Cuarenta mil extremeños y extremeñas se dieron cita en la Plaza de España de Madrid el pasado 18 de noviembre para reclamar un tren. Simplemente eso, un tren. Un tren del siglo XXI, claro. Porque trenes alimentados con carbón por fogoneros ennegrecidos, que echaban al aire miles de metros cúbicos de gases venenosos ya han tenido bastantes. Y también de los que, a pesar de estar electrificados, tardan seis horas en recorrer 400 kilómetros de Badajoz a Madrid.
La ciudadanía extremeña se reunió en Madrid a reclamar su tren. Y a visibilizarse, como se dice ahora. Porque, desde que Hernán Cortés se fue con treinta de sus compatriotas a “hacer las Américas”, Extremadura ha sido olvidada y despreciada por nuestras monarquías, por nuestros gobiernos, y sobre todo por sus aristócratas y latifundistas, que han extraído la mayor plus valía de la fuerza de trabajo jornalera para invertirla en la banca y las finanzas en Madrid.
Un millón de extremeños y extremeñas emigraron, en la última diáspora, a Cataluña, a Madrid, a Alemania, para saciar el hambre centenaria a que les había condenado el sistema feudal que impera en esa región. Otro millón sobreviven en su tierra natal. Con penurias continuas, apenas mitigadas por algunas subvenciones europeas. El mayor caudal de las mismas va a parar a los bolsillos de los Grandes de España que poseen el 55% de las tierras cultivables. Migajas de las cuales permiten a jornaleros, aparceros y braceros comer un poco más que en los años cincuenta del siglo pasado.
Y ahora, además, ¡que pretensiones!, quieren un tren.
También los murcianos se han manifestado. Ellos, en su ciudad, donde los planes de su gobierno y del gobierno central hacen transitar por mitad de la ciudad a un AVE que todo lo arrasa. Otros que también quieren tren. Pero subterráneo. Porque eso de las barreras y de los pasos a nivel es del siglo XIX. Está visto que el progreso siempre va ligado al tren. En el siglo XIX y hoy.
Recuerdo el eterno viaje entre Madrid y Murcia para acudir al hermoso balneario de Entre Mares, porque precisamente se halla entre el Mar Menor y el Mar Mediterráneo. Cómo después de cinco horas nos dejaron en un apeadero, sin estación, sin bares y sin persona alguna, donde la única tabla de salvación era un cartel de cartón pegado a un poste con un teléfono móvil y la inscripción “Taxi”. Siempre el tren como medio y como símbolo de avance y de prosperidad.
Pero también los valencianos salieron a protestar a las calles de su capital, no por los trenes de los que están bien servidos, sino porque no reciben la misma proporción de fondos autonómicos que se merecen. Nos explicaron que son la comunidad peor financiada, según el número de habitantes y sus necesidades, y al parecer, con la publicación de los desajustes fiscales, así es.
Pero hoy también sabemos que esos murcianos y extremeños y valencianos roban a los catalanes. Por eso Cataluña, así denominado el territorio que contiene a sus habitantes convertido en ser pensante, hablante y actuante, como categoría escolástica, quiere la independencia. Cataluña, que es la tercera comunidad más rica de España, está expoliada por el resto de España. Y los murcianos, extremeños y valencianos no roban a los vascos porque éstos no se dejan. Se agarran bien los bolsillos y no hay quien meta la mano en ellos.
Acaba de aprobarse en el Parlamento, con el consenso de toda la izquierda, el llamado Cupo vasco para este año y los siguientes, que supone que el gobierno vasco se queda con varios cientos de millones más de los que tenía que haber pagado al Estado. Parece ser que las diferencias fiscales están claras. Mientras los vascos reciben de la financiación autonómica 4.455 millones de euros, Navarra 1.133 y Extremadura 140, a Murcia le faltan 330 y a Valencia 1.893. Otras comunidades tampoco están bien servidas, porque a Andalucía le deben 1.687.
Pero es que vascos y catalanes tienen un plus que los hace merecedores de las plus valías que no merecen extremeños ni murcianos ni valencianos. La Historia. Sí, la Historia, con mayúscula, que comparten catalanes y vascos y que murcianos, extremeños y valencianos –y andaluces y castellanos y aragoneses y riojanos y cántabros y asturianos y canarios, añadiría- no poseen. La Historia, esa señora pomposa y aristocrática y antigua, merece unas atenciones especiales precisamente por ser aristocrática y antigua.
Ya se sabe que Cataluña y el País Vasco tienen unos derechos históricos de los que otros territorios no pueden presumir, y cuyo origen comienza en la más baja Edad Media en el caso de Cataluña, cuando en el siglo XII ya era una república que fue invadida por Castilla, según cuentan los libros de texto escolares que se enseñan en las escuelas catalanas. El País Vasco y Navarra, a raíz de las guerras carlistas que ensangrentaron España y la hicieron más pobre, más desértica y más atrasada, en 1878 llegaron al acuerdo con el gobierno central de pagar unas cantidades a “fortfait” para aliviar las exhaustas arcas estatales y no participar del pago de los impuestos generales. Ese es el derecho foral que incluso el dictador les mantuvo, bien agradecido por la ayuda que los carlistas prestaron al bando golpista en la Guerra Civil, y que se le reconoció en la Constitución de 1978, también manu militari, cuando el terrorismo etarra volvía a enlutar nuestro país. Con ochocientos muertos y miles de heridos, mutilados e inválidos, no había más discusión que la paz.
La Historia, la sagrada, indiscutible y dominante Historia que decide de la vida de los pueblos a ella sometidos. ¿Qué importa ahora si los extremeños no tienen tren, a los murcianos el tren les pasa por encima y los niños y las niñas valencianas estudian en barracones desde hace veinte años? Lo importante es que la Historia antigua decida del destino de los humanos de hoy. Como dice Marx, la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.
Lo cierto es que la Historia es contada y escrita y reescrita varias veces en cada siglo, y los extremeños y murcianos y valencianos no han sabido llegar a tiempo de contar la suya, que vamos, creo yo, alguna tendrán, y las únicas historias son las que repiten machaconamente hasta la pesadilla vascos y catalanes. Y, por tanto, mientras los trenes no llegan o llegan para fastidiar y los niños se hielan en barracones, en Extremadura, en Murcia y en Valencia, Cataluña y el País Vasco tienen que defenderse del robo continuado que el resto de España les inflinge. Como dice, muy acertadamente Julio Llamazares lo único que les queda a Extremadura, Murcia y Valencia es declarar la independencia.
Lidia Falcón O´Neill
Abogada y escritora. Presidenta del Partido Feminista
Crónica Popular. 1 diciembre, 2017
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