Céline y los nuestros (y 3)

Louis-Ferdinand CélineLa idea más brillante sobre Céline la escribió Trotski apenas apareció ‘Viaje al fin de la noche’
Estar pendiente de los latidos de Nueva York, de las carteleras de Londres y las exposiciones de París no significa que hayamos normalizado nuestra vida cultural. De vez en cuando el mundo intelectual español exhibe su estigma inclusero y sucede como con los antiguos chavales del hospicio, que todo parece que marcha normalmente, que todos somos iguales, que entre nosotros no hay diferencias, en fin, que somos herederos de no sé qué fabulosa edad de plata, y cuando menos lo esperas alguien saca la patita y pregunta. Eso que los intelectuales franceses han tenido que responder estos días: ¿qué hacemos con Céline? En nuestro caso, ¿qué hacemos con nuestros Célines? Y plaf, el suflé se desinfla y se acaban los buenos rollos. «Nosotros, caballero, nunca tuvimos un Céline. Nosotros no tuvimos antisemitas en nuestra cultura salvo el escupitajo de Quevedo». Habrá quien señale la desproporción significativa del Estado frente a judíos y moros. Cuando echaron a los judíos en 1492, les dieron tres meses para largarse. A los moriscos, en 1609, bastó con tres días.

Seguro que alguien lo interpreta como magnanimidad del Estado, en la misma medida en que ahora les da por hacer homenajes recordatorios a los embajadores del franquismo que fueron benévolos con los judíos – en algunos casos con más dudas que certezas-,y no hay ni una línea sobre la inmensa mayoría que facilitó la muerte de los Walter Benjamin en fronteras, campos de trabajo o reexpediciones hacia el abismo. Los alemanes hace un par de décadas tuvieron un durísimo debate sobre «el pasado que no quiere pasar», nosotros lo hemos solucionado a nuestro modo. Nuestro pasado nunca ocurrió.

Por eso no sorprende el escaqueo general, sólo roto por cuatro plumas – Joan de Sagarra aquí – que se han tomado la molestia de abordar una cuestión nada baladí: los homenajes nacionales a escritores políticamente incorrectos. El debate empezó cuando se hizo pública en Francia la Guía de Celebraciones Nacionales para el año 2011. Una «celebridad nacional» es un concepto ideológico en el que se enmascara, bajo diversas capas de elementos variados, una ideología conservadora más o menos rudimentaria, pero una ideología. En este marco ¿cómo colocamos la figura de Louis-Ferdinand Destouches, Céline?Voluntario en la Gran Guerra, médico de pobres, trotamundos de infiernos diversos, amante de los animales sin conciencia, resentido social hasta la patología, colaborador entusiasta del nazismo y asiduo de la más amplia gama de sinónimos denigrantes: cabrón, escoria, basura, canalla, hiena… Yo prefiero el autóctono salaud,que es algo como un cerdo pero incomestible.

Hasta aquí nada hay conmemorable, pero resulta que este individuo agresivo, impresentable y desaseado, escribió un libro, Viaje al fin de la noche,que cabe considerar, sin exageración alguna, la gran catedral laica de la novela del siglo XX. He vuelto a leerlo y me ha dejado exhausto y conmovido. ¡Cómo tamaño hijo de la gran puta – no hay ni una línea que no te lo confirme-fue capaz de concebir, desarrollar, describir, sentir algo semejante! Escribió mucho más, pero hubiera bastado con eso. Y tres panfletos antisemitas en el mismo momento que los judíos eran retirados de la circulación, concentrados y encaminados hacia lo que sería el exterminio. Su Bagatela para una masacre no se puede leer sin un buche de desprecio, y sin embargo cuando apareció, en 1937, los críticos la consideraron de un humorismo rabelesiano. Es vil, es malo y tiene ese toque de perversidad de quien quiere hacer daño. Quizá sea Céline un caso de sadomasoquismo literario. En un crimen, y más si es literario, es inevitable la presencia de testigos, casi cómplices.

