
A la luz de la lección sobre la sospecha que Platón nos legó en su mito de la caverna, habría que ver si los brutos son los acusados de serlo, la caverna españolista, o aquellos incapaces de dudar de su propia lucidez, deslumbrados por el espejismo del oasis catalán.
Nos invita Platón con sutil sabiduría a imaginarnos la incapacidad de unos esclavos para dudar de su propia realidad, sujetos como están de pies y manos desde su más tierna infancia en el fondo de una caverna. Obligados por su inmovilidad a mirar eternamente al fondo de la cueva, donde únicamente se proyectan las sombras de hombres y objetos que se mueven a sus espaldas –aunque ellos no pueden percibirlos ni intuirlos–, están condenados a una falsa realidad, incapaces como son de tomar conciencia de su propia ignorancia.
A la luz del mito platónico, el insulto nacionalista («la caverna mediática») se aplicaría con más propiedad a quienes insultan, pues son ellos los únicos que dan por hecho que su realidad es la única loable. Se arrogan, estos nuevos dogmáticos, la capacidad de sentenciar que todo aquello que contradice sus sombras es indeseable y malintencionado. Podrían haber considerado a esos cavernícolas mediáticos, esclavos de otras realidades, pero han preferido desecharlos como meros esclavos de su ignorancia. De ahí el desprecio, de él la justificación para descalificarlos y estigmatizarlos como enemigos de lo mejor. O sea, ellos, los nacional-catalanistas.
Pero ¿quién es el ignorante: el que se atreve a contradecir la percepción ventajista de Platón o el que es incapaz de dudar de su propia realidad y descalifica?
Joan Laporta es un especialista en evacuar responsabilidades hacia esa socorrida caverna mediática. Para él, la caverna mediática tiene la culpa de todo, hasta de sus errores. ¡Con qué facilidad se quita de encima toda la realidad que no aplaude sus estupideces! «Son los de la caverna mediática», acusa. Como los esclavos del fondo de la caverna.
En su vergonzosa vulgaridad, reduce la complejidad exterior a la simplicidad interior: «Sólo faltaría la humillación final de que el TC se crea con derecho a corregir una coma de lo aprobado por el pueblo de Cataluña». A su ignorancia objetiva de las leyes (el Tribunal Constitucional es la última y suprema garantía jurídica de las leyes y de los procesos democráticos emanados de ellas) se une su ignorancia respecto del alcance de sus palabras (como un vulgar golpista, amenaza y se enfrenta al orden constitucional. ¡Hasta ahí podría llegar!, parece decir; ¡que se atrevan y se enterarán de lo que es bueno!, parece querer sentenciar). Y cual mesías de tres al cuarto concluye:
El Barça va más allá del fútbol. Somos portadores de la épica más emocionante de la historia: la que guía a los pueblos sometidos hacia la libertad.
Éste sí que es un esclavo de la caverna. Y si no, reparen en la comparación: ¿se imaginan que fuera partidario de la ultraderecha y organizara, antorchas en mano, marchas de madrugada para proclamar su orgullo por la raza? ¿Sería tolerado por el oasis? ¿Se da cuenta del disparate? ¿O está tan ciego que reduce toda la realidad a sus sombras? ¿Y por qué se tolera semejante prostitución de la presidencia de un club? ¿Quizás porque lo de «el oasis catalán» es el nombre dado a las sombras del fondo de la caverna?
Con idéntico dogmático proceder, el presidente de la Generalitat, Pepe Montilla, llama a rebato a todas las marcas blancas del catalanismo (201 asociaciones, entidades y organizaciones untadas con el dinero de todos los contribuyentes para hacer el trabajo sucio que su partido no puede hacer directamente contra el Tribunal Constitucional): «Si llega el momento en el que hay que dar una respuesta política y cívica, clara y unitaria, estoy seguro de que Cataluña podrá contar con todo tu apoyo y con el de la institución que representas». No titubeó a la hora de hacérselo saber también a esos doce diarios reducidos a un mismo editorial sobre «La dignidad de Cataluña».
Hay que estar muy hundido en el fondo de la caverna o ser un auténtico irresponsable para atreverse a uniformar un ejército de emociones dispuestas a encabezar una rebelión contra la máxima institución jurídica del Estado. «En cualquier país del mundo democrático sería impensable que quien preside una institución hiciera un llamamiento contra el más alto Tribunal del Estado y eso le saliera gratis», criticó Rosa Díez, estupefacta por el atrevimiento.
El oasis catalán existe, la caverna mediática también. Quizás los dos conceptos se reduzcan a una tautología. Gracias a los extravagantes esclavos que se atreven a salir del fondo del oasis, los amos nacionalistas pueden seguir insultando y los disidentes creyendo en la libertad.
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