El Partido del Trabajo de Bélgica (marxista) creó hace unos tres años la llamada «Red de Solidariteit», un movimiento político y ciudadano al que se sumaron los sindicatos, los estudiantes y numerosos intelectuales, con el fin de romper una lanza por la unidad de su país y denunciar las consecuencias que tendría la secesión en la vida de los belgas, fueran flamencos o valones. En un sentido muy opuesto, nuestra izquierda revolucionaria comenzó sus desviaciones doctrinales y su desvarío estratégico con Santiago Carrillo y «La Pasionaria», por su intento fallido de intentar recoger todas las sensibilidades y agruparlas dentro del PCE. Pero ya en Cataluña había comenzado el deterioro cuando líderes de los primeros partidos comunistas gestados aquí llevaron los derroteros de estas organizaciones por el rancio camino del catalanismo. De ahí surgieron engendros como el Partit Català Proletari y el Bloc Obrer i Camperol, dirigidos por dos racistas contumaces y traidores a la causa que decían defender como fueron Jaume Compte y Joaquín Maurín. Estos dos partidos acabaron integrados en otros más grandes y de más renombre histórico: PSUC y POUM, contaminados gravemente ya por el mortal virus del nacionalismo. La terrible desviación ideológica que cometió -conscientemente- este comunismo catalán primerizo fue la de considerar nación a la región catalana, cuando tanto Marx y Engels como Lenin habían prescrito que las regiones o nacionalidades integradas dentro de un Estado democrático occidental no tenían derecho a la autodeterminación. Luego apareció Franco en escena y el drama se complicó aún más. Los dirigentes del PSUC, obsesionados absurdamente con evitar el desarrollo de un nuevo lerrouxismo, siguieron las directrices de la burguesía catalana como perritos falderos y metieron a los trabajadores catalanes -mayoritariamente inmigrantes del resto de España- en las fauces del nacionalismo catalán. No en vano eran las elites catalanistas burguesas las que dirigieron en la sombra el destino de la izquierda en el Principado. El resto de la historia ya nos es más cercana en el tiempo, resistentes como Antonio Robles o Julio Villacorta la han vivido de cerca y nos la han explicado en más de una ocasión. Es la historia de los chantajes, de los engaños, de las miserias y del oportunismo más rastrero, de mucho oportunismo. ¿Estamos a tiempo de enmendar tantos desastres? Pues yo creo que siempre se está a tiempo de cambiar si se acierta el disparo, y eso significa echar la vista atrás y darse cuenta de quién ha sido traicionado y a quién hay que desagraviar, ni más ni menos que a la clase obrera catalana.
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