Proletarios y pobres con alma de ricos

En la actualidad, un proletariado difuso, inmerso en la fragmentación de las múltiples divisiones del trabajo, en la dispersión de naciones, grupos de naciones, grupos identitarios en las naciones-estado, tiene cada vez más  dificultades para acceder a un principio de unidad social en función de su condición asalariada, o autónoma fuertemente dependiente, y, en consecuencia con ello, a unas líneas de actuación colectivas guiadas por el buen sentido común de sentirse parte de una única clase trabajadora, independientemente de las diversas situaciones laborales, culturales y territoriales.

Esta realidad se ha acentuado por diversos factores concatenados: la globalización capitalista que ha impuesto un tipo de mercado único, depredador económicamente, ecológicamente, socialmente y culturalmente, basado en una especulación financiera en la que la economía real, la que debe servir para eliminar la miseria y la pobreza extrema, alimentar, educar, dar vivienda y salud a la gente y fomentar la solidaridad, la paz y la armonía entre pueblos y personas, no existe. Y para vender la mercancía, en lugar de una formación e información democrática y veraz, hay la propaganda de las excelencias de este régimen, que consigue el efecto de alienar, mejor sería decir narcotizar, a una mayoría social, en especial en los países más desarrollados económicamente, haciendo creer a esta mayoría que la clase obrera organizada y defensora de sus derechos y de otro tipo de sociedad ha muerto y que en su lugar ha surgido una clase media sin intereses propios de clase y con los mismos valores que las clases poseedoras de la riqueza y dominantes en todos los órdenes.

El paradigma de todo esto son los Estados Unidos de América: triunfas y dominas o fracasas y eres un derrotado. Mejor, pues, no ser un derrotado. La caída de la URSS, como un contrapoder, ha sido el elemento temporal definitivo para hacer tragar la gran falsedad de que fuera del capitalismo no hay alternativa. Si ello no fuera suficiente, el sistema utiliza, como siempre, la amenaza, la represión, el complot permanente contra los díscolos, el boicot económico, las guerras de agresión directa o las impulsadas fomentando, creando, financiando y armando a grupos y movimientos terroristas, o a oligarquías locales, a los que primero se utiliza, creando enfrentamientos tribales, étnicos y religiosos, y luego se persigue como enemigos de la libertad y los derechos humanos o como terroristas.

Desde Afganistán a Siria, pasando por Yugoslavia, Iraq, Centro África, Somalia, Sudán…., el capitalismo actual ha promovido la violencia y las guerras con tres objetivos: quedarse con las materias primas, dominar el territorio, impedir que se cuestione su imperio, fabricar y vender armas e imponer su mercado. Al capitalismo no le interesa el desarrollo económico y social equilibrado y justo de los pueblos, le interesa un gran mercado de mano de obra barata y de mentalidad consumista en el mundo económicamente desarrollado y mantener un amplio mundo empobrecido consumidor de mercancías producidas por los países «ricos». Y es así, volviendo al principio, que consigue que el proletario, obrero, o directamente pobre, pierda de vista que vende, o intenta vender en las mejores condiciones, su fuerza de trabajo en el mercado; lo que determina una condición social, y asuma la filosofía del rico, en forma de clase media con alma de rico.

En muchos sitios, especialmente en América Latina, la parte más consciente de los pueblos ha empezado a despertar y está buscando sus propios caminos de desarrollo económico y social y de dignidad humana, rechazando las recetas y políticas que les quieren continuar imponiendo. Y aunque haya situaciones muy diferentes a las que vivimos en nuestras realidades europeas, ahí están los ejemplos a seguir, en vez de continuar creyendo que somos el centro del mundo. 

Francisco Frutos, Blog de Francisco Frutos, 04-01-2014

 

 

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