Vargas Llosa, Medalla de Oro de BCN

Mario Vargas Llosa

Mis críticas a la Generalidad no son por promover el catalán, que es un acto de justicia, sino por discriminar el castellano, una gran injusticia para con las nuevas generaciones de catalanes. El nacionalismo siempre me ha parecido una doctrina pequeñita y mezquina, que empobrece la cultura y combatirlo es, para mí, una manera de manifestar mi amor a España y a Cataluña

“De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultura de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la Guerra Civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal. […] Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz”.

Así se expresaba el, probablemente, mayor escritor vivo en lengua española en el, con toda seguridad, discurso más importante de su vida (el 7 de diciembre de 2010 durante la aceptación del Premio Nobel de Literatura): con afecto inmenso hacia nuestra ciudad y con prevención contra el mayor problema que asola a España desde hace décadas, la ideología nacionalista.

El pasado martes se le otorgó en Barcelona la Medalla de Oro del Círculo del Liceo. Estuvo acompañado en ese momento por el camaleónico Ferran Mascarell, actual consejero de Cultura de la Generalidad de Cataluña con CiU y partidario de un Estado propio catalán: “Te queremos, pero no sé si te lo hemos sabido decir siempre bien; […] Barcelona, esta ciudad en la que viviste, te quiere y formas partes de su ADN”, son algunas de las boutades que le dedicó a tan insigne galardonado.

El mismo que no quiso o no supo frenar el veto, exclusivamente por expresarse en español, a Elvira Lindo en su pregón de la Merced del año 2006, cuando era consejero de Cultura, pero con el PSC y sus socios (ERC e ICV-EUiA), que conformaban el tripartito de infausto recuerdo. Es, igualmente, el que desde su puesto de vicepresidente primero del Ateneo Barcelonés no intercedió para que Rosa Díez pudiera ejercer sin presiones su legítimo derecho a la libertad de opinión y de expresión en su auditorio en 2008. Es, en fin, uno de los cargos públicos que más se ha significado en promover el desacato a la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 sobe el Estatuto de Autonomía de Cataluña, ya que lo considera un atentado “contra la identidad y la cultura” de Cataluña.

Su grado de cinismo, el de Mascarell, sólo es comparable a su capacidad para olvidar que en el mismo discurso de la entrega del más alto galardón literario, añadía Vargas Llosa:

“Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia“.

Cuando le entregaron el Nobel, sabedores los altos inquisidores de esta religión política -como muchos ya han definido acertadamente, incluido él mismo como acabamos de ver- de sus antecedentes en apoyo de opciones políticas contrarias al nacionalismo en nuestro país, se pusieron nerviosos. Jordi Pujol, el hombre de Estado, el español del año de Abc, incluso, le llamó ignorante, sin atreverse a rebatirle con argumentos. Como bien recogía un digital, la diferencia entre ambos es que el escritor se dirige al cerebro de sus lectores, mientras que el político catalán se dirige a los sentimientos de sus simpatizantes.

Pero claro, la hipocresía nacionalista, taimada y cobarde con el poderoso y envalentonada y abusona con el débil, especialista en el arte de decir blanco en privado y negro en público, tenía que rectificar para no ver sus vergüenzas expuestas internacionalmente. Tenía que recular, no tenía más remedio ya que las repercusiones de todo tipo de un Nobel son enormes en el mundo entero; pero era, siempre lo ha sido y siempre lo será, una rectificación calculada, obligada, sin espontaneidad ni convencimiento, dentro de su estrategia de transición nacional, que impone sacrificios institucionales como el abrazo de Judas con el que Mascarell obsequió a Vargas Llosa el otro día como despedida.

Pues bien, de aquel acto de entrega de la medalla antedicha, me quedo con una propuesta que quizás pasó inadvertida; la escritora Carme Riera, expresó en público una idea que me parece digna de apoyo. Reivindicó que “no estaría de más que a Mario Vargas Llosa le honraran con la más alta distinción que concede el Ayuntamiento de Barcelona“, refiriéndose a la Medalla de Oro de la ciudad.

