La influencia de Quevedo y Góngora, de nuestros clásicos, entronca con el relato de manera natural
Hay libros que no te permiten dejarlos; son ellos los que te dejan a ti. A este género raro y exclusivo pertenece el Recordatorio de Ramón Cuesta, que acaba de editar Pre-Textos en Valencia. Una novedad literaria tan singular como para calificarla de insólita en este país nuestro donde lo más viejo siempre son los libros nuevos. Y para redondear la paradoja y convertirla en una especie de charada para freakies de la literatura, resulta que el Recordatorio de Ramón Cuesta lo escribió un tipo que murió hace más de diez años y que dejó maletas de manuscritos, en la confianza de que el destino o un catedrático salvífico le incorporaran a la historia de la literatura española.
La gente babea de emoción y hasta contiene una lágrima – una es suficiente – cuando se entera de la abracadabrante historia de los baúles llenos de manuscritos que guardaba Fernando Pessoa. ¡Oh, Pessoa! Pero si yo les contara que las vicisitudes de Pessoa en su poco exitosa biografía civil parecen casi comunes si las situamos en la oscura, tenebrosa y aún no esclarecida del todo trayectoria biográfica de Luis Álvarez Piñer, más de uno se quedaría de piedra. ¿Qué ha tenido que ocurrir para que un escritor, poeta por más señas, con una obra excepcional en calidad y cantidad, aparezca ahora ante nosotros? Y añado algo más: este librito póstumo titulado Recordatorio de Ramón Cuesta, cuyo autor es Luis Á.Piñer, constituye una auténtica joya de la literatura española.
Nunca antes había sido publicado, y aunque el autor lo dio por corregido en 1988 – dispongo de una copia mecanografiada con esa fecha-,la singular personalidad de Luis Á.Piñer y ese agujero grisáceo que fue su vida no consintieron su aparición antes de su muerte. Falleció en el verano de 1999, en Madrid, a la provecta edad de 89 años. Entonces, ¿quién demonios es el tal Piñer y qué singularidad de libro resulta ser ese Recordatorio de Ramón Cuesta?
¿Por dónde empezamos? ¿Por el autor o por el libro? Recordatorio de Ramón Cuesta es un relato condensado – decir breve sonaría a frivolidad – de la experiencia vital que más conmocionó a Luis Á.Piñer: su detención y condena a muerte, prolongada, que padeció durante años, primero en cárceles, luego en campos de concentración y al final durante la misma vida de civil acosado. Baste decir que tardó 40 años en volver a su Gijón natal.
Lo más admirable del Recordatorio de Ramón Cuesta,y hay mucho que admirar en este relato de apenas 70 páginas de letra holgada – lleva un prólogo académico extenso, que hubiera estado mejor colocado en epílogo, escrito por quien más ha hecho por la obra de Piñer, el jesuita de la Universidad de Deusto Díaz de Guereñu -. Lo más admirable, digo, de la prosa de este libro está no sólo en el dominio prodigioso de la lengua, donde la influencia de Quevedo y Góngora, de nuestros clásicos, entronca con el relato, de una manera natural, sin estridencia alguna. Quizá también sea porque trata de algo tan clásico en nuestra literatura como son las cárceles, la violencia, la solidaridad entre perdedores, la presencia de la vida cuando se bordea el fusilamiento… Yel humor. Ese humor de Piñer, que se acerca a la ironía, multiplicada por el sarcasmo y la mínima autocomplacencia.
Recordatorio de Ramón Cuesta podría verse como el aguafuerte literario de un hombre que aspiraba a poeta de tronío, famoso y reconocido, como suelen serlo los poetas ya agotados, esos que fueron en algún momento grandes y que la edad vuelve cortesanos y golosos de arrumacos. Que Piñer fue un poeta inmenso lo comprobamos todos cuando apareció En Resumen. 1927-1988,un recopilatorio, el primero y único, de su obra poética. Entonces le dediqué aquí un artículo, era el verano de 1990 – ¡hace veinte años de esto, qué horror!-,que titulé «La resurrección de Luis A. Piñer», donde trataba de acercar a un autor vivo y desconocido, al que sólo la constancia y el empeño del profesor Díaz de Guereñu habían conseguido editor y efímera gloria. Le concedieron el premio Nacional de Poesía al año siguiente. Cuando falleció en el verano de 1999, no pasó de la efímera notoriedad de las notas necrológicas.