Pero qué hacemos con él, ¿le conmemoramos como escritor y le despreciamos como ciudadano? Sería un acto de madurez intelectual, pero no está previsto en el canon de las Guías de Celebraciones Nacionales. Ni en Francia, país que patentó el chovinismo, ni en parte alguna. El Estado puede hacer cualquier cosa en la intimidad, puede ser corrupto, benevolente, espléndido, acogedor, simpático, criminal. En secreto los estados son mundos. En público el Estado es un puritano. No exhibe su dinero para una conmemoración que no esté previamente santificada. Los estados son cínicos pero utilitarios. De pronto surge un grupo de presión, encabezado por el abogado Serge Klarsfeld, que representa a los Hijos e Hijas de Deportados Judíos de Francia, y el ministro se la envaina: «Tras una madura reflexión». Un sarcasmo, porque los estados no reflexionan, actúan.

Para reflexionar están sus intelectuales, y en Francia el debate se ha quedado en tablas, que es como deben quedar las discusiones culturales. Sin que los vencidos se consideren derrotados, ni los ganadores se enseñoreen de su triunfo. Hay que cuestionar el principio de la Guía de Celebraciones Nacionales, ahí está el secreto y ahí se esconde lo imposible. Porque el Estado exige definiciones, no charadas ni subterfugios. Blanco y negro, con los grises al fondo.

Evitar las jodidas preguntas. ¿Hasta cuándo fuimos nazis por acá? ¿Hasta 1942, cuando Franco destituye a Serrano Súñer, que acaba de tener una hija en adulterio que se llamará Carmen Díez de Rivera? Fíjense si nuestra historia está también adulterada que hasta el ministro más pronazi de nuestra historia se considera que cesó por engañar a su mujer, cuñada del Caudillo. A comienzos de nuestra transición, Ramón Serrano Súñer, que disponía de radios en propiedad y periódicos en alquiler, dio una conferencia en el Ateneo de Barcelona (1976) donde ante un público encandilado les vendió «la veracidad insobornable» que había sido «el norte» de su vida y «la guía» de su conducta. Lo decía a quien quisiera oírlo. «Hice durante mi etapa de gobernante una política inequívocamente germanófila (nazi) que libró a España de la invasión alemana (nazi)». Atronadores aplausos. Don Ramón murió longevo, como no podía ser de otro modo. Sobrevivió a todos, casi se podría decir que hasta a sí mismo.

¿Fuimos nazis hasta 1944, cuando cayó Francia? Un amigo mío, con años de cárcel y represión para tapar la boca a tanto luchador sobrevenido, me contaba el día que su madre le despertó a él y a su hermano, dos niños, para darles la noticia que no podía esperar hasta el amanecer: ¡los ejércitos de Hitler habían iniciado, al fin, el contraataque en las Ardenas! ¿Lo fuimos hasta un poco después, tras el suicidio de Hitler en la cancillería? ¿Cuando vuelven Agustín de Foxá y César González Ruano, y Giménez Caballero se deprime porque no podrá casar a Pilar Primo de Rivera con el Gran Ario impotente?

¿Quién era más salaud,Céline o Eugenio Montes y Rafael Sánchez-Mazas, el falso fusilado que miraba a los ojos, aseguran, a un miliciano enamorado que bailaba un pasodoble? Aquel personaje, distante e inmundo, sentado en el hotel Velázquez, que recibía a sus hijos con la misma distancia e indiferencia que el papa Alejandro recibía a los suyos. Las cruces gamadas que cubrieron tantos edificios de Madrid, de Barcelona, de las ciudades de España, ¿vinieron de Alemania a ponerlas? Ese Eugenio d ´ Ors indignado por que la canalla democrática fuera capaz de juzgar en Nuremberg a aquellos prodigios del espíritu, ¿era producto de la absenta, o consecuencia lógica de un pensamiento reaccionario que había llegado hasta el abismo, precipitándose? Los agujeros negros de nuestra historia.

Luego vienen los graciosos y diseñan algo bonito para cubrirse las partes. Sigo pensando que la idea más brillante sobre Céline la escribió Trotski apenas apareció Viaje al fin de la noche.»Cuanto más rica y compleja es una tradición cultural nacional, más brutal es la ruptura. La fuerza de Céline reside en que rechaza todos los cánones, viola todos los convencionalismos y, no contento con desnudar la vida, le arranca la piel». Quizá sea por eso por lo que nosotros hacemos novelitas sobre los tiempos oscuros, para que la gente se acostumbre a mirarlos iluminados.

Gregorio Morán
La Vanguardia (5.02.2011)

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