Según el Reglamento de Honores y Distinciones del Ayuntamiento de Barcelona, que da la casualidad que conozco por motivos personales muy bien, señala: ‘La Medalla d’Or de la Ciutat de Barcelona és la màxima distinció que pot atorgar l’Ajuntament de Barcelona i té per objecte distingir a aquelles persones físiques o jurídiques, nacionals o estrangeres, que hagin destacat pels seus extraordinaris mèrits personals o per haver prestat serveis rellevants a la Ciutat‘.

¿Quién puede negar sobrados méritos al autor de La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo, u otras tantas grandes obras literarias que han llenado de reflexiones, fantasía e ilusión el tiempo de tantos lectores y que evidencian su maestría en el uso de la lengua española? ¿Quién ha podido prestar servicios más grandes a la ciudad como el que supuso su referencia extensa a la misma en una ceremonia de tanta relevancia como la de la entrega de un Premio Nobel? ¿Estará el gobierno municipal a la altura?

Quisiera ser optimista dado lo apabullante de los argumentos que deberían hacerlo natural; sin embargo, habrá un millón de personas aquí, en la Comunidad Autónoma de Cataluña, que se asombrarán, se ofenderán y horrorizarán ante tal posibilidad u otras similares, y tendremos que afrontar esas consecuencias, tal vez, durante el resto de nuestras vidas. Pero, debemos ignorar a esos pobres diablos o compadecerlos porque son esclavos de sus prejuicios, fanatismos, ciegos odios y estúpidos miedos, y cuando lleguen oportunidades como esta debemos unirnos estrechamente desafiando a esos mentecatos. Cualquiera podría poner un motón de objeciones en contra de otorgar la referida medalla, pero, la réplica es tan sencilla que no se atreverán a ponerlas.

Una anécdota que saltó a la luz hace unos meses, sirve para ejemplificar la imprudencia y la incomprensión nacionalista -en este caso de la viuda del muy recordado y admirado por todos José Agustín Goytisolo-. Esta es la respuesta que dio el eminente autor a la misma de forma respetuosa, clara y sencilla:

‘Voy tres o cuatro veces al año a Barcelona y la próxima vez que lo haga te llamaré, para que nos tomemos un café, como antaño. Hablaremos de José Agustín, a quien siempre aprecié y admiré, y del catalán, la bella lengua de tu tierra. No la hablo, pero la comprendo y la leo, y nunca olvido que en ella fue escrito el Tirant lo Blanc, uno de los libros que más me han marcado como lector y escritor, y que nunca he dejado de elogiar y promover. Yo sería muy desleal si hablara mal del catalán, que es la lengua materna de tantos amigos queridos y de una ciudad que es la tierra donde nació mi hija y donde pasé los cinco años más felices de mi vida.

Mis críticas a la Generalidad no son por promover el catalán, que es un acto de justicia, sino por discriminar el castellano, una gran injusticia para con las nuevas generaciones de catalanes. El nacionalismo siempre me ha parecido una doctrina pequeñita y mezquina, que empobrece la cultura y combatirlo es, para mí, una manera de manifestar mi amor a España y a Cataluña. Te abrazo y te deseo lo mejor’.

Así que, manifestando mi amor a España y a Cataluña e igualmente mi admiración por el escritor, el hombre y sus ideas, hago mía la propuesta lanzada al aire por la flamante nueva académica de la lengua española: pido que se otorgue a don Mario Vargas Llosa, la Medalla de Oro de la Ciudad de Barcelona y les animo a todos los lectores que hagan lo propio en el siguiente enlace de recogidas de firmas.

Antonio-F. Ordóñez Rivero es letrado e inspector de Hacienda del Ayuntamiento de Barcelona y miembro de la junta directiva de Alternativa Ciudadana Progresista

La voz de Barcelona (27.05.2012)

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