¿Cabrones de griegos?

Crisis griegaLas naciones se forjan en la adversidad. El miedo al abismo es lo que hará que la Unión Europea dé un salto hacia el federalismo o por el contrario retroceda, hasta desintegrarse. La actitud ante la crisis griega (apenas 3% del PIB de la zona euro) no responde a un test económico, sino a un test histórico en el que se dilucida el espíritu con el que va a abordarse la construcción europea de ahora en adelante: el de la solidaridad entre naciones o el de la desconfianza entre pueblos.
La desconfianza resulta lógica. ¿Cómo sorprenderse de que países en apuros sean remisos a avalar a otros? ¿Cómo no plantearse si es razonable hacer más esfuerzos por rescatar a Grecia o si más bien, los griegos se merecen lo que les ocurre?
La incomprensión abierta entre el norte y el sur de Europa no es sólo una cuestión de prejuicios. Los malentendidos vienen de lejos, entre países que confían en sus Estados, que incluso han hecho muchos sacrificios para mantenerlos a flote; y un país como Grecia, donde la gente desconfía de los impuestos y de cualquier tutela administrativa desde la colonización otomana. En este punto, por lo menos, son los griegos los que deben decidir. Si deciden de veras dar la espalda a esta tradición — es decir, si aceptan el principio del impuesto como un deber cívico y no como un acto de sumisión –, Grecia permanecerá en la dinámica europea. 
Pero aún hará falta que la política de ajuste propuesta por el gobierno griego a instancias del FMI no parezca más ideológica que pragmática. ¿Cómo se convencerá si no a los ciudadanos para que hagan ese esfuerzo, cuando perciben que son los más humildes y los servicios públicos los que pagan la crisis? ¿Por qué se esperó tanto, por ejemplo, antes de plantearse reducir las exenciones de impuestos para los armadores o el colosal presupuesto destinado a la defensa? El impuesto en Grecia no podrá legitimarse como deber cívico si no involucra — en las proporciones adecuadas — tanto a los funcionarios como a los mercaderes de barcos o de cañones. Hasta que este pacto cívico no se restablezca, los griegos no saldrán de la zona de peligro.
Se trata de un proceso largo. La decisión sobre si seguir ayudando o no a Grecia no puede demorarse por mucho más tiempo. Y no deja de ser una apuesta. Una apuesta que ha de hacerse sin tener la certeza absoluta del resultado, incluso asumiendo que hay pocas posibilidades de que algunos créditos sean devueltos.
La cuestión no es si los griegos merecen esta ayuda o no, sino saber si queremos resistir a los ataques especulativos contra la zona euro. Si tenemos interés, colectivamente, en avanzar hacia una Europa más federalista y más solidaria, o si preferimos hacer marcha atrás.
Avanzar hacia una política económica más federal implica limitar la soberanía de los Estados. Si ésta no es inmediatamente compensada por un tratado que devuelva poder a los pueblos y a sus representantes, es decir al Parlamento Europeo, la apuesta de la «solidaridad» alimentará la dinámica de desconfianza entre los ciudadanos europeos y la Unión. Huelga decir que este salto sin paracaídas daría munición a todos aquellos que juegan a la contra y piden ya hoy una vuelta atrás, a la época del «sálvese quien pueda». En ese caso, Europa se encontraría realmente en camino hacia lo peor, y no sólo a nivel económico: después de Grecia llegaría el momento de hablar de Italia, de España, de Portugal… países que tienen sus propias debilidades, como las tenemos todos [también en Francia].
¿A qué se parecería una Europa que no hace más que repetir que todo es culpa de otros? Se parecería a un continente que hubiera olvidado el sueño de una Unión capaz de superar el odio y la guerra. Preseverar en este sueño significa ir hacia adelante, pero no sin frenos ni volante.
Caroline Fourest
[Traducción Juan Antonio Cordero]
Le Monde (17.09.2011)

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