Contra el PP

Rajoy y su política neoliberal

¿Y qué hace Rajoy mientras permite este expolio a España, amparado en la negación de los problemas, en esconder la cabeza mientras la nación se desmorona poco a poco, ocultando cual avestruz su cabeza en un agujero esperando que el crecimiento económico haga que todo pase? Rajoy es tan ‘aliciesco’ como Zapatero, con la única salvedad de que en público él no discute el concepto de nación española

La politología, esa disciplina académica mal llamada “ciencia política” (nunca será una ciencia salvo, acaso, alguna rama particular de la misma como la biopolítica), la cual tuve yo el placer, según se mire, de estudiar, y que trata de analizar las relaciones dialécticas entre las distintas instituciones que definen a toda sociedad política al nivel de los vectores descendentes y ascendentes del poder político, define los partidos atrápalo todo como partidos que tratan de atraer para sí el voto de diversos sujetos pertenecientes a diversas clases sociales entrecruzadas entre sí y con diversos intereses económicos, sociales y políticos. Estos partidos escoba (también se les llama así) no tienen una ideología definida más allá de defender en mayor o menor medida la legalidad vigente del Estado en que desarrollan su actividad política, y por ello sufren de fallas teórico-políticas más que graves en su constitución. Es decir, su ortograma, su leit motiv, es tan viscoso y difuso que vale tanto para un roto como para un descosido, siempre y cuando observen cuidadosamente los principios constitucionales jurídicos del Estado. Aunque no siempre, pues según les convenga se los saltarán a la menor oportunidad.

Tanto el PSOE como el PP podrían ser calificados así, aunque también UPyD (cada vez más) e Izquierda Unida tienen características de partidos escoba, tendencia a la que se han sumado muchos otros partidos debido a mi juicio por dos motivos: la viscosidad postmoderna de las ideologías políticas en las democracias de mercado pletórico capitalista (uno puede ser de izquierdas y defender privilegios étnicos como le ocurre a Bildu o la CUP, lo que demuestra que, como dijo Gustavo Bueno, “la derecha se encuentra disuelta en la izquierda, es lo mismo pero con otro nombre”), donde los votantes y los militantes políticos son también consumidores satisfechos en tanto pueden mezclar incoherentemente tendencias, ideas y prácticas venidas de tradiciones ideológicas disímiles y enfrentadas en el pasado (¿acaso no hay nazis judíos en Israel, o anarco-capitalistas?); y también por el tradicional anarquismo antropológico de la sociedad española, fomentada por el clero y estabilizada con fuerza ya en la época de los Austrias, hasta el punto que los Borbones fueron realmente el factor desestabilizador de esa tendencia anarquizante, cuya influencia se ha dejado sentir tanto a derecha (franquismo) como a izquierda (Constitución de la República española de 1931). Sobre esta cuestión antropológica recomiendo mi artículo de Alternativas al secesionismo, publicado en El Debat el 1 de julio.

Hay, por tanto, características estructurales a nuestro sistema político democrático, a nuestro sistema económico capitalista con elementos propios del modelo de Establo del bienestar (fórmula irónica del filósofo español Juan Bautista Fuentes Ortega), y a nuestra idiosincrasia antropológia y sociológica histórica, que posibilitan que prácticamente todos los partidos políticos españoles, tanto los que son partes de un todo (PSOE, PP, IU, Ciudadanos y UPyD), como aquellos que quieren destruir el todo para separar una parte y crear estados nuevos supeditados al eje franco-alemán (CiU, ERC, PNV, Bildu-Amaiur-Sortu, CUP, BNG, AGE, PA, CHA), sean partidos escoba, cuyo único marco teórico fuerte realmente resulta serlo débil: la Constitución española de 1978. No es el momento aquí de realizar un análisis crítico político de nuestra Carta Magna. Pero el hecho de que el único pilar de unidad política ideológica de todos estos partidos escoba sea una Constitución en la cual se habla de nación española y también de nacionalidades históricas (cuando nación y nacionalidad son lo mismo), al tiempo que la parte más extensa de la misma sea la dedicada al ordenamiento administrativo de las inventadas ad hoc Comunidades Autónomas), lo que posibilita que las fricciones entre estos partidos escoba bajo el amparo de nuestra Constitución monárquica sea el de la unidad de España y su balcanización (mediante un haraquiri pacífico o bélico), muestra el estado lamentable político y filosófico de los partidos políticos de nuestra patria y de las motivaciones de sus principales ideólogos.

