Endeudamiento público versus expansión monetaria

“Las victorias poseen un centenar de padres, las derrotas son huérfanas”. La cita no por conocida deja de ser menos cierta. La Unión Europea está derrotada, fracasada y al borde del colapso, así que no tiene nada de extraño que sus figurantes comiencen a echarse las culpas unos a otros. Ya ocurrió cuando el rescate de Chipre que, tras el engendro que parieron entre todos en la reunión del Consejo, al percatarse de los posibles efectos negativos cada uno pretendió eludir el bulto señalando al vecino.

Ahora, con quince meses seguidos de recesión en la Eurozona, retornan los mutuos reproches. Aunque la situación no está exenta de ironía: Alemania criticando a la Comisión por la manera de gestionar la crisis y echándole en cara el alto nivel de desempleo. No contentos con ello, las gargantas profundas del país germánico -en Alemania hay muchos dispuestos a vender mercancía averiada y en nuestro país muchos a comprarla- responsabilizan del paro en España al hecho de que el gobierno haya usado tan solo 40.000 millones de euros de los 100.000 que Bruselas pretendía prestarnos para el rescate de la banca.

Alemania ha mostrado siempre un interés especial en que se realizasen los rescates en la Eurozona. Cosa curiosa, los países teóricamente beneficiados y a los que se decía que había que salvar se resistían y el Gobierno alemán, que se autocalificaba de pagano, era el que forzaba la operación y ponía un mayor empeño en ella. Y es que el lenguaje es engañoso. En todos los países, a los que se ha rescatado realmente es a los bancos y por consiguiente a las entidades financieras alemanas que eran las prestamistas en última instancia (tenían que colocar el continuo excedente de su balanza de pagos); por el contrario, las que rescatan son las haciendas públicas de los países intervenidos (es decir, los ciudadanos) puesto que son ellas las endeudadas.

Tanto Zapatero como Rajoy pretenden habernos salvado del rescate y justifican así sus medidas de marcado carácter antisocial. Rescatados a la vista está que no estamos, pero intervenidos, sí, desde hace tres años, en aquella fatídica noche de mayo en la que, sin razón aparente, Rodríguez Zapatero se entregó con armas y bagajes al primer envite de Merkel. Los burócratas de Berlín, Frankfurt o Bruselas reclaman su derecho a decidir hasta el menor detalle de la política económica. Ahí está la Comisión exigiendo que se someta a su censura la ley aprobada -con mayor o menor acierto, pero en función de una soberanía lograda en las urnas- por la Junta de Andalucía sobre la expropiación de los edificios vacíos propiedad de las entidades financieras.

Alemania presionó al Gobierno español para que llevase a cabo el rescate bancario, en otras palabras, para que nacionalizase las pérdidas. La razón, evidente. En las cajas y en los bancos nacionalizados se ha hecho perder su inversión a los accionistas (allí donde los había) y a los poseedores de participaciones preferentes. Resulta inevitable preguntarse por qué no se ha ido más allá haciendo recaer el coste sobre el resto de acreedores, que no son precisamente los depositantes (estos constituyen tan solo una parte reducida y cubierta en su mayoría por el Fondo de Garantía de Depósitos), sino otras entidades financieras principalmente extranjeras, salvadas con la deuda contraída por el Estado español, ya que, en contra de lo prometido, Bruselas no ha rescatado directamente a los bancos. Esto queda para el año que viene si Dios quiere, es decir, para un futuro que no llegará nunca.

Es dentro de esta lógica donde se entienden las diatribas que las gargantas profundas alemanas dirigen contra lo que denominan “postura cicatera del Gobierno español” al disponer de tan solo 40.000 millones; tienen miedo de que el saneamiento no haya sido completo y pueda salpicar a los bancos alemanes, ahora que se ha puesto de moda, con el rescate a Chipre, que los acreedores se hagan cargo de las pérdidas. En Chipre eran rusos, en España en buena medida serían alemanes.

Existe una razón más. En toda Europa y debido a los insoportables niveles de desempleo (en los que España es campeona) está surgiendo una amplia ofensiva en contra de Alemania y su política y a favor de que el Banco Central Europeo (BCE) realice una política monetaria expansiva a semejanza del Banco de la Reserva Federal de EE.UU. y del Banco de Japón, permitiendo el crecimiento del crédito y por lo tanto de la inversión. La política restrictiva del BCE practicada hasta la fecha ha tenido además el efecto perverso de apreciar el euro en relación al resto de divisas y, en consecuencia, de hacer perder competitividad a los países de la Eurozona frente a las otras economías.

Todos los países de la Zona euro presentan unos incrementos de precios por debajo del 2%, alejados por tanto de cualquier amenaza inflacionista. Por el contrario, el gran peligro radica en que se estanquen en la deflación, en tasas de crecimiento muy reducidas e incluso en muchos casos negativas, y en altos niveles de desempleo. Todo parece indicar que el BCE debería incrementar la oferta monetaria haciendo que el dinero llegase a las economías tanto más cuanto que es esta la conducta que están siguiendo el resto de los bancos centrales (EE. UU., Japón, Gran Bretaña, etc.).

Ni que decir tiene que tal política horroriza a Merkel y a sus talibanes. Para darse cuenta de ello, basta con escuchar al presidente del Bundesbank criticar al BCE por bajar tímidamente los tipos de interés. Para desviar el tiro de una diana que les resulta tan antipática plantean una alternativa. Dado que España es el país con mayor índice de paro, y uno de los que sufren una asfixia mayor en el crédito y siendo el español uno de los gobiernos que están presionando al BCE para que inunde de liquidez el mercado, Alemania le reprocha que no haya pedido más dinero para recapitalizar a los bancos y hacer más accesible el crédito. En definitiva, que sea el endeudamiento público español el que financie la operación y no la creación de dinero del BCE.

Todo resulta bastante lógico desde el dogmatismo de los talibanes alemanes, lo que ya no es tan coherente es que el secretario del partido socialista español salte de júbilo y afirme que Alemania viene a darle la razón. No parece que desde la óptica española haya que apuntarse a que una vez más sea el contribuyente español el que asuma el coste de mantener una estúpida ortodoxia monetaria. Pienso que en este caso únicamente la ignorancia y esa práctica tan extendida en el bipartidismo patrio de criticar al contrario por principio pueden haber movido a los dirigentes del PSOE a tomar una posición tan desafortunada.

Juan Francisco Martín Seco, La República de las Ideas, 24-05-2013

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