Por: Damián Rodríguez Sanjurjo.
Los que conozcan la historia de España a lo largo del siglo XIX, aunque sea de modo superficial, sabrán la constante inestabilidad, bruscos y violentos cambios de gobiernos que, además, eran efímeros e inestables en su mandato; así como de normas constitucionales utópicas, y no ajustadas a la realidad histórica de aquel momento, de las Españas, con el agravante de que cada una de estas normas constitucionales excluía a una parte considerable de la población española de la época.
La restauración canovista supuso un pacto –o un consenso, si se quiere usar esta tan manida y mentada palabra en el vocabulario político de nuestro país– que implícitamente reconocía la incapacidad de regeneración política del país, así como la incapacidad del poder (y seamos realistas: en ciertos aspectos también del pueblo) para realizar las transformaciones sociales en las que nuestro país se había quedado atrás respecto al resto de países europeos; pero supuso también el reconocimiento (empezando por el propio Cánovas) de que, entre la España que no quería morir y la que quería nacer, existía un equilibrio de fuerzas que no se podía romper a favor de uno u otro lado, así que no cabía otra cosa que pactar –que consensuar– una especie de standby, que 50 años después reventaría sus costuras en la guerra civil Española: La falta de una burguesía poderosa que sustituyera a la aristocracia y oligarquía terrateniente (reforzada por la errónea desamortización de Mendizábal), una clase media reducida y débil a la par de un proletariado y campesinado que en el mejor de los casos vivía al día (entre otras muchísimas cosas que podríamos relatar de una época convulsa para las Españas).
Quizás resulte un poco paradójico para los lectores de este artículo lo que propongo en el mismo, pero si existe un popular aserto según el cual «la historia suele repetirse cíclicamente», a mi juicio desde el año 1978 estamos en una nueva restauración canovista, o, si desean, nos encontramos en la 2ª Restauración neocanovista (con todas las cuestiones históricas y materiales que en la actualidad son diferentes respecto a esa época).
Es evidente que, si quisiésemos resumir lo que es la política en una solo frase, podríamos decir que es «la lucha por el poder y su mantenimiento en el mismo el mayor tiempo posible», y podríamos resumir la tesis de este artículo en 3 aspectos o aristas que podrían realizar un conjunto o cuadro muy similar entre ambas épocas históricas de las Españas.
En el aspecto sociológico o social, una situación de crisis económica (aunque esta estructura caciquil-clientelar se creó mucho antes de esta crisis que estamos padeciendo, la acentúa mucho más, con este sistema de organización territorial, a mi juicio), como durante la Restauración de Cánovas, ante la ineficacia e incapacidad del sector privado, (que en muchas ocasiones crece al albur del poder político de turno donde desarrolla su actividad), no sólo de crear puestos de trabajo de cierta estabilidad, sino la cantidad suficiente como para absorber, una masa de trabajadores suficientes para no crear en una situación de paro endémico, lo que hace padecer un «neokeynesianismo caciquil», una red clientelar semifeudal (empresas pantalla, puestos innecesarios, solapamiento de competencias entre diferentes administraciones), que tampoco redunda a una mejor atención al ciudadano. Creando una costra de intereses personales e incluso corporativos, que en muchas ocasiones van en contra del interés general de la nación. (Debemos añadir también que, incluso en épocas de crisis como la que hoy padecemos, se dedican recursos a mantener toda esta estructura con muchísima más prioridad que a atender necesidades más perentorias para los ciudadanos de a pie).
En el aspecto de las actitudes de debate político (porque la democracia no es solo un sistema, sino una actitud de abordar la política y el debate que en ella se suscita), la estigmatización del contrario como el mal absoluto, y la propuesta propia como el bien completo (que no solo lleva al encono político en España de manera temperamentalmente exagerada, sino que impide acercar posturas, que no consensos, cosa bastante diferente, para llegar a acuerdos en beneficio de la nación); añadiremos también que la discrepancia política en las Españas se toma en muchas ocasiones como un ataque personal u ofensa a los valores de uno (con consecuencias gravísimas, que por ejemplo los que vivimos en Cataluña padecemos habitualmente). A mi juicio lo menos grave sería la ambición política o personal que se le achaca a los líderes políticos (por otra parte, normal y habitual, y que no solo se produce en España).
Otro factor a destacar respecto a la época Canovista en comparación con la actual es la apatía y desencanto del pueblo, que tan solo reacciona pasivamente y con espontáneos y breves brotes de indignación (por otra parte mal encauzados, y los más activos, como el «Prusés», dirigidos y alentados por los responsables del sistema neocaciquil en territorio Catalán), que, en otras latitudes o situaciones vividas en este país en otras épocas históricas, crearían movimientos de protesta contundentísimos.
Élites o grupos de poder no renovados, y con una mentalidad patrimonialista del Estado, desde el famoso aserto de la «antiEspaña» o «el que se jodan» en el Parlamento español, que en otro país supondría el cese inmediato de cualquier persona con cargo público que afirmase, y en sede parlamentaria, semejantes «loas» a la gente que le paga el sueldo. Lo que ha sido propiciado por un sistema político cerrado, muchas veces fuera de la realidad social y política que le toca gestionar.
Degeneración moral de la sociedad española a través de un mal entendido relajamiento de las rígidas costumbres anteriores, a través de los medios informativos y de personas que, representando la autoridad –ya sea a nivel político económico o cultural– no solo no lo hacen, sino que alientan a hacer precisamente lo contrario.
Sistema educativo derribado bajo control por el poder (en la época Canovista apenas inexistente, debido no solo a la falta de objetivos y proyectos para el país sino a ir poniendo parches y dejarse llevar por la inercia de acontecimientos nacionales e internacionales).
Inexistencia de la sociedad civil española, debido a un sistema de subvenciones que coagula cualquier intento de que ésta sea autónoma respecto al estado u autonomías, y un individualismo mal entendido, que en muchos aspectos es un rebaño de ovejas muy sumisas.
Un estado donde las élites que deberían dirigirlo desde cada taifa u territorio prefieren ser cabeza de ratón a cola de león, creando el problema artificial de los hechos diferenciales u nacionales, debido a una configuración artificial, y metida con calzador, de un modelo Jacobino (quién ha visto a la carpetovetónica y quién la ve derecha española, defendiendo el jacobinismo masónico del país vecino que en muchas ocasiones odian hasta la saciedad), y que aún a día de hoy persiste.
Realmente, y queriendo ser optimistas, ¿reaccionará el pueblo de las Españas para romper el bucle pertinaz de nuestros al menos 150 años de historia? ¿Volveremos nosotros o las futuras generaciones de las Españas a cometer los mismos errores? Seamos optimistas, porque de peores hemos salido.
Damian (Trabajador manual, preocupado por todo lo que le rodea).
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