A pesar de la movilización conseguida por el llamamiento de la vía catalana hacia la independencia del pasado 11 de septiembre, hay que relativizar su pretendido éxito oponiendo la intensidad emocional de la jornada y las versiones interesadas a la fría objetividad de los números y los hechos
Los principales medios de comunicación catalanes y los propios organizadores daban al finalizar la cadena la cifra de 400.000 participantes. Tuvo que llegar un orden expresa del Govern para que, sobre las 8 de la tarde, todos pasaran a hablar de cifras a todas luces desproporcionadas y sencillamente increíbles para cualquiera que hubiera seguido de cerca la movilización. Siendo generosos en el recuento, alrededor de 600.000 manifestantes fueron suficientes para completar la cadena humana de 400 kilómetros. Como mucho, 300.000 en Barcelona, otros tantos repartidos a lo largo del litoral.
Movilización masiva de las comarcas del interior desplazadas para cubrir numerosos tramos, relativamente discreta en la ciudad de Barcelona y manifiestamente escasa en muchas de las localidades del cinturón industrial (Barcelonés, Maresme, Baix Llobregat) por las que discurría la cadena. Masiva presencia de niños que probablemente sumarían al menos entre el 10 y el 15% de los manifestantes. Estos son los hechos que más allá de los excesos verbales y propagandísticos cualquiera puede comprobar visionando las numerosas imágenes del acto.
La menor asistencia a la Diada de este año tiene su base en la radicalización de una convocatoria esencialmente independentista. Si la del año pasado pudo tener un éxito inesperado fue porque su convocatoria abierta “por el derecho a decidir” –una reclamación que comparten el 80% de los catalanes– permitió que en ella confluyeran todos los frentes de rechazo: desde las aspiraciones de mayores libertades nacionales o una mejor financiación para Cataluña hasta la oposición a los recortes de Mas y Rajoy.
Ésta, sin embargo, no ha sido convocada por la mayoría de fuerzas políticas parlamentarias (PSC, Iniciativa, Unió Democràtica, PP y Ciutadans), que han manifestado de esta forma su oposición a la independencia, bien dejando en libertad a su militancia o convocando otros actos, como en el caso de Iniciativa per Catalunya organizando una acertada y exitosa cadena humana en torno a la sede central de La Caixa en Barcelona.
Amplio, pero limitado alcance
Es importante partir de estos hechos porque ponen de manifiesto el amplio pero limitado alcance de la fuerza del independentismo catalán y la existencia de una mayoría de catalanes opuestos a la ruptura con el resto de España.
Una mayoría que es hoy políticamente invisible por la inexistencia de un proyecto capaz de articularla. Lo que, además, la condena a permanecer socialmente silenciada y a la defensiva. Especialmente, en el caso de la clase obrera y el pueblo trabajador, a los que el desistimiento y las vacilaciones de los sindicatos y las principales fuerzas de izquierda han dejado sin voz ni presencia política en el escenario catalán.
Articular esa mayoría en un frente amplio de unidad, y hacerlo en torno a un proyecto de redistribución de la riqueza, ampliación de la democracia y defensa de la soberanía nacional de España es no sólo la tarea más urgente, sino la única alternativa capaz de frenar la ofensiva soberanista, movilizar a la mayoría del pueblo catalán –junto al del resto de las nacionalidades y regiones de España– y arrebatarle una gran parte de la base de masas de la que se han apoderado las fuerzas independentistas.
¿Dónde está Ítaca?
Porque la otra gran contradicción interna que recorre hoy la sociedad catalana es la existencia de amplios sectores que se han alineado tras la causa del independentismo en la engañosa creencia de que a través de ella es posible una profunda transformación política, económica y social favorable a los intereses populares.
Una posición que concentró en esta Diada el cantante Lluis Llach, al afirmar en una entrevista radiofónica que hace 40 años el pueblo catalán estaba plenamente unido al del resto de España en la lucha común por una transformación radical del país a la muerte de Franco. Y que, sin embargo, después de todos estos años, había llegado a la “dramática” conclusión de que con “esta España”, la del bipartidismo de Rajoy y Zapatero, no es posible ningún cambio.
¿Pero es que acaso Artur Mas no es la versión catalana de esa misma España, la de la corrupción y los recortes sin fin? ¿Qué Cataluña se puede esperar de un personaje así, o de una cúpula de ERC dispuesta a aceptar los recortes de Mas a cambio del compromiso de la consulta del derecho a decidir en 2014 o de unas “elecciones plebiscitarias” en 2016 como ha reconocido implícitamente Oriol Junqueras que está dispuesto a negociar?
Una Cataluña tan “soberana” la de esta gente que su camino hacia la independencia pasa primero por acatar a pies juntillas las imposiciones y ataques dictados por el FMI y Berlín contra el 90% de los catalanes.
