Al final, todo acaba derivando en una cu

Al final, todo acaba derivando en una cuestión de clase. Algunos lo hemos sabido -lo hemos vivido- siempre, pero también están los estudios sociológicos que lo demuestran y cifran los datos. Pero, si todo se puede resumir en eso, ¿por qué la acción política no se dirige en consecuencia?. ¿Por qué si la clase trabajadora es la verdadera damnificada por el concurso del nacionalismo y sus reaccionarios programas políticos, los partidos que han surgido para contrarrestarlos no tienen una orientación tan definida? Admito que el final de la Guerra Fría supuso el fin de los partidos y sindicatos de clase. Hoy en día, las formaciones políticas de izquierdas que tienen posibilidades de representación parlamentaria han renunciado a la lucha de clases. Incluso los postmodernos se atreven a decir que fraccionar la sociedad en clases sociales es tan elitista como el vacuo tema de las identidades, como si la pertenencia a una clase social u otra fuera la misma entelequia que el nacionalismo étnico. ¡Que ingenuos o que granujas!. No obstante, si lo queremos ver así, si renunciamos a una visión dialéctica de la Historia de la Humanidad, siguen quedando los problemas de los más desfavorecidos por el sistema capitalista. Su resolución, venga de la izquierda o de la derecha, tendría que ocupar la centralidad de nuestro mensaje político en una Cataluña nacionalista en la que ya vemos quién sale peor parado. Pues ahí estuvo Albert Rivera, en la contracelebración del 11 de Setiembre, hablando de libertades y bilingüismo, como hubiera hecho la falsa Alicia Sánchez Camacho, el lugar común de siempre. ¿Y la clase trabajadora?, pues ni tan sólo llegó a mencionarla. Antonio Robles lo hizo mejor; estuvo en Badalona denunciando la corrupción, un cáncer endémico que traspasa ideologías. Pero estamos en lo mismo. No podemos herir sensibilidades y eso significa evitar discursos de confrontación social. Sólo se puede hablar de libertad, democracia, progresismo, transversalidad y chorradas. Nunca vamos al fondo de la cuestión. Los partidos del «sentido común» y de la «tercera vía» se han impuesto con su mensaje supuestamente electoralista y descaradamente light. ¿Dónde vamos a encontrar los votos que nos hacen falta para entrar en el Parlamento? La secta Ciutadans, con su abono fijo en Intereconomía, parece decantarse por el voto españolista y derechón, por esa ya de por sí reducida franja que le corresponde al PP y a los que están a su derecha. ¿Qué va a hacer UPyD? No tiene más remedio que buscar desesperadamente la estrategia que consiga atraer al abstencionista crónico que se siente de izquierdas y al votante no-nacionalista del PSC-PSOE. ¿Alguien cree de veras que va a conseguirlo con esas pintas? Me refiero a la imagen para nada socialista del partido, cuando no a su todavía nula presencia social en nuestra comunidad. Confío en que el sano equipo de UPyD-Cataluña diseñará un programa honesto y socialdemócrata, pero me temo que poca gente lo va a percibir así y que, como la mayoría de los datos apuntan, lo vamos a tener crudo para pasar esta prueba de fuego.

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