Los análisis de este mejunje ideológico incoherente, contradictorio y de mala fe (en expresión de Sartre) se han realizado a muy diversos partidos también en su relación con la idea de nación española. Desde los partidos neofeudalistas separatistas (estudios muy bien documentados de autores tan diversos como Jon Juaristi, Antonio Elorza, Enrique Gil-Calvo o Jesús Laínz) hasta el PSOE (Lágrimas socialdemócratas, de Santiago González; o el magnífico libro Zapatero y el Pensamiento Alicia, de Gustavo Bueno, un libro aparentemente menor en su obra filosófica pero que, a mi juicio, está llamado a ser en la obra de Bueno lo que para Marx representó la publicación de El 18 Brumario de Luis Bonaparte). Sin embargo, estudios teóricos sobre el PP no existen realmente, salvo los manidos libelos ideológicos socialdemócratas de Juan Luis Cebrián junto con Felipe González o las críticas más basadas en vivencias que en análisis serios de Federico Jiménez Losantos (Con Aznar y contra Aznar) o Ignacio Villa (Prohibido pasar: la historia oculta del PP). ¿Cómo resumir, entonces, el pensamiento político del PP, si lo hay? Si el pensamiento Alicia es el propio de Zapatero, un pensamiento no utópico, sino infantil o adolescente que cree que los problemas políticos desaparecerán con solo ignorarlos al mismo tiempo que cree obstinadamente que con solo desearlo se llegará a un mundo mejor, ¿cuál es el pensamiento, si lo tiene, de Mariano Rajoy?

En el PP existen familias ideológicas, igual que en todos los demás partidos de España. Familias mal avenidas cuyo único ortograma ideológico es el constitucionalismo de 1978 y el posicionarse frente al resto de partidos. Se trata de familias que vienen de distintas tradiciones ideológicas e históricas que, a pesar de sus fricciones, se influyen mutuamente de la misma manera viscosa que a escala más general ocurre a nivel sociopolítico en toda España. Esas familias podrían resumirse en las siguientes:

a) La neofranquista, o franquista sociológica, la que inició el núcleo del PP con Manuel Fraga al frente (la primigenia Alianza Popular), de gente que aceptaba el legado del franquismo y la influencia del falangismo en la sociedad política española pero aceptaban entrar en un sistema partitocrático al estilo europeo tras la muerte del dictador. Hoy es minoritaria en el PP, aunque como núcleo generador de la institución sigue teniendo una importancia seminal para entender la formación y el devenir histórico del PP. No en vano, su neofranquismo es coherente con el régimen anterior tanto a nivel político (la aceptación en la sucesión en la jefatura del Estado del Rey Juan Carlos I designado por Franco, la aceptación de la orientación pro yanqui y pro europeísta que el propio Franco indicó ya desde la década de 1950, así como la apertura económica desde una ‘derecha socialista’ -término de Gustavo Bueno que se explica en su obra El mito de la derecha-, hacia una economía capitalista de mercado pletórico, idea que ya el propio Franco indicó como necesaria para España en discursos tempranos de 1954 ó 1956, pocos años antes de la reforma tecnocrática de los planes de desarrollo de 1959 que convirtieron a España, diez años después, en la décima potencia industrial del mundo). Este núcleo neofranquista en el PP sería, por tanto, heredero del franquismo en un sentido completamente reformista, análogo al que podía representar, a su manera, la Perestroika o la Glasnost soviética de Gorbachov pero con más éxito político que éste.

