El éxito del camaleón

Campaña electoral del PSC: 'La Catalunya que sap on va' (La Cataluña que sabe adonde va)Un conseller socialista proclama no sólo que existe fatiga de tripartito, sino que Catalunya es un barco sin rumbo

Todo parece indicar que estamos en el principio del fin de la pax romana en el interior del PSC. Las turbulencias del segundo tripartito y su incapacidad para dar claridad y fijar un horizonte, sumadas a la extrema gravedad del momento económico, pueden estar oxidando el andamiaje del partido que más férreamente organizado está. Castells, Maragall y compañía se atreven a decir en voz alta lo que antes pensaban y apenas susurraban a media voz. Señal inequívoca de que algo serio está pasando en el interior del PSC, un partido tremendamente jerarquizado (pero no monolítico) gobernado con mano de hierro y guante de seda por el grupo que tomó el poder en el congreso de Sitges de 1994 aplastando a los obiolistas sin contemplaciones. El castillo de la calle Nicaragua, sede del PSC, es inexpugnable. No es extraño que Castells y Maragall hayan optado, no por la batalla frontal (los aplastarían), sino por una disidencia sutil que recuerda la guerra de guerrillas. Montilla no puede descabezar a los disidentes Maragall y Castells: el remedio sería peor que la enfermedad. Mucho peor.

Hay quien observa en la repentina aparición en escena del hermano de Pasqual Maragall una venganza del honor familiar: quien a hierro mata, a hierro muere, mientras que la sorprendente reacción de Castells recuerda a Solbes, pero sin barriga: la cólera del sabio. Algunos apelan al tópico enfrentamiento entre Sant Gervasi y Cornellà. Pero ni Antoni Castells es de familia burguesa ni Miquel Iceta puede exhibir origen humilde. María Dolores García escribía el sábado sobre una curiosa querella: en el supuesto de que perdiera Montilla, se supone que el 2 de la próxima lista (Carme Chacón o Antoni Castells) sería el rostro público del PSC en los años venideros. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que, ante esta disidencia de formas imprecisas como el humo, el ejército montillano sólo puede responder callando. Un silencio que ya no será percibido como prudente. Un silencio resignado. Montilla llegó a lo más alto por la fuerza orgánica que atesora. Por el aura de orden que desprendía. Pero el desbarajuste de su tripartito es parecido al de Pasqual Maragall. A Maragall, sus propios compañeros lo vieron desnudo de carisma. A Montilla podrían estar viéndolo mucho más débil de lo que se suponía.

Ernest Maragall escribía ayer en La Vanguardia:»Hace tiempo que el Gobierno de José Montilla renunció a encarnar un proyecto integral de país». Son palabras claras y crudas. Aunque se complementen con genéricos elogios al PSC y una proclamación de vasallaje a Montilla. El hecho es que un conseller socialista del Govern proclama lo que mucha gente siente. No sólo que existe fatiga de tripartito, sino que Catalunya es un barco sin rumbo.

Con el agotador viaje de la reforma estatutaria, la política catalana agotó el ciclo que en 1980 inició Jordi Pujol. Lo viejo muere, lo nuevo tarda en nacer, pero las corrientes de fondo no se detienen. La crisis económica las está acelerando, aunque la política tiene su tempo y sus reglas. De la misma manera que el espacio independentista ha crecido (aunque tan sólo en el circuito cerrado de calefacción catalanista), y de la misma manera que el españolismo crecerá en Catalunya (aunque su calentamiento sea menos audible), también el espacio socialista ha entrado en turbulencias de redefinición. En la Catalunya renacida después del franquismo, nadie ha acumulado más poder que el PSC. Y, sin embargo, nunca pudo vencer al pujolismo. Manda en la Generalitat, sí, pero con unas complicadísimas muletas que le han impedido desarrollar su propia idea de Catalunya. ¿Ah, pero tiene una idea singular de Catalunya, el PSC? En teoría, la idea está esbozada desde que, en junio de 1977, decidieron reunirse el PSC y la Federación Catalana del PSOE: enlazar las dos grandes almas del país en torno a una nueva síntesis de la catalanidad y una nueva forma de entender España.

Fácil de decir, dificilísimo de elaborar. No lo han intentado. Para acumular enormes espacios de poder les ha bastando con la reducción táctica de aquella idea: la táctica del camaleón. Toman el color del entorno: contentan a todos, sin llegar a convencer a nadie, y suman votos contradictorios entre sí. Una suma que en las elecciones de Montilla pinchó como nunca había pinchado. Pinchó precisamente en Cornellà, en el entorno metropolitano.

Y es que el gran fracaso del PSC es el vacío cultural de las jóvenes generaciones metropolitanas: enorme fracaso escolar; choque latente con la nueva inmigración; indiferencia, cuando no hostilidad, a lo catalán; pérdida de los valores tradicionales de los abuelos andaluces: enormes sectores sociales y culturales sin ideología en manos de la peor cultura televisiva. Este gran vacío demuestra que el PSC no ha hecho sus deberes ideológicos, no ha sabido articular un pensamiento cultural y ha confundido política social con paternalismo. A la gente hay que darle algo más que ayudas: hay que convencerla de su papel histórico.

El PSC ha sabido exprimir maravillosamente la táctica del camaleón: lo ha ganado todo. Aunque, ahora, el camaleón puede morir de éxito. En La conjuración de Catilina, que traducíamos en el bachillerato, Salustio explica que, en tiempos de suerte y prosperidad, la libertad se reduce. Tantos años de suerte dejaron al PSC sin discusiones ni ideas. Que retornan, inevitablemente, cuando en el horizonte aparece la dificultad.

Antoni Puigverd

La Vanguardia (15.02.2010)

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