La llamada construcción europea, no era sino una plataforma ligada al desarrollo y necesidades del capital
En sólo lo que va de año, la situación de excepcionalidad económica, social, política, ética y de carencia de proyecto se ha disparado hasta límites que hace diez años hubiesen parecido propios de una fabulación tendenciosa. Esa degradación acelerada tiene dos hitos, dos síntomas, dos símbolos: la manifestación del verdadero rostro de la Transición y el fracaso sin paliativos del edulcorado proyecto de la UE; y cuando hablo de fracaso me refiero a que aquello que en otro tiempo dijimos y por lo que fuimos criticados, la llamada construcción europea, modelo Maastricht, no era sino una plataforma ligada al desarrollo y necesidades del capital.
La trama Gürtel, la financiación ilegal del PP, el caso Bárcenas y el asalto a los caudales públicos que representa el asunto de los EREs en Andalucía son los mascarones de proa de una nave que va derecha a una total e integral anomia social, política, institucional y de proyecto de Estado. La relación de actos delictivos, corruptelas, fraudes, peculados, cohechos, malversaciones, terrorismo de Estado y escándalos desde la Transición hasta hoy supera con mucho a la memoria más cultivada y a la capacidad de recopilación del investigador más riguroso. La corrupción atraviesa a los tres poderes del Estado y llega hasta las más altas magistraturas del mismo. Pero todo ello, con ser gravísimo, no alcanza el nivel de inconsciencia, infamia y ceguera de una clase política que, a la vez que se suicida, está arrasando la posibilidad de una regeneración política y ética al servicio de una Democracia integral.
Ese grupo parlamentario del PP que aúlla, ulula e insulta desde sus escaños sin más razón que la defensa cómplice de “los nuestros,” derrama sobre la ciudadanía el hedor de una casta cohesionada únicamente por sus intereses propios y personales. Un Presidente de Gobierno que se aferra a su sillón a pesar de las evidencias de que está mintiendo y de que todo vale con tal de gobernar (es un decir lo de gobernar), es el acto más letal contra la dignidad de la Política. Esos portavoces del PP, algunos de los cuales hacen un ejercicio de cinismo imposible de superar, esos medios de comunicación turiferarios, corifeos y abogados de la “familia”, y en fin, ese “patriotismo de partido” que no es otra cosa que devoción sacristanesca por la peana que malamente sostiene al icono formado por las siglas y los programas son, cual trompetas del Apocalipsis, los augures de un desastre.
Pero el otro rostro del bipartito no le va a la zaga. Con unos antecedentes nada limpios desde la década de los noventa, está protagonizando la malversación de fondos públicos cuantitativamente más importante desde 1975, al menos. Desde los “cuatro chorizos y puteros” que dijeron muy altos dirigentes del PSOE hasta las 117 personas llamadas a declarar o imputadas, hay una secuencia de inhibiciones de la responsabilidad, acusaciones más o menos veladas a la juez instructora, resistencia a entregar documentación, inanidad de comisiones de investigación en sede parlamentaria y humo, mucho humo en forma de victimismo ante la política de la derecha y sus agresiones, aunque algunas de ellas se apliquen voluntariamente, y si no, que se lo pregunten a los docentes. El PSOE, partenaire, socio y coautor con el PP de tantas fechorías políticas como la OTAN, guerras en Iraq y Yugoslavia, reformas constitucionales contra la mayoría de los españoles, contrarreformas fiscales, discurso europeísta, etc. está siendo el contrapunto equivalente del PP como la otra cariátide que sostiene el edificio chapucero y de democracia virtual propia del bipartidismo inherente a esta segunda Restauración borbónica.
Entre ambos han protagonizado el proceso de pérdida de entidad de esta democracia que ya nació demediada, raquítica y tutelada por los poderes del franquismo. A su lado y como escuderos interesados el PNV y, sobre todo, CiU, la del independentismo según Milton Friedman, sazonado con un 3% a la mayor gloria de la causa, la de su casta, naturalmente.
Con estos mimbres, ya no se puede hacer nada para comenzar una etapa de regeneración de la Política y de la sociedad civil. Solamente la ciudadanía a través de un proceso en el que estén colectivos, otras visiones de liberación y personalidades consecuentemente democráticas, puede iniciar e impulsar esta tarea gigantesca. Cada vez queda menos tiempo.
Desde mi punto de vista es ahí donde debemos estar. No es una opción compartible con otras porque, entre otras muchas razones, nos pueden salpicar e involucrar, queramos o no queramos, las lacras de cada uno de los integrantes del bipartito. El discurso de la responsabilidad (en el sentido de hacer algo por la ciudadanía) al que tantas veces hacemos referencia, puede llevarnos, por ceguera institucional a otro tipo de responsabilidades que nos confundan y diluyan en los otros.
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