Es usted quien reduce la pluralidad lingüística de Cataluña a la homogeneidad, no el PP, ni Ciudadanos, ni UPyD, ni ninguno de los que nos oponemos a la homogeneización otrora franquista. En este caso, cambiando el español por el catalán. Es a usted a quien ofende la presencia del castellano, a nosotros no nos ofende en absoluto la presencia del catalán. ¿Es preciso decirlo?
Señora Gabancho, me he permitido la licencia de contestar a su artículo publicado en Ara, titulado: La croada contra el català. Las ideas que usted expone en él forman parte del catecismo político del catalanismo en el poder y gente como usted las han convertido en mantras; es decir, en consignas que la razón no cuestiona porque están infectadas de ideología y de emociones excluyentes. Y eso, debería considerar, es incompatible con el respeto a los demás y a la democracia.
No seré breve; el mantra no necesita razonamiento, pero el argumento sí y éste suele necesitar espacio. Me sabrá perdonar.
‘Explico todo esto [escribe en su artículo] porque coincide con la ofensiva -una auténtica cruzada- contra la lengua catalana, impulsada por el PP’.
Su argumento es un viejo mecanismo de defensa descrito por Freud, denominado proyección, que consiste en atribuir a los demás las intenciones incómodas que no podemos soportar en nosotros mismos. En este caso, atribuye usted al PP una supuesta cruzada contra el catalán, cuando es usted quien demuestra con sus actos y palabras querer eliminar el castellano de la vida pública catalana o, si lo prefiere, hacer del catalán el único idioma oficial de Cataluña.
Mucho antes de que usted hubiese llegado a Cataluña, el catalanismo lo utilizaba como el mantra más insidioso para neutralizar a todos aquellos que exigían libertad lingüística. Sabían que sólo satanizando a los que pidiesen bilingüismo escolar e institucional, se podría avanzar en el sueño de una Cataluña monolingüe solo en catalán. Sepa usted, o no, el origen de esta tropelía, el argumento resulta sucio en cuanto se compara con supuestos parecidos. Si exigir el derecho de voto femenino se hubiera interpretado por el mundo masculino como una cruzada de las mujeres contra su propio derecho al voto, o como una amenaza a su posición de dominio en la sociedad, aún estaríamos esperando el derecho femenino al voto. O si prefiere, si hubieran actuado aquellos hombres conforme hace el nacionalismo contra el derecho de los castellanohablantes a estudiar en lengua materna, la mujer seguiría con la pata quebrada y en casa. Lo intentaron, todo hay que decirlo, pero afortunadamente no ganaron los retrógrados.
Interpretar que la exigencia del derecho a estudiar también en castellano es una cruzada contra el catalán, sólo puede ser interpretado como lo que en la práctica significa, puro racismo cultural. Yo tengo derecho, parece pensar usted, porque la fuerza del castellano me intimida. Si no la acoto, me asfixia. En este caso, cualquiera que se sienta en inferioridad respecto a algo o alguien, podría alegar impunidad para excluir. Acaba usted de invocar el principio de la guerra.
No obstante, le debo tranquilizar, no es usted la primera ni será la última. Es un viejo estigma que ha venido siendo utilizado por el catalanismo desde siempre. Joan B.Culla i Clarà, historiador nacionalista, ya lo había hecho el pasado 24 de junio en las páginas de El País (¿Paso franco al PCC?) para desautorizar la entrega de más de 500 solicitudes de familias a los responsables de educación de Cataluña exigiendo el derecho a estudiar en lengua materna según disponen 5 sentencias firmes del Tribunal Supremo (TS) y ampara el Tribunal Constitucional (TC):
‘La visión de Sánchez-Camacho al lado de Francisco Caja en la puerta del Departamento de Educación, el hermanamiento del PPC con el castellanismo fanático y grupuscular, es un paso en la dirección contraria’.
