La burka

La burkaUna nueva polémica sobre el velo sacude a la clase política y a los medios de comunicación en Francia. André Gérin, diputado comunista, ha pedido la creación de una comisión parlamentaria que fije criterios sobre el uso de la burka. ¿Qué es una burka? Es una especie de vestido que cubre a la mujer de arriba abajo, dejándole dos agujeros para poder ver. A menudo es de color negro. Es el modo como se cubren las mujeres afganas para salir a la calle. No tiene nada que ver con el islam, es una tradición de algunas regiones de ese país. Integristas magrebíes han llevado el mimetismo al extremo de obligar a sus esposas, sus hermanas o sus hijas a adoptar este tipo de vestimenta, que no se corresponde absolutamente en nada con las costumbres del Magreb. Así, cada vez más, se ve en Marruecos y en Argelia a mujeres completamente vestidas de negro (en los brazos y manos llevan guantes negros), circulando como fantasmas.

Y ahora este fenómeno ha llegado a Francia. Aunque sea marginal y muy minoritario, sorprende a la gente que no está acostumbrada encontrarse a su lado a una mujer de la que no puede ver ni los ojos ni mucho menos el rostro. Es cierto que pertenece a la libertad de cada uno vestirse como quiera. Se ha repetido muchas veces que el islam nunca ha dicho que era necesario tapar a la mujer de un modo que atente contra su libertad en un mundo en que el hombre se cree con permiso para regular cómo tiene que circular por el espacio público, y así se sigue estigmatizando esta religión.

¿Es necesario, pues, crear esta comisión y, eventualmente, decidir entre un decreto o una ley? Hay que decir que todo resulta exagerado. Ya existe una ley que prohíbe llevar el velo en la escuela, en las administraciones y en los hospitales. Como Obama se pronunció en su discurso del 4 de junio en El Cairo sobre la libertad de llevar velo, Nicolas Sarkozy acaba de declarar, a pesar de la ley existente, que «toda joven que quiera llevar el velo puede hacerlo». Aunque hay que precisar que se refería a su vida privada.

Salir con una burka negra o hacerlo completamente desnuda representa el mismo fenómeno. Todos los días vemos anuncios en que el cuerpo de la mujer es usado de manera escandalosa para vender un coche, un champú o un chocolate.

Eso no sorprende a nadie. Ver en la calle a una mujer transformada en Fantomas es lo mismo. No tenemos nada que decir. Corresponde a su propia libertad, aunque se sepa que tras esta manera de mostrarse hay una ideología y un posicionamiento agresivo respecto a Occidente, adonde han emigrado estas familias. El espectáculo no es bonito; es sorprendente pero en tanto siga siendo muy minoritario no merece que se legisle de nuevo sobre esta cuestión. Hay mujeres jóvenes punks, góticas, con piercings por todas partes o tatuadas.

Y no se ha creado una comisión parlamentaria para intentar prohibirlas.

Hay que empezar a distinguir entre lo que es religioso y lo que es tradicional. La burka no es una obligación religiosa. Muestra cuánto miedo tiene el hombre a la mujer, cómo hace todo lo necesario para taparla, para que sólo sea vista por él y únicamente por él. Es un problema que pertenece más al psicoanálisis y a la psiquiatría que a la fe. El miedo a la sexualidad femenina se halla en el centro del integrismo religioso. De hecho lo encontramos en todos los integrismos, sean musulmanes o judíos. En los textos sagrados caen muchas sospechas sobre la mujer. Pero en el islam, Dios se dirige a los creyentes y a las creyentes en un mismo plano. Incita al ser humano a asumir su libertad y su responsabilidad. El Corán ha humanizado el estatus de la mujer, otorgándole derechos jurídicos que no tenía antes de la llegada del islam; le ha reconocido ante Dios, en tanto que creyente, una dignidad igual a la de los hombres (versículo XXXIII, sura 35). Sin embargo, aquellos que efectúan una lectura literal del texto lo interpretan del modo más caricaturesco posible.

Por lo que respecta al velo (hiyab), el Corán habla de él con ocasión de una denuncia de mujeres que eran importunadas una noche cuando salían de casa. Unos hombres las tomaron por mujeres de escasa virtud, confundiéndolas con profesionales del sexo. Entonces surgió un versículo AVALLONE aconsejando a las mujeres que llevaran un chal cubriendo sus cabellos para no ser tomadas por lo que no eran (versículo XXXII, 59).

De ahí a que los maridos cubran a la mujer de arriba abajo no hay más que un paso que algunos integristas esparcidos por el mundo han franqueado alegremente. La burka no es más que una caricatura de una interpretación excesiva y descubre el inmenso miedo del macho frente a la mujer, cuya existencia no soporta si no es privada de toda libertad. Eso está lejos del islam y está lleno de patología sexista.

T. Ben Jelloun, escritor, miembro de la Academia Goncourt
La Vanguardia (1.07.2009)

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