El affaire Millet tendría mucha menos repercusión si el protagonista no fuera considerado, hasta ahora, como «uno de los nuestros» por un cierto establishment catalanista. ¿Recuerdan aquella excelente película dirigida por Scorsese e interpretada por Robert de Niro y Joe Pesci? Pues ahí está el morbo del escándalo.
En efecto, Fèlix Millet Tusell reúne todas las condiciones para estar situado en el meollo social del catalanismo conservador. Su tío abuelo fue un insigne músico, el maestro Lluís Millet, creador y director del Orfeó Català e impulsor, junto a Amadeu Vives, de la construcción del Palau de la Música, emblemático auditorio modernista barcelonés, obra del arquitecto Doménech i Muntaner, fundador de la Lliga Regionalista. Su padre, Fèlix Millet i Maristany, sobrino del músico e hijo de un industrial textil, fue un conocido prócer catalanista durante los años del franquismo. Vale la pena entretenernos en resaltar su personalidad.
Millet y Maristany presidió antes de la Guerra Civil la Federació de Joves Cristians de Catalunya, los célebres fejocistas,una especie de juventudes democristianas de la época, y, durante los primeros meses de 1936, fue director del diario católico conservador El Matí.Tras el fin de la guerra, al regresar de Burgos, junto a sus actividades como empresario y financiero – llegó a ser presidente del Banco Popular y de la compañía de seguros Chasyr-destacó como gran mecenas de la cultura catalana. Primero fue el secretario general de la Comissió Abad Oliva, que en 1947 celebró en Montserrat un famoso encuentro religioso-político tolerado por el franquismo gracias a la confianza que les suscitaban Millet y el Abad Escarré. Más adelante, desde 1951 presidió el Orfeó Català y, diez años después – junto a los Carulla, Cendrós o Pau Riera, entre otros-fue uno de los fundadores de Òmnium Cultural, del que fue primer presidente. En esos años – murió en 1967-no hubo actividad cultural catalanista que no ayudara a financiar o en la que no tuviera una u otra intervención. Josep Benet fue su hombre de confianza en estos menesteres.
De este pedigrí catalanista se ha beneficiado Fèlix Millet. Hemos visto que sus ascendientes próximos acumulaban todos los requisitos necesarios: Orfeó Català, Palau de la Música Catalana, Lliga Regionalista, modernismo, industria textil, Iglesia catalana, Montserrat, Òmnium Cultural. Él se limitó a continuar la tradición. En 1978 accedió a la presidencia del Orfeó Català – sucediendo a Joan Anton Maragall, hijo del poeta-y empezó a ocupar puestos de responsabilidad en entidades económicas, culturales y deportivas. Entre otras muchas, además de las ya conocidas, ocupó distintos cargos en el Barça, La Caixa, el Liceu, la Fundació Pau Casals, Bankpyme y la Agrupació Mútua. En todas ellas, Fèlix Millet era siempre él y su circunstancia: su tío abuelo, su padre, su apellido. Estos eran sus méritos. Ya bastaban.
¿Cómo de un personaje con este prestigioso linaje podía esperarse algo así?, se preguntan sus amigos y conocidos. Esta desmedida confianza en que aquí nunca les pasa nada a los miembros privilegiados de una élite tradicional ha sido, probablemente, la perdición de Fèlix Millet. Afortunadamente estamos en un Estado de derecho, descontrolado y desde luego ineficaz, como muestra este caso, pero al fin, con todas sus imperfecciones, se trata de un Estado de derecho. Y quien la hace la paga, pronto o tarde. Aunque ya veremos hasta dónde llegan las ramificaciones del caso. Imaginamos los esfuerzos que muchos estarán haciendo para que la mancha de aceite no se desborde y les salpique. Por el momento, la lentitud del juez parece excesiva. Después de dos meses, hay petición fiscal pero todavía no hay imputados, aunque parezca mentira tras haberse confesado Millet autor de varios delitos que, además, implicaban a otros colaboradores suyos. ¿Qué está pasando ahí? Esperemos que se aclare pronto. Pero que lo aclare la justicia, no los miembros de la sociedad civil, amigos suyos, que han sucedido a Millet en sus cargos, como hábilmente pretendía su abogado.
Una muestra de la confianza de Millet en su impunidad, debida a su pertenencia a la élite barcelonesa, se pone de relieve en sus declaraciones a los periodistas Cullell y Farrás, autores del libro L´oasi català (Planeta, Barcelona, 2001): «Somos unas cuatrocientas personas, no hay muchos más, nos encontramos en todas partes y siempre somos los mismos. Nos encontramos en el Palau, en el Liceu, en el núcleo familiar y coincidimos en muchos lugares, seamos o no parientes». Es la famosa sociedad civil catalana: Millet sabía que era uno de los suyos.
Pero esta élite no representa a Catalunya. El diario Avui titulaba el otro día: «Millet, una vergüenza para Catalunya». No, señores: Millet no es una vergüenza para Catalunya, es decir, para el conjunto de sus ciudadanos. Al contrario: que se haya destapado el asunto es un orgullo. Deben avergonzarse Fèlix Millet y sus colaboradores implicados en la estafa, ellos son los responsables de los actos delictivos. Y también aquellos que no han ejercido el control al que estaban obligados: los patronos de la Fundación Orfeó Català – en general miembros de esa élite y amigos suyos-y los responsables de supervisar el buen fin de las subvenciones públicas que, además, fueron advertidos por la Sindicatura de Comptes hace ya bastantes años. A los demás, que nos registren: las responsabilidades son individuales.
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