Es curioso que lo que disponen los tribunales -no otra cosa exigen Caja y Sánchez Camacho- es considerado por el ínclito Culla i Clarà como ‘castellanismo fanático y grupuscular’. Bonita democracia esta en la que vivimos: personas que recurren democráticamente a los tribunales, aceptan sus sentencias y exigen su cumplimiento son considerados fanáticos y grupusculares, y quienes les insultan y desacatan sentencias escriben y cobran de uno de los periódicos más importantes de Cataluña y el más vendido en toda España. Paradojas muy corrientes por estos lares.
Con razón, Sánchez-Camacho, diana de su artículo y de otras tantas andanadas, mostraba su indignación en un catalán exquisito la semana pasada en Els Matins de TV3: “Que defienda un modelo bilingüe en Cataluña, o un modelo trilingüe, no excluye ninguna de las lenguas”. No ha sido el único partido, ni la única líder. En Cataluña, quién más quien menos, hemos recibido nuestra ración de isótopos catalibanes. Es bueno denunciarlos a todos, porque la calumnia no tiene cabida en una democracia, sea quien sea el calumniado.
Patrícia Gabancho:
‘Parece mentira que una lengua (el español) que se plantea conquistar el mundo entero se tome la molestia de atacar una lengua menuda y tímida como el catalán. ¿Qué falta les hace? Ya se sabe, el espíritu es el espíritu. El catalán no ha sido colonizador ni cuando las lubinas surcaban el Mediterráneo con las cuatro barras al lomo, y el castellano lo es incluso cuando no le hace falta. Es la obsesión por la homogenización, dentro de la cual la diferencia ofende’.
Son las personas las que tienen valores y toman decisiones, no las lenguas. La lengua española no puede atacar a lengua alguna, por muy menuda y tímida que sea la víctima. Sólo es un instrumento de comunicación; no le atribuya intenciones y voluntad. Y, sobre todo, no la considere genéticamente malvada. Por la misma razón, no le atribuya tampoco bondad inmaculada al catalán; como el castellano, no es sujeto de sus actos.
Ahora bien, si las toma como sujetos con voluntad en lugar de juzgar a los hombres que en su día la impusieron o la enseñaron en lares distintos de donde surgieron, colegirá conmigo que si el catalán hoy se habla en el Alger (Italia), en Mallorca o en Valencia, será por los mismos motivos que se habla el español en América. ¿O acaso una es colonizadora y la otra inmaculada? Me resulta casi ridículo tener que argumentar semejantes obviedades. Las lenguas son hijas de su tiempo, de todos los tiempos, que es tanto como decir que son consecuencia de las decisiones de los hombres. Si hoy el inglés y el español son los dos idiomas francos más importantes del mundo se debe al dominio político que tuvieron en el pasado, además de ser útiles para la comunicación y para la ciencia. Muchos de los métodos utilizados para extenderlas no fueron democráticos, como el resto de actuaciones políticas de su tiempo. Precisamente por eso, ahora que vivimos en tiempos y sistemas democráticos, aborrecemos prácticas no democráticas. Como el excluir un idioma en nombre de los delirios monolingüistas del nacionalismo o de cualquiera otra aspiración atajada por prácticas no democráticas.
Pero quizás su última sentencia es la más contradictoria:
‘Es la obsesión por la homogenización, dentro de la cual la diferencia ofende’.
Debería usted recapacitar. Hoy, en España, nuestra Constitución ampara la pluralidad lingüística y, recientemente, a propósito del Estatuto de Autonomía de Cataluña, ha sentenciado la conjunción lingüística, es decir, el derecho del catalán y el castellano a ser igualmente lenguas docentes. España no homogeniza; muy al contrario, su sistema de organización territorial permite que en las CCAA con más de una lengua oficial, impere el respeto a las diferencias. No sólo moral, sino oficialmente. Quien reduce la pluralidad a la homogeneidad es la Generalidad y todos los intelectuales orgánicos como usted pretendiendo que sólo una lengua sea la de las instituciones, sólo una identidad cultural catalana sea la identidad de todos los catalanes y sólo un sentimiento antiespañol sea el legítimo crisol del inconsciente colectivo catalanista. Es usted quien reduce la pluralidad lingüística de Cataluña a la homogeneidad, no el PP, ni Ciudadanos, ni UPyD, ni ninguno de los que nos oponemos a la homogeneización otrora franquista. En este caso, cambiando el español por el catalán. Es a usted a quien ofende la presencia del castellano, a nosotros no nos ofende en absoluto la presencia del catalán. ¿Es preciso decirlo?