b) La democristiana, tanto en lo político y social (las reformas de la ministra Ana Mato en materia sociosanitaria así lo prueban, como las declaraciones políticas de Jaime Mayor Oreja) como en lo económico (lo muestran las declaraciones de Vicente Martínez Pujalte). Los democristianos del PP, si bien no estuvieron en el núcleo generador del partido, por participar en la formación de Unión de Centro Democrático (UCD), que gozaba con mayor aceptación por parte del rey designado por Franco, sí lo estuvieron en el desarrollo de su cuerpo, conformado con el transcurso de la democracia en sus inicios. En principio, Mariano Rajoy, nuestro presidente, pertenecería a esta rama, si bien su política económica actual con recortes en educación y sanidad considerables, se alejan de la tradicional política económica democristiana, que junto con la socialdemocracia construyó los establos del bienestar europeos, y se acercan a las tercera y cuarta familia política pepera.

c) La liberal-política. Tambien minoritaria, y también venida de la extinta UCD, y a diferencia de la cuarta familia que luego trataremos, es la que ideológicamente hablando rompe dentro del partido con el núcleo generador neofranquista, con tal contundencia que abre al mismo a un espectro ideológico impensable en sus inicios: la clase media urbana (aristocracia obrera, pequeña burguesía, funcionarios, asalariados con salarios medio-altos), de las grandes ciudades españolas y las capitales de provincias. Este liberalismo político es heredero de la Constitución de Cádiz y de las ramas liberal-conservadoras que en España disfrutaron de diversos momentos de poder durante el siglo XIX español. Los liberales del PP son los que permitieron permear en el partido ideas políticas centroeuropeas dentro de una tradición política española particular que podía disputar a la socialdemocracia liberal del PSOE el espectro político de un grueso de votantes urbanos decisivos en muchos comicios electorales. Rita Barberá, Cristóbal Montoro, María Dolores de Cospedal o Celia Villalobos son, a mi juicio, algunos nombres representativos de este liberalismo político conservador dentro del PP.

d) La neoliberal, una escisión de la anterior que, junto con ésta, es la que más ha influido en el curso político histórico del PP hasta el presente ya desde su transformación de Alianza Popular a Partido Popular el 4 de septiembre de 1989, cuando José María Aznar se hace con la presidencia del partido. Esta rama, conservando algunas ideas propias de la liberal (la defensa de la nación política española), sin embargo ahonda en el aspecto político económico en un sentido aún más liberalizador, apoyados históricamente en una tendencia que se inicia, como hemos dicho antes, ya a mediados de la década de 1950 según discursos del propio Franco, lo que no significa que esta rama sea heredera del franquismo, pues para los neoliberales Franco era un peligroso socialista. Es en la Comunidad de Madrid donde el PP tiene su laboratorio neoliberal, con medidas de política económica como el área única sanitaria, la concesión a gestores privados de los hospitales públicos o la triplicación de las tasas universitarias en licenciatura, grado, máster y doctorado, imposibilitando así que amplias capas de las clases trabajadoras españolas en Madrid puedan terminar sus estudios universitarios, donde estos ávidos lectores de las teorías económicas de la Escuela Austriaca y de los neoclásicos de la Escuela de Chicago de Milton Friedman desarrollan una política antiestatista y rupturista del tejido social español tan perjudicial o más como la neofeudalista separatista en Cataluña o el País Vasco (no en vano, CiU está a la altura en neoliberalismo de Esperanza Aguirre, y grupos como la CUP, que se dicen marxistas-leninistas, no siguen para España en absoluto la tradición republicana, unitaria, presidencialista y unicameral, jacobina, del marxismo-leninismo como explícitamente afirmó Lenin en su obra El Estado y la revolución). Aznar, Aguirre, Javier Fernández-Lasquetty, Juan José Güemes, Luis de Guindos, Ignacio González o Lucía Figar, entre otros, son los más claros representantes de esta familia neoliberal dentro del PP, la única que tiene como apoyo el quehacer ideológico de diversos mamporreros teóricos que les suministran ideas teóricas a través de fundaciones privadas como FAES, el Instituto Juan de Mariana y otras tanto dentro como fuera de Madrid.