El Recordatorio de Ramón Cuesta es el legado de un heterónimo de Luis A. Piñer; su otro yo, a la manera de Pessoa o Max Aub. Es cierto que ahí está gran parte de su vida, concentrada en un relato; desde el amor hasta la soledad, pasando por la pasión, el espanto y la angustia. Y la distancia implacable que otorga el tiempo. Sus comienzos como poeta, con Gerardo Diego por maestro. Su papel en el bando republicano, escribiendo panfletos que le evitaran marchar al frente. Sus presidios, sus miedos, sus terrores, su matrimonio, sus disparatados trabajos; desde profesor de francés sin papeles hasta agente de chicas de varietés, pasando por revisor del catastro de Zamora y columnista oculto en un diario de Caracas que le había proporcionado otro colega asturiano, el gran Castañón, el manco genial y disparatado. Y sobre todo corrector de textos – hoy negro-y traductor de engendros para las editoriales de basuras literarias, que él firmaba con su heterónimo Ramón Cuesta,consciente de que su nombre real, si se enteraban algunos de Gijón, le podía costar la vida. Fue entonces cuando se le ocurrió esa reflexión que tan útil les sería a los que escriben de oídas sobre la literatura y el franquismo: «El exiliado es libre. Pero el exiliado aquí no sólo no tiene libertad sino que habita en país enemigo». No hay mejor descripción de la vida de Piñer y tantos como él en los años de posguerra.
¿Por qué no publicó sus poesías, sus prosas, sus artículos en el mundo español de los años del cólera? Porque no era fácil. Alguien podría decir que como ahora. Pues sí, como ahora, pero diferente. Lo intentó, pero publicar exigía demasiadas esclavitudes; lamer mucha bota, conciliar opiniones imposibles. Era hombre sociable Piñer, pero distante; conocía a todo el mundo y gozaba del privilegio – durísimo privilegio-de ser casi anónimo; un personaje que sabía de todo y que sólo hablaba en contadas ocasiones, y si había seguridad para hacerlo. Tenía la capacidad intelectual para comprender que no era el genio que hubiera soñado ser – su obsesivo Baudelaire, por ejemplo -,pero que lo que había a su alrededor eran medianías, impresentables pastiches, chorlitos con ambiciones conservados en alcohol. El resentido Panero, el arquitecto Vivanco, el locuaz Rosales; no digamos ya su serrallo poético. Sentía hacia ellos un desprecio omnímodo, el del superior derrotado.
Pero ahí está, irónicamente ganando la batalla después de muerto. (No quiero ni pensar en qué me diría ante una frase así). Pero es verdad, Piñer es la prueba de que había una literatura que no conocíamos y que nos estaba esperando. Que habíamos convivido con ella, pero que no nos fue permitido alcanzar. Y digo más. No fue por razones políticas, o de las secuelas de la barbarie de la guerra, aunque eso contó y mucho. La razón más poderosa es que había que desarrollar y exhibir y promover una literatura que no cuestionara lo fundamental. Y lo fundamental era un mundo donde se podía vivir y gozar, siempre y cuando uno no pusiera por delante su dignidad o su superioridad creativa. Ahora que la historia cambia tanto que es irreconocible, como si el intérprete del pasado nos reprochara a los que lo vivimos que deberíamos callarnos o morirnos, para que su verdad cobrara vigencia y fuera indiscutible. En estos tiempos, digo, podremos llegar a la convicción de que el pasado, nuestro sangriento y duro pasado – franquismo y posguerra-fue sobre todo un mar de mediocridad donde apenas se distinguían algunas cabezas que nadaban mar adentro.
El que lea las 70 páginas del Recordatorio de Ramón Cuesta tiene esa sensación extraña, por insólita, de estar adentrándose en una sabia manera de narrar – eso que antiguamente se llamaba prosa, ¿se acuerdan? -. No es una cuestión de influencias, ni de parecidos. Es leer literatura.
Gregorio Morán
La Vanguardia (12.06.2010)
Sé el primero en comentar en «‘Recordatorio de Ramón Cuesta’»