Comparto con algunos de mis compañeros en este espacio de opinión, mi admiración por la capacidad de movilización social y organización que los catalanes han vuelto a demostrar con la Vía Catalana. Y sin embargo, me produce desencanto esta marea independentista porque no comparto la misma admiración por los motivos que la impulsan.
No estoy en contra del derecho a decidir de los catalanes. Es más, creo que Cataluña debe hacer su consulta para despejar sus dudas de una vez por todas. Pero lamento que solo se haya conseguido movilizar a una mayoría de catalanes para separarse del Estado español y no para enfrentarse a un sistema capitalista monstruoso, a la tiranía del mercado o a una democracia corrupta que hace aguas no solo en España también en Cataluña.
Entiendo que en una coyuntura tan angustiosa como la actual, muchos catalanes encuentren en la independencia el camino para independizarse también de este sistema injusto y corrompido, pero no parece lógico que sea así en un territorio donde un gobierno nacionalista con niveles de podredumbre tan altos como en el resto de España, está masacrando con la misma impunidad que el gobierno español los derechos más básicos del Estado social.
Más bien parece que el poder ha encontrado en el independentismo una coartada perfecta para difuminar sus abusos, desactivar la presión social que le cercaba y recuperar la fidelidad de un pueblo herido que ahora piensa más en la herida de su orgullo que en las puñaladas traperas que le ha clavado su propio gobierno. El poder está utilizando la bandera como venda. Para curar heridas seculares y para tapar los ojos.
Muchos catalanes me diréis que no son los políticos sino el pueblo de Cataluña el que lidera este movimiento y que son los partidos los que se suben al carro. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con el 15M o las mareas, en esta oleada la ciudadanía se alía con las fuerzas políticas y eso me hace desconfiar. Me resulta perverso cómo el poder en Cataluña ha conseguido alinearse en el mismo bando que los ciudadanos a los que somete. Y cuando hablo de poder no me refiero solo a Artur Mas, me refiero a quienes pactan con él y quienes utilizan la independencia para sacar tajada electoral.
También en el resto del Estado juegan todos a sacar rédito político y distraer nuestra atención. Aquí nos ponen la bandera de España como venda en los ojos y heridas. Esto me lleva a pensar que el debate por la separación solo beneficia al poder y nos debilita como ciudadanía. El poder recupera adhesiones gracias a las identidades, entierra sus miserias y nos divide como ciudadanos que deberíamos aunar fuerzas frente a él en lugar de discutir nuestra separación. Mientras estemos ocupados en definir nuestra relación, no estamos en lo que tenemos que estar: la defensa de la justicia social. Y esa no es nacional, es internacional.
El enemigo de los catalanes no es España como país. El enemigo, pero no solo de los catalanes, de cualquier ciudadano, es esta España y esta Alemania y esta Europa vendidas al capital. Contra lo que todos los ciudadanos deberíamos pelear unidos, con independencia del accidente de nuestra nacionalidad y lugar de nacimiento, es contra los mercados que controlan nuestros gobiernos y contra estos gobernantes que nos han vendido a los mercaderes. Eso sí que no es un accidente, eso es un atropello.
Quizá en un territorio más pequeño sea más fácil organizar la lucha social, pero los movimientos de protesta de los últimos años han demostrado que la lucha es global y se globaliza fácilmente. Por eso, creo que las fuerzas nacionalistas de izquierdas en Cataluña anteponen su interés particular al general. Tampoco entiendo que la izquierda española permanezca tan inactiva ante este debate. Creo que se confunde el respeto a la decisión de un pueblo con el exceso de prudencia. Debería haber trabajado mucho más activamente por la integración de Cataluña y el reconocimiento de su nacionalidad. Y ahora más que nunca debería hacerlo si no queremos perder definitivamente a una parte tan rica de nuestra sociedad como es la catalana.
No me extraña que haya una mayoría de catalanes que quiera irse de España (también hay muchos españoles que también queremos hacerlo). Muchos catalanes no se sienten españoles porque en el resto de España no se ha aceptado nunca de buena gana que se sientan catalanes. Muchos catalanes se han sentido a menudo con un pie fuera de España porque España ha querido obligarles a que tengan los dos pies dentro. Querían obligarles a que se sintieran tan españoles como los demás y han conseguido que sientan rechazo a lo español.
Nunca han estado como en casa en el Estado español porque siempre se les echaba en cara quisiesen tener casa propia, idioma propio, un Estatut a su medida, una fiscalidad diferente y una nación. Todo lo que se le ha concedido a Cataluña ha sido a regañadientes y ha sido aprovechado por el nacionalismo español para alimentar el anticatalanismo en el resto de España. Y también, digámoslo todo, se ha aprovechado en Cataluña para alimentar un interesado victimismo catalán. Pero no es momento de reproches sino de resolver nuestras diferencias y, si todavía no es tarde, aprender de un desencuentro que se prolonga ya demasiados años.
Creo que muchos catalanes no sentirían ahora ese deseo irrefrenable de marcharse si la incomodidad no hubiese durado tanto tiempo y, sobre todo, si no se redoblase cada vez que gobierna la derecha en España. Tanto hablar de la unidad indivisible de la patria y los que van a romperla son los conservadores. Manda güevos. El nacionalismo español es el que más ha consolidado el nacionalismo catalán. El nacionalismo español es el que más ha hecho en España por la independencia de Cataluña. Enhorabuena. Una razón más para pensar que es al poder a quien beneficia esta separación.
Quizá sea ya inevitable. Si queremos evitarla, el Estado español debe transformar de forma drástica su relación con Cataluña y debe reconocer tanto su diferencia como su nacionalidad. Los catalanes deben aprovechar este momento de fuerza para exigirlo. Lamentablemente, es improbable que la derecha española deje de utilizar el anticatalanismo en su propio beneficio. Aunque la herida es demasiado larga y profunda, es misión de la izquierda y de los ciudadanos que queremos a Cataluña con nosotros, intentar al menos neutralizar a las fuerzas que alejan a los catalanes del resto del país. Si se van, perderíamos una fuerza social y humana irremplazable.
Por eso cuando voten, porque votarán, deberíamos salir a la calle como los canadienses cuando Québec votó sobre su independencia, como contaba Vicente Vallés en un artículo reciente: con carteles en los que les digamos “No os vayáis, os queremos”.
Javier Gallego, eldiario.es, 24-09-2013
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