Con pocos días de diferencia, hemos perdido en este mes de julio a dos referentes intelectuales y políticos insustituibles para la izquierda catalana no nacionalista –la única que merece, realmente, ser llamada izquierda–, como son Juan Marsé y Paco Frutos.
A Marsé no llegué a conocerle personalmente, aunque obras suyas como Últimas tardes con Teresa, Ronda del Guinardó, Rabos de Lagartija o El amante bilingüe han dejado en mí una huella imborrable, tanto en el terreno estrictamente literario como en el de mi autopercepción como miembro y producto de un contexto sociocultural, histórico y humano determinado: la Barcelona charnega, popular, mestiza, cosmopolita, abierta y culturalmente prodigiosa de la segunda mitad del siglo XX. A Paco, en cambio, sí he llegado a tratarle en unas cuantas ocasiones, que hoy me parecen ya irremediablemente insuficientes; la última, hace cosa de tres años, en abril de 2017, en un acto convocado por Alternativa Ciudadana Progresista y titulado, significativamente, Por un proyecto de Izquierdas para España.
Me tocó a mí presentar a Paco –como si a Paco hiciera falta presentarle–, y estaba yo tan nervioso que las palabras me salían a ráfagas como si las disparase con una ametralladora; él, en cambio –enormemente amable–, comenzó su intervención diciendo que esperaba estar a la altura de la presentación que yo acababa de hacerle. Elogio inmerecido que no he dejado de agradecerle desde entonces. Por supuesto, su intervención superó a la mía con muchas creces, lo cual no fue ninguna sorpresa.
En mi presentación, decía yo de Paco cosas sabidas por todo el mundo –generalidades que se pueden encontrar en la Wikipedia o en cualquier hemeroteca–, mezcladas con recuerdos de mi propia militancia comunista, y algunas consideraciones –aunque esbozadas apenas – sobre el papel que tocó jugar a Paco en la historia del PSUC, del PCE y de Izquierda Unida. Mencioné sus orígenes campesinos y obreros, y que perteneció a la generación que tuvo que sufrir lo peor y lo más duro de la dictadura franquista. Que fue fundador de Comisiones Obreras y miembro de la Assemblea de Catalunya. Que le tocó ser Secretario General del PSUC en un momento muy convulso del Partido, en el contexto de aquel dramático V Congreso en que el Partido se desangró en enfrentamientos internos y se partió prácticamente por la mitad, tras haber sido la fuerza hegemónica de la izquierda catalana y haber sido, de hecho, la única fuerza real en la oposición interior contra el franquismo.
Que, después de aquella experiencia tan dura, trasladó su ámbito de acción política al Partido Comunista de España y que, como estrecho colaborador del entonces Secretario General Gerardo Iglesias, vivió en primera línea la creación de la primera Izquierda Unida. Que, en 1998, fue elegido él mismo Secretario General del PCE en sustitución de Julio Anguita –también tristemente desaparecido en estos últimos meses–, lo cual significó una especie de bicefalia en la que Paco dirigía el partido mientras Julio seguía siendo Coordinador General de IU; bicefalia que duró hasta que, inesperadamente, Anguita tuvo que abandonar su cargo por graves problemas de salud y Paco hubo de asumir el difícil reto de ser candidato a la Presidencia del Gobierno en las elecciones generales del año 2000.
Recordé, entonces, mi propia peripecia vital, los carteles con las caras de Paco Frutos y Rosa Cañadell que mi compañera Pilar y yo anduvimos pegando por las paredes de Nou Barris, junto a compañeros y amigos que a día de hoy aún siguen siéndolo –y junto a otros que ya han dejado de serlo–, en la que fue una de las etapas más estimulantes e ilusionadoras de mi vida. Una etapa en la que se trabajó mucho y bien –la época de la creación de Esquerra Unida i Alternativa, entre 1997 y su II Asamblea, de octubre del 2000–, aunque los resultados no acabaran siendo los que habíamos esperado y deseado quienes tan intensamente la vivimos.
