Ellos saliendo de su crisis, ¿y la nuestra?

La izquierda ha sabido diagnosticar bien la crisis y sus manifestaciones y presenta recetas múltiples y variadas, pero los debates sobre su viabilidad son irrelevantes mientras se eluda la cuestión fundamental, la del poder del capital

De manera simétrica a Zapatero, que no quería ver la crisis que todos los demás veían, los actuales gobernantes nos informan de que ya estamos saliendo de ella aunque parezca que sólo ellos lo están viendo. ¿En qué se basan?

Si la crisis vino provocada por un desorden de las finanzas, entonces no hay ninguna razón para pensar que se está acabando. El endeudamiento sigue siendo excesivo: la deuda de las familias y las empresas está a niveles de principios de 2007, cuando todo empezó, y la del Estado es el doble de la de aquella fecha. Si miramos la deuda externa, veremos que sigue bastante por encima de la de aquellos momentos. Posiblemente, empresas y familias irán reduciendo su deuda, aunque éstas de forma demasiado lenta y dolorosa por culpa de la deflación y aquéllas involuntariamente, por la falta de crédito. La del Estado seguirá subiendo, por la diferencia entre un crecimiento económico raquítico y el peaje de un tipo de interés demasiado alto para que los financieros no pierdan.

Si la crisis se ha ahondado a consecuencia de una caída de la demanda interna como pretenden los economistas centristas y los sindicatos, las perspectivas tampoco son mejores. Para equilibrar las cuentas públicas continuarán los recortes en el gasto público y, gracias a la reforma laboral y al insoportable paro, los salarios seguirán deprimidos. La inversión sigue en mínimos históricos por lo que sólo nos alivian las exportaciones, las reales y las de servicios; es decir, el turismo. Pero todavía estamos por debajo de las exportaciones de mercancías de 2007. Aparte de esto, la realidad es que la depresión del consumo y la inversión son las que están reduciendo las importaciones y por tanto el desequilibrio exterior; no el aumento de la competitividad de las exportaciones a través de las reducciones salariales. Más bien, lo que éstas están provocando es un crecimiento del margen empresarial, incluido en el turismo, uno de los sectores donde más predomina la precariedad y los bajos salarios.

Y aquí llegamos al núcleo de la cuestión, al beneficio. Hay que aclarar a qué llamamos crisis. Si es a la falta de empleo, a la caída del consumo, a la imposibilidad de librarnos de la deuda, a la pérdida de derechos y prestaciones, efectivamente estamos en crisis. Pero lo que el capital considera crisis es la ausencia de beneficios, la falta de una rentabilidad “suficiente” sobre el capital invertido. Y, efectivamente, eso está cambiando.

Según el INE, el excedente empresarial aumentó en un 8% en 2007. Por eso Zapatero sólo veía un “aterrizaje suave”, ya que en 2006 creció un 8,5%. Luego se frenó, y en 2009 y 2010, cayó un 2,8% y un 1,8% respectivamente; esta sí era la crisis. Pero a partir de 2011, los beneficios empiezan a remontar hasta consolidar un crecimiento de más del 2% en 2013. Y por eso Rajoy ve recuperación; los beneficios han pasado de disminuir a crecer.

La teoría del goteo predice que si los beneficios se recuperan, los empresarios invertirán y, a la larga, crearán empleo. Al menos, esa es la pretensión del gobierno. Pero si la inversión pública está detenida por las políticas de austeridad y las pymes no tienen acceso al crédito, ¿quién invertirá? ¿Las grandes empresas? Estas, aquí y en todos los países capitalistas avanzados, atesoran grandes bolsas de liquidez que no invertirán salvo en nuevas burbujas.

Lo dice la Fundación del BBVA: “(…) en la actualidad la recuperación de la inversión puede verse frenada por la existencia de un amplio exceso de capacidad instalada en activos inmobiliarios –residenciales y no residenciales- y por las dificultades de financiación que padece España. Mientras ambos problemas no se resuelvan, no cabe esperar niveles de esfuerzo inversor elevados, y, desde luego, no es probable que estos sean similares a los de los últimos años expansivos.” Las decisiones de inversión dependen de las expectativas…, de la tasa de ganancia. A pesar de Flex, Pikolín, Fagor, Pescanova, Nueva Rumasa y tantas otras, todavía no se ha destruido suficiente capital como para restablecerla. Sin hablar de la masa ingente de deuda a la que podremos calificar de capital ficticio, pero que demanda rentas nada ficticias.

Patrick Artús, economista keynesiano que dirige el servicio de estudios de las antiguas cajas de ahorros francesas, propuso al inicio de la crisis que el capital debería aceptar “una rentabilidad más débil de sus inversiones” y las finanzas renunciar a los “activos artificiales tras los que no subyacen inversiones útiles”. Efectivamente, deberían, pero la debilidad de los economistas centristas es no ver que el capital no está dispuesto a aceptar este modo de funcionar. Así ellos van saliendo de su crisis y nosotros seguimos en la nuestra. ¿Qué no es solución a largo plazo? “A largo plazo, todos muertos” es la cita favorita de Keynes para los capitalistas.

Cierto, hay un excesivo peso de las finanzas. Es verdad que la austeridad prolonga la agonía. La izquierda ha sabido diagnosticar bien la crisis y sus manifestaciones. Y presenta recetas múltiples y variadas: control de la banca, denuncia de la deuda, salida del euro, eurobonos, aumento de impuestos, inversiones públicas, mayores salarios,… Son opciones técnicas, por supuesto serias y con contenido, que nos dividen en debates sobre su viabilidad, su implementación, su alcance. Pero son debates irrelevantes mientras se siga eludiendo la cuestión fundamental, la del poder del capital. Por eso sigue imperando el discurso oficial, fracasado pero monolítico. Como dice Michel Husson, la distancia entre la naturaleza sistémica de la crisis y las dificultades políticas para darle una salida produce vértigo.

 
Javier Navascués, Mundo Obrero, 25-01-2014

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