Entre estas cuatro familias se conforma un pastiche ideológico al que votan más de diez millones de nuestros compatriotas, al menos en las últimas elecciones generales. Un pastiche que, apoyado en el patriotismo constitucional con alguna fundamentación histórica propia o ajena, no bebe de una tradición teórica propia histórica que puedan tener otras formaciones como el Partido Comunista de España (hoy en Izquierda Unida), o incluso el PSOE, el cual sin embargo tiene elementos tan ultraliberales como el PP dentro de su seno (como prueban las medidas en contra de los trabajadores españoles de los astilleros gallegos, asturianos y vascos que, amparado en la legalidad de la Unión Europea, defiende Joaquín Almunia, destruyendo los pocos restos que todavía quedaban de proletariado español y asegurando así que España sea una nación de tercera dentro de Europa, dedicada al turismo, los servicios y los casinos como Eurovegas, en una colonia empobrecida al servicio del IV Reich alemán de Merkel y sus sucesores, inestable políticamente pero, mientras interese, mantenida en su unidad política por la OTAN como frente de batalla geopolítico ante el inestable Magreb islámico). El PP no tiene tradición teórica política, ha de beber de una fundamentación histórica conformada en su propio quehacer desde la Transición, y si acaso, son los neoliberales los que importan ideas extranjeras ultraliberales que creen ayudarán a España a salir del pozo negro en que se encuentra. En absoluto, pues el neoliberalismo impulsado ya hace veinte años, gracias al Consenso de Washington, en naciones iberoamericanas como Chile, permitieron un crecimiento económico apoyado en una desigualdad social abrumadora, en una depredación de empresas extranjeras en el país que lo han esquilmado y no le han permitido tener el control de sus autóctonas materias primas y han sumido en la casi imposibilidad de tener estudios universitarios a sus clases de trabajadores. Y eso es lo que pretende esta rama neoliberal, muy pujante en el PP, implantar en España. Al contrario de lo que sostenía Fredrich August von Hayek, el camino a la servidumbre es el camino del desorden político, económico y moral que la debilitación del Estado y de sus instituciones acarrea el neoliberalismo. Tan neoliberal es Arnaldo Otegui o Oriol Junqueras como lo es Juan José Güemes o Lucía Figar. Y por ello, tan enemigos de la nación española, de su unidad territorial política y económica, son unos como otros.

¿Y qué hace Rajoy mientras permite este expolio a España, amparado en la negación de los problemas, en esconder la cabeza mientras la nación se desmorona poco a poco, ocultando cual avestruz su cabeza en un agujero esperando que el crecimiento económico haga que todo pase? Rajoy es tan aliciesco como Zapatero, con la única salvedad de que en público él no discute el concepto de nación española. Aunque en la práctica, y a pesar de la unidad de mercado, el patriotismo constitucional del PP unido a la pujanza del neoliberalismo de ideólogos como Jesús Huerta de Soto o Juán Ramón Rallo entre muchos votantes y militantes del PP, desteje esa necesaria unidad nacional política que no solo lo es ejecutiva, legislativa y judicial, sino también económica, productiva, gestora, planificadora y redistributiva, así como diplomática, federativa (la política exterior española ha de ser unitaria) y militar. Y en esto también todos los partidos son partidos escoba: se han especializado en borrar todo lo que los anteriores detentadores del poder, sean nacionales, regionales o municipales, han realizado.

