Cuatro años y 27 días

José MontillaDentro de la legalidad pero instalado en una inmoralidad total, Montilla convocó ayer los próximos comicios al Parlamento catalán, que tendrán lugar, exactamente, cuando se cumplen cuatro años y 27 días de que, el 1 de noviembre de 2006, se celebraran los anteriores. La inmoralidad ha sido la tónica general de su presidencia, que, para empezar, ocupó sin haber ganado las elecciones. Ha degradado la institución con su brevedad intelectual y su alfabetización tan escasa; Cataluña nunca había conocido mayor desprestigio ni había sufrido una falta de liderazgo tan bochornosa y humillante.

Los que en su día votaron a Montilla han visto cómo su voluntad electoral se traducía en una acción de gobierno ajena a sus propósitos durante las votaciones. Con el único objetivo de mantenerse en el poder, Montilla se ha comportado como un hipócrita y un farsante, faltando al compromiso con sus electores y no consiguiendo convencer -tampoco- a los del otro bando.

La cacicada de apurar su triste legislatura más allá de los cuatro años exactos es otra demostración de su arrogancia carente de límites, de su mala leche y de su falta de respeto a Cataluña y a los catalanes.

Durante la comparecencia para anunciar la fecha, tuvo además la desfachatez de dar lecciones a los demás partidos. Les exigió, en primer lugar, juego limpio. Que uno de los tipos que más sucio ha jugado, y más mezquino y más bajo, se atreviera a dar lecciones de higiene democrática fue un auténtico escarnio a lo que queda de decente en la política.

Si en lugar de ser presidente de Cataluña -en donde tanta importancia damos a la contención formal-, Montilla hubiera sido jefe del Gobierno de Italia y diese las mismas charlas sobre honradez después de sus cuatro años tan deshonestos, alguien de entre el público habría salido a pegarle una bofetada.

Ese bofetón hubiera sido el vigor del pueblo soberano. ¿Cómo puede alguien como Montilla osar pedir juego limpio?

Y cuando más cinismo no parecía posible, se soltó de sus ataduras y exigió claridad en las propuestas a los demás candidatos. Un personaje a quien, por causa de su escolarización tan defectuosa, difícilmente se le puede entender cuando habla, no es desde luego la persona más indicada para exigir claridad a nadie.

Pero es que, más allá de las cuestiones técnicas, Montilla no ha practicado ninguna claridad mientras ha sido presidente. Hasta sus propios consejeros le han reprochado su clamorosa falta de proyecto.

Cuatro años de charlatanería y de vacuidad. Cuatro años de incompetencia y de mediocridad sin ver luz al final del túnel ni poderla imaginar. A pesar de que es cierto que Montilla no ganó las elecciones y que se hizo con el poder a través de un despreciable pacto entre perdedores, también es verdad que los catalanes tenían ya la experiencia del primer tripartito y sabían que la fórmula iba a repetirse si los tres partidos obtenían los suficientes escaños para constituir Gobierno.

Por lo tanto, más allá de la crítica a Montilla y a sus limitaciones, tan penosas como elementales, el pueblo de Cataluña fue frívolo e irresponsable y no supo mantenerse esta vez a la altura que le exigían las circunstancias. Estos cuatro años y 27 días van a pesar sobre los catalanes como una durísima acusación de la Historia.

Salvador Sostres

El Mundo (8.09.2010)

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