Patricia Gabancho:
‘Declaración de Gerona. Establece el derecho de la comunidad lingüística en la propia casa, es decir, anudan lengua y territorio. La gente nace en una cultura y en una lengua, y cultura y lengua nacen (o las nacen) en una tierra concreta’.
Nos dice que el PEN, asociación internacional de escritores, cuya versión a casa nostra es un nido de nacionalismo militante, llevará a la ONU la Declaración de Gerona. Según nos cuenta usted, lengua y territorio van unidos. Ahora resulta que los seres humanos, libres y capaces de ser cualquier cosa quedan atrapados en una lengua, como quedan atrapados por un territorio. Si bien es cierto que nuestras experiencias primeras tienen un lugar destacado en la formación de nuestras emociones, no determinan ni nuestra razón, ni afortunadamente, nuestra voluntad. Si así fuera, sería la peor condena que nunca se pudo imaginar la humanidad: ser esclavos del territorio donde naces, de la cultura que mamas, de la lengua que hablas. No le daré más argumentos que la realidad empírica. En la inmensa mayoría de los territorios se hablan varias lenguas, en muy pocos Estados se habla una sola y casi todos los humanos conocen más de una lengua. En Europa, sólo tres Estados tienen una sola lengua: Islandia, Portugal y Malta. En todos los demás hay dos o más, en la mayoría se respeta el derecho a elegir la lengua escolar y en todos, sin excepción, se puede estudiar en la lengua oficial del Estado. ¿En todos? No, en España, no.
No es este dato el más significativo, lo más inquietante son las consecuencias que se deducen de su pretensión y de ese simulacro de PEN internacional que en Cataluña se reduce a una agencia subvencionada para propagar internacionalmente el nacionalismo más etnicista. Lo más inquietante es la solución que darían ustedes a países como EEUU, Canadá o continentes enteros como Americana Latina, a la mayoría de los países africanos, o China, etc. ¿Cuál sería la lengua del territorio y qué habría que hacer para restablecer su hegemonía en el caso que la hubiera perdido por los avatares de la historia? La que liaría usted si cada Estado de Europa le da por marginar a todas las comunidades lingüísticas que lo componen para imponer ‘la lengua de la tierra’. Nuevamente a vueltas con el Volkgeist.
Si fuera cierto lo de la lengua, la cultura y la tierra, usted sería la primera en refutarlo con su actitud lingüística. Habla y vive en catalán sin mayor problema. Sin embargo, usted nació en Argentina sumergida en medio de la lengua española, llegó a Cataluña a los 22 años, cambió de lengua y vive en catalán y del catalán. Si cada tierra tiene su lengua y ésta nos constituye, ¿cómo es que vive con toda naturalidad en catalán?
Patricia Gabancho:
‘Ya no podemos tener en cuenta la famosa lengua materna, porque en Cataluña hay 300 lenguas maternas. Por tanto, la que ha de prevalecer es la lengua nacida en la tierra, lo que el Estatuto dice ‘lengua propia’, y que en Cataluña sólo puede ser el catalán’.