Independencia sí, pero de Washington y Berlín. Soberanía también, pero para librarnos de los mandatos del FMI y Bruselas y de unas clases dirigentes, tanto españolas como catalanas, que impiden cualquier proyecto de transformación y hacen imposible esa “otra España” que reclama y a la que aspira la inmensa mayoría del pueblo catalán.
Hace ya casi siete décadas, el fundador del PSUC, Joan Comorera, señaló, “únicamente la República Popular de España dirigida por la clase obrera permitirá a Cataluña el libre ejercicio de su derecho a la autodeterminación. Únicamente la República Popular de España (…) garantizará a Cataluña el respeto estricto a la expresión de su voluntad soberana. Y esta República Popular (…) sólo la podrá conquistar Cataluña luchando en fraternal unión con los demás pueblos hispánicos”.
Y ese es el centro de la cuestión. ¿Dónde está Ítaca? ¿En seguir el camino marcado por Mas que, como acertadamente señaló en las pasadas elecciones autonómicas el dirigente de las CUP, David Fernández, sólo lleva a “convertir a Cataluña en un land (región) de Alemania”? ¿O, por el contrario, en unir como un puño la lucha del pueblo de todas las nacionalidades y regiones de España para acabar con un poder que nos saquea y nos oprime a todos por igual, construyendo otra España popular, democrática y de progreso donde puedan ser satisfechas todas nuestras demandas? La respuesta no admite dudas. Pero, como advertía Comorera, esa otra España “sólo la podrá conquistar Cataluña luchando en fraternal unión con los demás pueblos hispánicos”. Dividirnos y enfrentarnos entre nosotros mismos es el mejor de los servicios que podemos hacer a las clases reaccionarias para que puedan dominarnos mejor.
Incógnita peligrosa e inquietante
Hay, por último, un factor incógnita que sobrevuela peligrosamente sobre la deriva soberanista puesta en marcha por Artur Mas. La actitud que las grandes potencias imperialistas, y en particular Alemania, adopten ante la “cuestión catalana”.
Cuestión que es ante todo interna española, pero que, sin embargo, “tiene múltiples dimensiones europeas”, como reconoce un reciente informe del Instituto Alemán para la Política Internacional y la Seguridad, codirigido por el ministro del interior alemán y por el presidente de la Federación de Empresas Alemanas.
El informe, dirigido al parlamento y al gobierno federal germano parte de que “la escalada del conflicto entre Cataluña y todo el Estado en su conjunto podría resultar en una crisis política interna”, en la que “la UE y los Estados miembros podrían llegar a un punto en el que habría que pensar si una separación negociada fuese preferible a un estado de permanente inestabilidad”.
“La problemática catalana”, continúa el informe, “encierra riesgos, pero también oportunidades. Si el modelo autonómico español se transforma en dirección a un nuevo equilibrio, podría ser la base para un nuevo regionalismo dentro de la UE”. Es decir, Estados centrales más débiles y regiones más fuertes. Una alternativa que parece la más factible o deseable desde Berlín, pero que exigiría “la disposición de hacer reformas del centro madrileño y una política realista (Realpolitik) de parte de Cataluña”.
Pero si no ocurre esto, “si el proceso de distanciamiento entre Cataluña y Madrid y un consenso soberanista sostenible siguiese desarrollándose, entonces la unidad de España se podría sostener sólo con esfuerzo”. Por lo que la Unión Europea “tiene que estar preparada para el caso de un cercana ruptura tanto política como institucionalmente”.
Y aunque reconoce que “la llave para una solución constructiva en la cuestión catalana la tiene Madrid”, en caso de que se produzca “una fractura institucional entre España y Cataluña”, la UE podría pensar “en un modelo inverso al de Chipre: la isla entera es miembro de la UE, pero el acervo comunitario sólo se aplica en una parte de la zona; en caso de secesión [de Cataluña] sería sólo miembro de la Unión Europea el Estado sucesor empequeñecido [es decir, España], pero el derecho europeo seria válido en todo el territorio”.
Llueve sobre mojado. Tras las recientes declaraciones de la Fundación Ebert y del cofundador del partido Alternativa para Alemania planteando futuros escenarios políticos europeos en los que las regiones ricas del sur se separan de sus Estados para integrase en una “zona central del euro”, es la primera vez que una institución pública del Estado alemán se pronuncia sobre el asunto. Y aunque lo hace con suma cautela y optando por una salida negociada y no traumática, que deje la puerta abierta a la ruptura, que hable de España como un “Estado empequeñecido” y baraje posibles formas de integración de una Cataluña independiente en la UE no deja de ser, cuanto mínimo, inquietante.
Todo el pueblo de Cataluña tiene que ser consciente de esto. Fragmentar el país y dividir al pueblo está sólo en el interés de las grandes potencias imperialistas y de oligarquías parasitarias y reaccionarias. Conquistar ese otro futuro en el que nuestros intereses y demandas se vean realizados exige, antes que nada, presentar un frente unido y común de lucha ante nuestros enemigos.
Andreu Belloch, De Verdad Digital, 14-09-2013
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