[Los diputados de Ennahda] han sido capaces de asimilar la “laicidad” a una forma de ateísmo, un indicio de colonización occidental, incluso de entablar negociaciones. ¿Qué ocurrirá cuando estas se abran? ¿Qué ocurrirá después de ellas? […] La intimidación resulta rentable, y nada la detiene. A menos que se produzca una reacción laica y determinada, la libertad de expresión, conquistada con tanto esfuerzo, se verá en suspenso en Túnez
Mientras en Francia se viven las últimas horas de las primarias ciudadanas [para la designación del candidato socialista a las elecciones presidenciales de 2012], en Túnez se contiene el aliento en la víspera de la elección a una Asamblea Constituyente crucial para el futuro. Por primera vez, los ciudadanos tunecinos podrán escoger, con toda libertad, a unos diputados que dispondrán de plenos poderes para rediseñar las instituciones y diseñar la primera Constitución de la época pos-Ben Ali.
Hasta ahora, el desarrollo de la transición en Túnez ha sido impecable, gracias a la madurez de un pueblo que ha sabido autolimitarse, a un gobierno provisional que ha sabido manejar el timón y gracias a figuras ejemplares de referencia, como el jurista Yadh Ben Achour. El comité de juristas liderado por este último [la Alta Comisión para la realización de los objetivos de la revolución, la reforma política y la transición democrática de Túnez], ha hecho aprobar una ley electoral y ha sabido manejar los dos extremos de una instancia en la que participa una constelación de organizaciones que van desde los comunistas hasta los islamistas.
Este recorrido de la pos-revolución debe ser valorado y reconocido: es admirable. Los tunecinos pueden estar no sólo orgullosos de su revolución sino también del camino recorrido desde entonces. Un país pequeño, más bien educado, más bien secularizado, y con una economía prometedora, que no se basa en los hidrocarburos sino en la apertura: el turismo. Dan ganas de pensar que esto será suficiente, pero lo más difícil está por venir. En esta democracia balbuceante, los tunecinos deben escoger a los redactores de su futuro entre un centenar de candidaturas, con cinco grandes partidos, el islamista Ennahda (Partido del Renacimiento) -sin duda el más notorio y conocido- entre ellos. La brevedad de los plazos no ha permitido equilibrar estas diferencias de notoriedad.
Los primeros sondeos sitúan a los islamistas entre el 20 y el 30% de los votos. Pero el peligro no reside tanto en el resultado de Ennahda como en la falta de lucidez de los políticos que se le oponen. Con la excepción del nuevo partido Doustourna de Jawhar Ben Mbarek (joven, jurista y laico), todos parecen haber renunciado a dar una batalla semántica capital: evitar que el islam aparezca como la religión del Estado tunecino.
Esta será la obsesión no declarada de los diputados de Ennahda, frecuentemente maestros en el arte del doble discurso, “demócratas” cuando les conviene, pero al acecho cuando se trata de imponer, aquí o allá, formulaciones “teocráticas” en la Constitución. Han sido capaces de asimilar la “laicidad” a una forma de ateísmo, un indicio de colonización occidental, incluso de entablar negociaciones. ¿Qué ocurrirá cuando estas se abran? ¿Qué ocurrirá después de ellas?
Siguiendo un guión rodado y bien conocido en otras situaciones, Ennahda ya se presenta como un “virtuoso punto intermedio” en comparación a los excesos salafistas que se están produciendo. Después de haber atacado las casas de citas y la película de Nadia El Fani, Laïcité Inch’Allah, ahora la toman con la cadena de televisión privada Nessma… por haber programado la hermosa película de Marjane Satrapi, Persépolis, que explica la toma de poder de los integristas en Irán y representa a Dios en una de las escenas. El director de la cadena, Nebil Karoui, empezó resistiendo la presión, antes de dar una voltereta espectacular y llegar a pedir disculpas por haber atentado contra lo “sagrado”. Esta capitulación en campo abierto envía una señal terrible. La intimidación resulta rentable, y nada la detiene. A menos que se produzca una reacción laica y determinada, la libertad de expresión, conquistada con tanto esfuerzo, se verá en suspenso en Túnez.
Caroline Fourest es profesora en el Instituto de Ciencias Políticas de París, Sciences-Po París, y redactora jefe de la revista feminista Pro-Choix
[Artículo publicado en Le Monde el pasado 14 de octubre. Reproducido en español con autorización de la autora. Traducción de Juan Antonio Cordero Fuertes]
La voz de Barcelona (17.10.2011)
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