Desde luego, coincido mucho más con la opinión de Ayala Dip, del que cuelgo su artículo de ayer en El País, sobre Merkel que no con la de De Carreras: «Cuando ‘frau’ Merkel nos riñe» ¿Sabe la canciller el monto total que la inmaculada banca alemana dispensó a Grecia para comprar armas de su país? J. Ernesto Ayala-Dip 20 JUN 2012 En su nuevo libro, Flores en las grietas, el novelista norteamericano Richard Ford dice que una de las cosas que más le molestan últimamente de los políticos es su manía de indicarnos qué es lo que no debemos hacer. No sé si Ford al escribir esto estaba pensando en algún político en especial. Yo sí pienso en frau Merkel, una mujer que iba para estadista europea de gran calado y cada minuto que pasa se está afanando en superar con creces la antipatía que despertaba Nicolas Sarkozy y en su día la señora Thatcher. Frau Merkel es una especialista en repetir hasta el hartazgo la palabra menos lírica del mundo: no. Frau Merkel se ha apuntado al último descubrimiento de la psicología infantil: el uso sistemático del vocablo no para educar a los niños en la responsabilidad, habida cuenta de que a sus ojos los europeos del sur somos exactamente eso: niños a los que hay que reprender por lo mal que se han portado. Y además, frau Merkel ha logrado algo sumamente peligroso: convencer a los alemanes de que la gente del sur nos merecemos lo que tenemos. O mejor dicho, lo que cada día tendremos menos si ella insiste en considerarnos a los europeos del sur (léase españoles, portugueses y griegos) niños a los que hay que enderezar de una vez para siempre. Yo no sé cómo anda de memoria histórica frau Merkel. Me refiero a la suya propia. Y sé que es de muy mala educación mentar estos espinosos asuntos. Pero supongo que, para llegar a canciller de la primera potencia europea, habrá que saber algo de historia alemana. Sobre todo la del siglo XX. Y habrá que conocer esos rescates mayúsculos registrados en todos los manuales de historia como Plan Marshall. Montañas de dólares para recomponer un país que tanto hizo por llenar de sangre, dolor y miseria a Europa (incluidos aquellos alemanes que tanto hicieron por oponerse al peor régimen tiránico que conoció la humanidad) en menos de 30 años. Los señores Guindos & Montoro, como economistas que son (junto con su socio autonómico Artur Mas, que también lo es), están obligados, desde España, a reparar esa pequeña laguna de frau Merkel, recordándole que, de los niños manirrotos del sur, la banca de su país algún pellizco habrá obtenido. Eso sin contar el saludable estado de sus exportaciones, gran parte de las cuales metabolizamos por estas derrochonas regiones. Y lo poco que le cuesta el dinero que ella también pide prestado a los mercados. He pensado mucho en los dispendios que tanto dañan el concepto de ahorro de la que nunca llegará a ser la gran estadista que todos los europeos esperábamos. Sé que los hemos cometido. Alguna abuela española (lo he leído en este mismo diario) se queja ahora porque no puede ayudar a sufragar la comunión de su nieta (esa costosas fiestongas con familiares y amigos en restaurantes que se pagaban a plazos); también está (citado de un reportaje de Enric González hace pocos días, también en este diario) ese periodista griego de 32 años que evocaba con sorprendente nostalgia los dos coches y las dos casas que sus padres poseían cuando tenían su edad. Podría agregar también ese vecino que todos tuvimos que se compró un Mercedes (por cierto, de fabricación alemana) aunque solo fuera para sofocar de envidia a sus cuñados. Todo eso ha sucedido, sin lugar a dudas. Y todo eso a costa de engordar el endeudamiento familiar, un endeudamiento ante el que bancos, ejecutivos e inversores en productos tóxicos, no lo olvidemos, nunca pronunciaron el multiplicado no de frau Merkel. En este dispendio hasta 2008, nadie está libre de culpa. Sobre todo, quienes diseñaron para el ciudadano medio europeo (y ya no digamos para los inmigrantes extracomunitarios) un laberinto de endeudamiento basado en el progresivo adelgazamiento de su poder adquisitivo y el dibujo falaz de un consumismo irracional e infinito. Y para terminar, la pregunta del millón: ¿sabe frau Merkel el monto total que la inmaculada banca alemana dispensó a Grecia para que comprara armas de su país? J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario
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