En aquellas elecciones, como digo, los resultados fueron malos para Izquierda Unida, y hubo quien responsabilizó a Paco Frutos de los mismos. Como resultado de ello, y por un estrecho margen de votos, quien resultó elegido Coordinador General en la siguiente Asamblea General de Izquierda Unida no fue Paco Frutos, a quien entonces el PCE proponía para el cargo, sino Gaspar Llamazares; el cual, en las siguientes elecciones generales de 2004, prácticamente hundió a la organización, en uno de los peores resultados de su historia: sólo superados a la baja por los del actual coordinador, Alberto Garzón, en 2015.
En 2009 Paco renunció a la Secretaría General del PCE, en la que fue sustituido por José Luis Centella, aunque siguió activo en la vida política. Continuó colaborando en Mundo Obrero, órgano oficial del PCE, hasta 2016; año en que no sólo fue privado de su columna mensual en dicha revista, sino en que también fue expulsado de la Federación Madrileña del PCE, en la que militaba, por sus discrepancias políticas con la dirección del partido. Lo cual no le impidió seguir colaborando muy activamente con diversos medios digitales como Crónica Popular y República, además de seguir escribiendo en su web asiduamente.
Durante ese tiempo, Paco se convirtió en una de las pocas voces autorizadas y de prestigio, no sólo de la izquierda catalana, sino de la española, que se atrevió a hacer una crítica dura, valiente y sin concesiones hacia el nacionalismo y el independentismo, en contra de las posiciones filonacionalistas de la mayoría de la izquierda oficial y arropado, tan sólo, por organizaciones modestas como Alternativa Ciudadana Progresista.
Pocos meses después de aquel acto de ACP en el que tuve el inmenso honor de compartir con él mesa y micro, a Paco le tocó aún escribir una de las páginas más brillantes de su vida política: la de representar y encarnar a la izquierda no nacionalista e insumisa, invisibilizada y ninguneada, que se negaba a plegarse ante el nacionalsecesionismo, en la gran manifestación convocada por Societat Civil Catalana el 29 de octubre de 2017.
Sus palabras de entonces (“Sóc un botifler!”) han sido recordadas por muchos en estos últimos días. En aquel momento, sin embargo, le valieron ser estigmatizado y crucificado por muchos de sus antiguos compañeros de las direcciones del PSUC Viu, del PCE y de Izquierda Unida, que le acusaron (¡nada menos!) que de alinearse con la extrema derecha españolista. O, mejor dicho: de alinearse con la extrema derecha, a secas; porque, quienes le acusaban de ello, no conciben que el racismo y el desprecio por el Estado de Derecho de gente como Puigdemont o Torra sean de extrema derecha. Lo más parecido al fascismo que hay en la política española. Mucho más, todavía, que la carcundia casposa y rancia de los fachas Santiago Abascal o Espinosa de los Monteros.
A Paco, en aquel momento, los suyos le desautorizaron y le dieron la espalda como si fuese un apestado. Y fue a raíz de aquellos hechos cuando decidí darme de baja en el PSUC Viu y romper con veinte años de militancia en un partido que se dice comunista, pero que parece haber perdido el norte del internacionalismo proletario. Aunque aún tardé algunos meses en hacer mi decisión efectiva, por lo dolorosa y difícil que me resultaba.
Desde entonces yo, como muchas otras personas de izquierdas, sigo a la espera (a la espera activa, militante, constructiva) de que las clases trabajadoras puedan volver a disponer de un instrumento útil en su lucha por un mundo mejor, sin desigualdades ni fronteras. Un instrumento que, cuando llegue, ya no podrá contar con la presencia física ni el liderazgo de una persona excepcional como fue Paco. Pero que contará, para siempre, con su ejemplo y sus enseñanzas. Porque ésas, ni desaparecen ni se olvidan.
Jordi Cuevas
31 de julio de 2020
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