No es una crisis, sino una alteración del sistema

El Gobierno y la oposición discrepan respecto a la realidad económica. El primero intenta convencernos de que estamos saliendo de la crisis, de que lo peor ya ha pasado y de que la situación es radicalmente distinta de la que se daba tiempo atrás. Su argumento, que el PIB está creciendo y que la tasa de paro se reduce. La oposición insiste una y otra vez en que para la mayoría de la población las condiciones económicas no se han modificado ni han experimentad mejoría alguna, con lo que no se puede afirmar que hayamos abandonado la crisis.

La cuestión es que quizá ambos se equivoquen. Ni la crisis se mantiene ni se ha superado, porque lo que hemos llamado crisis no es tal, sino una mutación de sistema, y que tal mutación permanecerá durante mucho tiempo, quizás con modificaciones o pequeños cambios internos, hasta que se produzca una nueva transformación.

Que se trata de una alteración del sistema lo corrobora la confluencia de las distintas autoridades de la Unión Europea en reclamar la permanencia de los recortes en nuestro país, pasando de tasas de crecimiento y obviando que el Gobierno afirme una y otra vez que hemos salido de la crisis. Tanto el FMI (que a todas luces se ha convertido en una autoridad comunitaria) como el presidente del BCE, señor Draghi, como incluso el presidente del Eurogrupo, quien se permite siempre hablar ex cátedra creyéndose la principal figura de Europa, han insistido en la idea de que España tiene que continuar con las reformas, tan caras a los neoliberales y tan dolosas a la población: desregulación del mercado laboral, con contrato único incluido, y reducción de los salarios y de las cargas sociales.

Así que el españolito de a pie debe ir asumiendo que tanto con tasas positivas como negativas del PIB tendrá que trabajar más y cobrar menos, en palabras de aquel ínclito presidente de la CEOE, aún en prisión. Es evidente que reformas como la última realizada en el sistema público de pensiones poco tienen que ver con la realidad económica a corto plazo y, por lo tanto, con la tan cacareada crisis (especialmente cuando las tasas de inflación son bajas o incluso negativas como ocurre en la actualidad), sino con el bienestar de una parte muy importante de la población, los jubilados, y con el tipo de sociedad que queremos para el futuro. Pero a medio y a largo plazo los efectos pueden ser desbastadores sobre el sistema público de pensiones, hasta el punto de hacerlo desaparecer para convertirlo en un mero instrumento de beneficencia.

Nada de todo esto es coyuntural, sino muy estructural, constituye una modificación sustancial de la realidad económica, cabría decir que también política, que ha venido para quedarse. Paradójicamente, al son de esa canción tan reiterativa y a menudo cargante de que hay que cambiar el modelo productivo para incrementar la eficacia, las alteraciones que se producen van precisamente en dirección contraria, actividades de bajo valor añadido y puestos precarios de trabajo y salarios ínfimos, hasta el extremo de que disponer de un empleo no es señal ya de haber abandonado la exclusión social. El problema es tanto más grave cuanto que en este camino resulta imposible competir no solo con los países emergentes, sino también con los propios países de Europa del Este cuyos costes laborales son muchos más reducidos que los nuestros.

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