Si usted vino a Cataluña de Argentina a los 22 años y ahora está en los 50, usted llegó a Cataluña hacia el año 1983, año de la primera autonómica Ley de Política Lingüística, imposición de la primera inmersión no oficial, exilio de 14.000 maestros y profesores y el inicio de una década de silencio y chantaje moral contra todo el que disintiera del catalanismo monolingüista. Si usted hubiera vivido los años 60 y 70 seguramente se hubiera sumado a la reivindicación de la escuela en lengua materna. Como todos los que sí estábamos. Y era justo defenderlo. Con todos los argumentos, sobre todo con el de la ONU (desde la UNESCO) que en 1953 sentenció: ‘Es axiomático que el mejor medio para enseñar a un niño es su lengua materna’. Fue la mejor y la más persistente campaña del catalanismo frente al monolingüismo oficial de la dictadura franquista. Por eso nos sumamos todos, por eso nos rebotamos tanto tantos cuando a la vuelta de los años, los mismos catalanistas que nos pidieron apoyo para reivindicar la lengua materna en catalán nos la negaban en castellano ahora que estaban en el poder. Que venga ahora usted escribiendo que no se ha de tener en cuenta ya la lengua materna porque en Cataluña hay 300, es de un cinismo inaguantable.
Se ha olvidado usted de señalar que esas 300 lenguas no son oficiales. Y, de momento, mientras haya Estado, hay leyes y deben ser respetadas. Sobre todo si son democráticas. Y de entre esas oficiales, el español es una de ellas, además de ser la común de todos los españoles. Otra cosa es que usted no acepte la existencia de España, el color rojo de las amapolas o a los ingenieros chinos. Eso es su subjetividad, no un argumento para obviar el estatus jurídico de una lengua.
Deduce usted que ha de prevalecer la lengua que ha nacido en la tierra, de ahí colige que sólo puede ser una, y esa una es el catalán, que por el principio de propiedad, ha de ser la única. Acabáramos; igual que Franco, pero substituyendo el catalán por el castellano, España por Cataluña; eso sí, con argumentos para parecer educada y demócrata. Le recuerdo que el catalán, como todas las lenguas latinas, actualmente vigentes, nació de la descomposición del latín, por tanto, el latín estuvo por esta tierra antes que el catalán, que a su vez había suplantado a las lenguas ibéricas anteriores.
Según el último Barómetro de la Comunicación y la Cultura de la Fundación Audiencias de la Comunicación y la Cultura (FUNDACC) de 2010, la lengua propia (o ‘lengua de identificación’) del 55,1% de los habitantes de Cataluña es el castellano; la del 39,4%, el catalán; y la de un 5,2%, otras lenguas. Si las cosas fueran como dice usted, es decir, que la lengua propia de la tierra sólo fuera el catalán, ¿cuál es la solución que usted tiene diseñada para ese 55,1% de catalanes que tiene por lengua propia al español? Y, concretamente, ¿qué recomienda hacer con la mayoría de ese 55,1% de nacidos en Cataluña que mamaron desde la cuna la lengua de la tierra en la propia Cataluña, porque aquí nacieron y aquí se la encontraron? Es decir, ¿qué haría con esos catalanes que se confundieron de cuna y de lengua? Le recuerdo que las deportaciones están muy mal vistas.
Patrcia Gabancho:
‘España impone lengua, mercado y consumo cultural en cualquier parte y establece una competencia perpetua y desigual con el catalán’.
Acaba usted de descubrir la sopa de ajo. Como el inglés, como el árabe, como el chino mandarín. Es una evidencia que las lenguas con muchos hablantes y (o) de comunicación internacional tienen influencia y hacen más competentes a los que las dominan. En Cataluña, hoy, eres más competente si hablas las dos lenguas oficiales que una de ellas. De perogrullo. El inglés no se impone, pero muchas personas lo aprenden porque les resulta rentable dominarlo. Es pragmático hacerlo. Como todo. ¿Habríamos de prohibir las retrasmisiones del Barça para reducir la tendencia de los aficionados a elegirle como su equipo favorito para evitar así el temor a que el Espanyol se fuera quedando sin aficionados? O, por el contrario, ¿deberíamos facilitar igual trato de partida y que sean los espectadores los que elijan optar por seguir a uno, a otro o a los dos? Si no ha asumido, a estas alturas, que las lenguas están para servir a las personas y no las personas a las lenguas, estamos listos…
Patricia Gabancho:
‘Alicia no tiene derecho a escolarizar a su hijo en castellano porque la inmersión lingüística es un bien superior’.
¿Por qué los hijos de la señora Gabancho tienen derecho a escoger la lengua de enseñanza y los de la señora Sánchez-Camacho no? La Constitución otorga ese derecho, y el TC y el TS han dictado sentencias a favor de ese derecho. Paradojas de estos tiempos tribales: una madre nacida en Cataluña con lengua materna en castellano es vetada por una madre nacida en Argentina y escolarizada en castellano. ¡Con la lengua catalana como disculpa!
Sólo incumpliendo la ley, señora Gabancho, y excluyendo de derechos a las personas puede garantizar la inmersión obligatoria, pero eso es racismo cultural, un atentado contra la democracia. ¿Por qué la inmersión es un bien superior? ¿Por qué da ventajas a los hijos de la señora Gabancho? No, la inmersión es un método para aprender idiomas que mal utilizado, o sea utilizado como un instrumento de ingeniería social para construir una nación, se convierte en totalitarismo puro y duro. El único bien superior en este caso es la libertad, la libertad de elegir la enseñanza de tus hijos.
Patricia Gabancho:
‘A veces es preciso vulnerar derechos individuales a favor de los derechos colectivos. Exactamente lo contrario de lo que nos dicen los españoles: son las personas, no las lenguas, las que tienen derechos; y las tierras no tienen lenguas’.
¿Sabe que los Derechos Humanos no reconocen los derechos colectivos, sino los derechos individuales? ¿Y sabe por qué? Porque si defendiera los derechos colectivos, tales derechos podrían impedir derechos a otras personas, mientras si el derecho individual de persona a persona prevalece, nadie puede salir perjudicado. Por ejemplo, si los Derechos Humanos defienden sus derechos como persona humana sin ningún apellido, nacionalidad, religión, lengua, estado, sexo, etc., usted está plenamente defendida, por ejemplo como mujer; como votante, como periodista etc. Pero si defendiera, por ejemplo, colectivos de mujeres liberadas, divorciadas, maltratadas, o del colectivo de mujeres de Afganistán a llevar el burka, esos grupos podrían impedir a otras mujeres de otros grupos diametralmente opuestos, su libertad. Pasa lo mismo que los derechos dentro de una comunidad. Si el colectivo de catalanistas considera que su lengua debe ser ‘la única lengua docente’ está impidiendo al resto de ciudadanos acceder a ese derecho. Pero si el derecho es de todos los ciudadanos, ni el hijo de la presidenta del PP de Cataluña, ni el hijo del colectivo catalanista serían excluidos de ese derecho.
Patrcia Gabancho:
‘La cohesión social se hace alrededor de la lengua propia de la comunidad, o la comunidad desaparece’.
Parte usted de una premisa falsa, suponer que la comunidad tiene lengua propia; cuando en realidad, son las personas las que tienen lengua o lenguas propias. Y si la comunidad la tiene, tendrán que ser aquellas que sean oficiales, a no ser que hable usted de antropología y entonces, el catalán lo compartiría con otras muchas que la precedieron, incluido el latín de donde procede. Pero para este concepto de lengua propia, capital en el fraude que el nacionalismo ha hecho a los ciudadanos de Cataluña, le remito a un artículo publicado en Abc, en febrero de 1996, titulado: La lengua propia, donde desarrollo la historia de este fraude. Viejo mantra éste. A pesar de los 15 años trascurridos, la argumentación es suficiente. Es un poco largo, pero usted se perdió algunos años esenciales de la construcción de esta Cataluña virtual que le vendieron cuando vino. Sabrá perdonarme. Pero no me resisto a adelantarle algún argumento:
‘¿Por qué ha sido elegida la lengua como signo de demarcación del nacionalismo? Porque el hecho diferencial del que emana la disculpa reivindicativa necesita algún elemento objetivo que evidencie la diferencia. No olvidemos -como nos recuerda Gabriel Albiac- que el nacionalismo ni es bueno ni es malo. El nacionalismo es excluyente o, sencillamente, ¡no es! Y la lengua, en cuanto le permite diferenciar, le permite ser; es decir, le permite excluir. Mas allá de la simulación bilingüista que el poder nacionalista debe sostener, la evidencia de esa verdad es hoy incontestable en Cataluña. Lo cual debería hacernos reflexionar seriamente, tanto por la aberración que supone la limpieza lingüística que de ello se sigue, como por el silencio intencionado con el que se tapa la aberración. Sin embargo, los nacionalistas han conseguido que la utilización de la lengua como criterio de demarcación aparezca no sólo como inaplazable y justificado desquite de agravios históricos sino como irreprochable desde el punto de vista moral y político. El embotamiento al respecto es tan eficaz como unánimes los medios periodísticos y políticos puestos a su servicio. Ante situaciones como ésta, sólo la analogía nos puede sacudir las entendederas. Intentémoslo. ¿Se imaginan que el artículo 3 del Estatuto de Cataluña pusiese: ‘La raza propia de Cataluña es la blanca’? No, claro; no se lo imaginan. No obstante, si lo pusiese, no necesariamente supondría trato discriminatorio contra los ciudadanos catalanes de otras pigmentaciones. Un naturalista podría aclararnos que la mención a la raza propia sólo era una referencia de cariz histórico para especificar que la raza blanca era la autóctona de Cataluña. Claro, que si la especificación no sirviese para fundar derecho u obligación, ¿para qué diantres íbamos a malgastar artículos del Estatuto en poner lo que pertenece a las Ciencias de la Naturaleza? Como vemos, la referencia a la raza nos resulta inaceptable o gratuita. Nunca la admitiríamos como criterio étnico o como esencia de la nación catalana. ¡Raza catalana! Su sola mención nos resulta grotesca. Sin embargo, lo que para nosotros nos parece propio de bárbaros para otros ha sido o es signo inequívoco de derecho de ciudadanía. Hace sólo tres décadas, el líder negro Martin Luther King moría asesinado a cuatro manzanas de la Estatua de la Libertad por pretender que los negros no fueran ciudadanos de segunda, y sus hermanos de color de la República Sudafricana han tenido que esperar a las puertas del siglo XXI para poder votar en un país en el que sólo votaban los blancos. La analogía de la religión propia, al igual que la metáfora de la raza propia, desnuda y transparenta la sinrazón de la lengua propia. Nos frotaríamos incrédulos los ojos si un buen día abriésemos el Estatuto y leyésemos en su artículo tercero: ‘La religión propia de Cataluña es la cristiana’. Si además comprobásemos que nuestros políticos sólo considerasen como auténticos catalanes a aquellos ciudadanos que profesasen públicamente la religión catalana, entonces no nos frotaríamos los ojos, nos los sacaríamos. Afortunadamente, a ningún catalán cuerdo se le podría pasar por la cabeza semejante disparate’.
Prosigo. Si le admitiese la primera suposición que hace a modo de conclusión: ‘Si el catalán no fuese la lengua de cohesión social, la comunidad desaparecería’, habría de suponerme que me está rechazando al español como lengua común. ¿Me quiere decir que no admiten al español como lengua común, o de cohesión social para España a pesar de que es una lengua franca de todos los españoles, pero considera imprescindible que el catalán sea única lengua de Cataluña para garantizar la cohesión social de ésta? ¿En nombre de qué el catalán, si hay dos (tres con el aranés) lenguas oficiales? ¿Porque tiene más hablantes? No, el español es el idioma más hablado en Cataluña. ¿Porque es la lengua propia? No, la lengua propia de los catalanes más extendida es la española (55,1% frente al 39,9%). En todo caso comparte la propiedad con otras. ¿Porque la lengua catalana es más eficaz para la cohesión social que el castellano? ¿Porque lo dice usted? De hecho, la propia inmigración escoge el castellano, si es libre para hacerlo, porque muchos vienen de Latinoamérica y el resto tienen en España entera puestas sus expectativas en la mayoría de los casos. ¿Eso es malo? No, eso es libertad.
Pero lo peor de su argumento está en el acto fallido que transporan sus intenciones excluyentes. Considera que si el catalán no fuera la lengua de cohesión social, o sea única, la comunidad desaparecería. ¿Está insinuando que el recurso ético a la cohesión social, solo es un sucio procedimiento para desmantelar la paz de España y, por ende, su fragmentación? Reflexione dos segundos y verá que usted acaba de importarnos de Argentina lo peor del peronismo y de nosotros mismos: el cainismo, la demonización del otro, el maniqueísmo, que tanto daño nos ha hecho históricamente y que España parecía haber superado con la Transición democrática. Al menos así se lo recuerda, en artículo dedicado a usted, el escritor argentino con residencia en Barcelona, Eduardo Goligorsky, en la revista de la Asociación por la Tolerancia, titulado: Totalitarismo de ida y vuelta, donde analiza su libro: El preu de ser catalans. Y a usted misma. Se lo recomiendo.
Mire, debo serle sincero, no conozco su trayectoria vital, pero le recuerdo la del inquisidor Torquemada. Ese judío converso, cristiano nuevo, verdadera máquina de exclusión contra sus orígenes cultural y religioso. Tiene usted derecho a cambiar de lengua, a hablarlas todas, sólo faltaría, pero ninguno a excluir mis derechos lingüísticos ni los de ningún otro ser humano.
En una cosa sí estoy de acuerdo con usted: ‘Las lenguas no se hacen francas, sino que lo resultan, a base de ocupar espacio y usos’. Efectivamente. ¿Sabe por qué se convirtió el castellano primero, ese que no pasaba de un balbuceo del latín vasconizado, en una koiné de los territorios conquistados a los árabes por los guerreros castellanos y posteriormente en lengua franca o lengua común en toda la Península Ibérica? Porque no rechazó, sino incluyó cuantos giros y términos de todas y cada una de las hablas que emergían por doquier de la conversión del latín en lenguas romances. Y, sobre todo, del árabe, del que llegó a representar el 30% de su vocabulario. La razón fue puramente pragmática, los miles de desarraigados que buscaban cobijo en los territorios conquistados de Castilla a los árabes y los autóctonos que ocupaban los territorios tenían la necesidad de entenderse. Sin restricciones, sin imposiciones, mezclando términos, sonidos, que poco a poco convirtieron ese dialecto o lengua romance procedente del latín, y del vasco, en una koiné donde se entendían la mayor parte de los habitantes de la península.
Efectivamente, una lengua no se hace franca, ni de cohesión social, ni común en una democracia con imposiciones, sino con la elección libre de los hablantes de una comunidad. Por muchas y variadas razones, la primera por interés y pragmatismo, valores más legítimos que su mentalidad excluyente. Deje en paz al español, deje en paz al catalán, las dos son lenguas oficiales de Cataluña. Deje que nuestros hijos las aprendan como instrumentos de comunicación y no como ideologías de exclusión. Ni el catalán es Cataluña, ni lo es el español. Sólo son dos modos útiles de comunicarnos. No soy de los que piensen que cuantas más lenguas se hablen en una comunidad, mayor es su riqueza, pero allí donde se da esa diversidad, es preciso respetarla.
Antonio Robles es profesor y ex diputado autonómico
La voz de Barcelona (5.07.2011)
Sé el primero en comentar en «Los mantras de Patrícia Gabancho»