico de la OTAN, y cuyo régimen surgió, no lo olvidemos, del cruento golpe de Estado de la Plaza Maidan—.
Europa, decididamente, hace tiempo que dejó de encarnar –si es que alguna vez lo había hecho– los ideales de democracia y progreso con los que soñaba España hace treinta o cuarenta años, cuando integrarse en Europa se veía como sinónimo de ser democracia plena. Sus políticas exterior, social y económica distan tanto de ser progresistas o de izquierdas, como sus instituciones políticas de funcionar, ni de lejos, democráticamente.
Para las instituciones políticas europeas –parafraseando a Marx, auténtico consejo de administración del capitalismo globalizado–, está claro que el gas de Rusia y Argelia es mucho más valioso que las vidas de las personas que sufren y mueren en Siria, Afganistán o el antiguo Sahara Español. Y los intereses comerciales de las compañías eléctricas, mucho más importantes que las necesidades reales de la propia ciudadanía europea, o la escalofriante realidad del cambio climático, frente al cual no hay más opción que apostar en serio por le eficiencia energética y el desarrollo de las energías renovables.
Para la izquierda real, como la que representa ACP, lo importante deben ser las personas. Por ello es necesario buscar urgentemente un nuevo modelo de Europa, más democrático y socialmente integrado; un nuevo modelo de relaciones Internacionales, basado en la paz, la cooperación y los derechos humanos; y un nuevo modelo de economía, al servicio de las necesidades de los seres humanos y del planeta, y no de las cuentas de resultados de las grandes empresas multinacionales.
ACP, noviembre de 2021
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