Ante retos tan hercúleos, la casa puede ser ‘gran’, pero está tremendamente sola
Cada Onze de Setembre, el catalanismo debe hacerse una analítica. ¿Cuál es el dato más preocupante de este año? La fatiga crónica del PSC. Su posición nacionalmente ambidextra le convertía en fácil diana de tirios y troyanos, pero su función equilibradora se echará en falta. El PSC pisa tierras movedizas. Se hunde bajo el peso muerto de Zapatero. Pero también bajo el de Montilla y compañía. Responsables del gris y tristón periplo de la última década, ni dejan paso ni dan paso alguno para revitalizar el discurso y para regenerar el debilitadísimo arraigo del PSC. La decadencia del socialismo catalán deja el paso franco a un PP que, empujado por C’s, está en condiciones de articular políticamente al importante segmento de la sociedad catalana que vive emocionalmente en español. La gran corriente azulgrana impide observar como aumenta en Catalunya el fervor por la roja. El PP intentará articular políticamente las emociones que suscita la selección española en aquellas zonas de Catalunya en las que no se habla apenas catalán y en cuyos bares nunca se sintoniza TV3.
Esta realidad no es nueva. La Catalunya que emergió del franquismo ya era así. La izquierda (primero el PSUC, después el PSC) se propuso convertir las dos comunidades lingüísticas del país en un solo pueblo. Jordi Pujol sintonizó con la izquierda en este punto y el catalanismo transversal, convencido del papel modernizador y civilizador de la escuela, desarrolló el modelo de inmersión, un modelo que ahora está bajo los focos. Unos pocos lo atacan, otros muchos lo defienden: en realidad, su capacidad de fomentar la catalanidad o la unidad comunitaria es muy relativa. Casi todos los jóvenes catalanes dominan los rudimentos de la lengua de Cervantes (así lo demuestran las encuestas evaluadoras), pero sólo una parte de los que obtienen el certificado escolar consigue dominar los rudimentos de la lengua de Llull. Lo mejor del modelo catalán de escuela es que no segrega. Quizás no une, pero reúne a todos en las aulas y patios. En las aulas el catalán tiene preeminencia, en los patios sucede al revés. La escuela no puede revertir las corrientes sociales: el castellano avanza con revitalizada fuerza en las calles catalanas.
Y es que, en la era de la imagen, es muy relativa la capacidad de la escuela para construir comunidad. En tiempos de Edmondo De Amicis, autor del entrañable Cuore («Corazón»), la escuela era el único ascensor social y un formidable instrumento integrador. Italia es más hija de la escuela italiana que de Cavour y Garibaldi. La escuela pública es la gran fábrica de franceses. Pero estamos hablando de los siglos XIX y XX. Ahora las patrias no son territoriales, sino virtuales. En un mismo bloque de pisos pueden coexistir diversas sintonías. La de TV3 y la de Telecinco. Ninguna de las dos puede conectar con la patria virtual de Al Yazira, pero Telecinco, al revés de TV3, sí puede establecer lazos de continuidad con cualquier canal «latino». Esto explica la nueva vitalidad del castellano en Catalunya. El fracaso de la escuela como ascensor social y como fábrica de identidad afecta a Francia (incendios en la banlieue), afecta a Gran Bretaña (desmanes agostiles en Londres) y afecta, por supuesto, a Catalunya. Comparada con la influencia que ejercen las todopoderosas pantallas hipnóticas (televisión, móvil, ordenador), la incidencia de la institución escolar sobre niños y jóvenes es ridícula.
La crisis de la escuela, en la que el catalanismo transversal puso tantas esperanzas y la debilidad del PSC dejan el catalanismo exclusivamente en manos del Govern de CiU. ¿Acaso no han estado siempre en tales manos? Si Pujol durante años pudo marcar goles como delantero centro es porque los alcaldes del Baix Llobregat actuaban como defensas centrales. Ahora CiU deberá ejercer de defensa y delantero.
La España del PP avanza a marchas forzadas (aunque en el pausado tono de Rajoy) hacia aquellos objetivos que marcó el contundente Aznar. Tensando la cuerda neoespañolista, hacia la segunda transición. Son muchos retos para la Casa Gran de Mas. Por falta de espacio, no podemos detenernos en los económicos y sociales: controlar del déficit, reduciendo los servicios básicos, lidiar con el Estado por la aportación catalana a la solidaridad, desarrollar modelos de excelencia, reindustrializar el país, fomentar las exportaciones, encajar el paro, pelear por las infraestructuras (Aena, corredor mediterráneo). ¡Ni Hércules conseguiría hacer frente a tantos trabajos!
Por si fuera poco, Mas tiene que intentar la cuadratura del círculo. Debe evitar la división cultural catalana, lo que obliga a CiU a desarrollar un catalanismo no identitario, no romántico (si no lo consigue, el PP no encontrará obstáculo alguno en su avance). Pero por otro lado, CiU se debe a su electorado de clases medias catalanohablantes, un electorado que ha descartado por el momento la opción de ERC y de otros satélites, pero que está sobreexcitado por la tensión estatutaria y por la presión judicial. Combinar la veterana excitación romántica y con un catalanismo aséptico, de carácter económico, no será fácil. Y menos cuando la gente está irritada por la crisis. Y menos cuando la escuela no puede cumplir las viejas exigencias. Y menos cuando el PSC se deshincha (pronto sentirá CiU nostalgia de aquel odiado rival). Ante retos tan hercúleos, la casa puede ser gran, pero está tremendamente sola.
Antoni Puigverd
La Vanguardia (12.09.2011)
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