Que muchos hayan dado su voto a un partido que, supuestamente, debido a su poder y su presencia institucional, son el gran impedimento a la balcanización de España, como voto útil o menos malo, convierte a todos estos tanto en víctimas de un sistema político que pueden defender o aborrecer, pero también en cómplices objetivos de su continuidad hasta la podredumbre total. El microcosmos ideológico y político dentro del PP solo es un espejo del pastiche ideológico que todo el conjunto de los partidos escoba españoles entretejen y destejen en diversas instituciones políticas, educativas y económicas que, inevitablemente, influyen y se retroalimentan del comportamiento político de todos nosotros, los ciudadanos de España. Si el supuesto patriotismo constitucional del PP es lo menos malo para algunos frente a la deriva separatista en Cataluña, las medidas socioeconómicas antiestatistas influidas por la familia neoliberal del PP, las medidas contra la familia como institución que la rama democristiana del PP realiza (la última, la exclusión de la reproducción asistida para parejas lesbianas o mujeres solteras), la nulidad política de la rama liberal y la herencia franquista del PP, una herencia nefasta en tanto que la Constitución española de 1978 fue, en cierto sentido, la última ley orgánica del franquismo teniendo su origen en la última reunión de las Cortes franquistas para aprobar la Ley de Reforma Política del 18 de noviembre de 1976, una Constitución con unas fallas político-jurídicas temibles para España, y también nefasta en tanto que es en el franquismo donde se fragua de manera decisiva en la actualidad la ignorancia y el analfabetismo político de prácticamente todas los partidos políticos actuales, desde el PP hasta la CUP, pasando por PSOE, IU y UPyD, entonces no nos quedaría otra necesidad más que reconocer el grado extremo de decrepitud que la particocracia española experimenta en su actualidad.

No obstante, un patriotismo español político, cívico, ciudadano, e incluso con una inequívoca vertiente unitaria y republicana, también por qué no socialista, opuesto tanto al neofeudalismo separatista reaccionario como a la podredumbre de los grandes partidos nacionales, incluido el PP, es la única garantía, si se fragua como es debido y se articula de manera exitosa, la única salida posible al gran problema histórico de nuestro presente: la unidad de la nación política española. Por ello no basta con el voto útil, y no basta con quedarse en casa para votar al PP o al PSOE en una actitud de presentismo irresponsable y antipatriota. En tanto que líderes peperos como el propio Aznar y Rajoy, en sus discursos, distinguen entre Cataluña y España, distinguiendo así de manera inconsciente e igualando como si fuesen dos cosas parecidas, a una región de una nación política (distinción que influye, por su viscosidad y por desgracia, entre personas completamente alejadas del PP, en tanto admiten referendos separatistas en Cataluña negando al resto de españoles el poder votar en ese referendo sobre algo que a todos nos concierne e importa, como es la unidad de la patria en la que todos generamos valor económico, tejido social y comunidad, como he podido comprobar en el artículo publicado en LA VOZ DE BARCELONA Sin miedo al referendo, de mi amigo Daniel Perales), y en tanto que las medidas neoliberales del PP son tan separadoras del tejido social español como lo son los ataques neofeudalistas dentro de nuestras propias instituciones, y en tanto que todos los trabajadores españoles pagan con sus impuestos la destrucción de su patria, pagando a instituciones de inequívoco discurso neofeudalista separatista y neoliberal. En resumen, en tanto que el PP, desde el poder en Madrid, es cómplice y aliado político y económico de las pretensiones del neofeudalismo racista antiespañol, hoy día el patriotismo político español pasa, entre otras cosas, por ir radicalmente en contra del PP, tanto en materia ideológica básica como histórica, política y económica. Pues el PP, en absoluto, ni en la teoría ni en la práctica, defiende a la nación española.

En resumen: ¿quieres defender la nación española? Ataca sin concesiones al PP.

Santiago Armesilla es miembro de Izquierda Hispánica

La voz de Barcelona (7.08.2013)

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