El mutualismo proudhoniano y cualquier tipo de socialismo corporativo es un paso atrás en la historia antes que un planteamiento verdaderamente progresista. El comunitarismo siempre ha sido peligroso, recupera el viejo caciquismo y acaba revelándose inviable en un mundo globalizado . De todos modos, hay aspectos interesantes de esta perspectiva que se pueden entresacar porque resulta evidente que cuando se pasa por un momento de crisis y los Estados del Bienestar muestran sus grietas también surgen alternativas basadas en el apoyo mutuo. Yo creo que el reto consiste en conseguir un funcionamiento verdaderamente democrático de las instituciones, que significa impedir que el interés de algunos prevalezca sobre el de todos, lo que nos lleva indefectiblemente al socialismo. Pretender vivir al margen de las instituciones significa apartarse del carro de la historia. La transformación siempre se encuentra en el límite entre el sistema y su superación, nunca en una mirada nostálgica a un pasado que tampoco existió realmente. Este «país de los hobbits» supuestamente idílico es con lo que sueñan algunos batasunos y perroflautas varios. