Elogio del consentimiento

Caroline FourestUna terrible puesta en escena, ciertamente, que esconde una sociedad monstruosamente desigualitaria. Una sociedad donde la punición moral, a la manera religiosa, es un sucedáneo para compensar la ausencia de justicia social. Incluso la libertad de prensa en el sentido anglosajón, invocada para dar lecciones a la prensa francesa, es en realidad una forma de libertad de comercio: la de vender papel, sin preocuparse por matices como el respeto a la vida privada o la presunción de inocencia

Los medios de comunicación americanos e ingleses, con los tabloides a la cabeza, ironizan. ¿Cómo la prensa francesa ha dejado que Dominique Strauss-Kahn se convirtiera en un personaje tan importante sin investigar de cerca su mayor debilidad? Los periodistas franceses, por su parte, se preguntan cómo se puede titular ‘DSK: the perv’ (el pervertido) en la portada de un diario americano, tan sólo veinticuatro horas después de su arresto, sin esperar a saber si es culpable o no.

Independientemente de cómo evolucione, este asunto ha mostrado la fractura entre el enfoque francés y americano, entre una cultura fundamentalmente latina y otra fundamentalmente anglosajona. Con sus fortalezas y sus debilidades. Y el riesgo, como siempre, de pasar de un exceso a otro.

Empecemos por un poco de autocrítica. La protección de la vida privada y la presunción de inocencia no justifican en absoluto minimizar una agresión sexual, o poner en duda la inocencia de quien se dice víctima. Los comentarios despectivos sobre el físico de la presunta víctima, la forma en la que otros episodios que vuelven a la superficie son desdeñados, son indicativos de una cultura donde el poder masculino sigue siendo sagrado. Una reliquia del patriarcado, por supuesto, pero también del Antiguo Régimen.

Los cortesanos tienen siempre derecho a más consideraciones que el pueblo en caso de extravíos. Sobre todo el futuro de otros cortesanos depende de ello. Incluso el sistema judicial francés, envidiable cuando se compara con el sistema americano, tiene aún un largo camino a recorrer para tratar a poderosos y no-poderosos en pie de igualdad. La forma en la que el affaire Tapie se cerró es un ejemplo flagrante.

En Estados Unidos, donde el dinero es el rey, todo puede comprarse. Sobre todo, una pena de prisión si uno se declara culpable. Siempre que se produzca una expiación. En Nueva York, eso significa ser exhibido como un trofeo por los policías, a la manera del Far West, grabado con hierros en los pies o fotografiado de noche en su celda.

Una terrible puesta en escena, ciertamente, que esconde una sociedad monstruosamente desigualitaria. Una sociedad donde la punición moral, a la manera religiosa, es un sucedáneo para compensar la ausencia de justicia social. Incluso la libertad de prensa en el sentido anglosajón, invocada para dar lecciones a la prensa francesa, es en realidad una forma de libertad de comercio: la de vender papel, sin preocuparse por matices como el respeto a la vida privada o la presunción de inocencia.

Uno puede interrogarse sobre el hecho de haber dejado que un hombre encarnara el horizonte político francés sin tomar en consideración relatos y hechos que hoy empiezan a emerger. Pero no hay razón para sonrojarse por pertenecer a una prensa que rechaza invertir su tiempo en husmear en la cama de los políticos. Mientras se trata de relaciones consentidas y no de agresiones sexuales o violaciones, la vida amorosa de una figura pública es una cuestión privada. Salvo que se confunda la prensa con una liga de la virtud.

Esto no es razón para aceptar la confusión entre libertinaje y derecho de pernada. Más allá del asunto concreto de DSK, en algún momento habrá que interrogarse en profundidad sobre esta propensión a cualificar como “hedonistas” y “seductores” comportamientos que son predadores y compulsivos, y que tienen más que ver con la psiquiatría que con el disfrute de los placeres. El verdadero libertinaje es feminista. Prefiere la seducción a la dominación, la fusión a la conquista. Y sobra decir que se basa en la consideración del consentimiento como valor absoluto.

En una sociedad donde siglos de dominación masculina han llevado a las mujeres a avergonzarse de decir “sí” y a los hombres a excitarse cuando oyen decir “no”, en ocasiones distinguir entre unas cosas y otras es tan difícil como distinguir el blanco del gris en tiempos de brumas.

De ahí la tentación de seguir pensando en blanco y negro. Machismo o puritanismo. Hipocresía o transparencia. Pero ninguno de los dos extremos es deseable.

Caroline Fourest es profesora en el Instituto de Ciencias Políticas de París, Sciences-Po París, y redactora jefe de la revista feminista Pro-Choix

La voz de Barcelona (22.05.2011)

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