Un día de colegio en el valle insurgente de Mashali Kamar, entre Kabul y Jalalabad. Allí la administración es talibana y una ONG sueca lleva los exámenes a Kabul para la convalidación
Plàcid García-Planas – Mohamad Ali Kats.- Amin Khan, uno de los dos profes, señala al grupo de niñas.
–Todas son hijas de talibanes –afirma como si fueran un rebaño–.
Talibanes como los niños. Como los dos profes. Como todos en el espectacular valle de Mashali Kamar, en la ruta de Kabul a Jalalabad. Por eso ningún coche se detiene en determinados tramos de la carretera: porque los talibanes dejan pasar los vehículos pero no que se paren. A no ser para comprar bebidas: pepsis y refrescos previamente robados a punta de fusil por ellos mismos a los camiones que, pintaditos de colores, colapsan literalmente el brutal desfiladero de Mahipar.
El valle y sus escuelas siguen con su administración talibana: no tienen contacto con el Gobierno de Kabul. Ni siquiera para convalidar los estudios de los adolescentes que se examinan.
–Los exámenes los entregamos a una ONG sueca que, a su vez, los entrega a Kabul para convalidarlos –explica Amin–.
La escuela es diminuta. Los niños estudian dentro y las niñas, fuera; todos en el suelo. Por la edad de los críos no es un parvulario, pero lo parece. Los niños dibujan en folios y, en plan periodista, me fijo en el dibujo que más me interesa: el de un helicóptero y un proyectil.
–¿Qué asignaturas enseñan?
–El Corán, matemáticas, lengua pastún, lengua dari, inglés, geografía e historia –responde el profe. Y a los doce años se acabaron todas las historias, excepto el Corán: las niñas deben dejar la escuela. Existen nanoburkas para su edad, una prenda entre la escafandra y la mortaja que se interpondrá entre ellas y el sol para el resto de sus vidas.
Desconozco cómo nos ha presentado nuestro traductor a los profes para que no nos hayan echado a patadas. El asunto es que no conviene quedarse demasiado tiempo: ¿Y si aparecen los papás talibanes de las criaturas?… Demasiado tarde. Se presenta Aman Ghul, alcalde de Mohamad Ali Kats, el pueblo al que pertenece la escuela y parte del valle. Pero no viene armado.
–Kabul no invierte nada en nuestro valle –se queja–.
–¿Kabul no invierte nada porque son talibanes o son talibanes porque Kabul no invierte nada?
El alcalde levanta los hombros indicando que las cosas son así.
Es hora de irse. Por muy amables que sean los profes y el alcalde: esto es zona talibán, y los profes y el alcalde también lo son.
–Están bajo mi protección. De Surub hasta Ka Kas, nada les pasará –afirma el alcalde–.
¿Y más allá de Ka Kas?
El ejército afgano sólo controla puntos de la carretera y los coches pasan como torpedos. Los niños, felices, cruzan el asfalto casi sin mirar y el profe se despide sin tener claro si somos suecos en busca de exámenes.
La Vanguardia (28.05.2010)
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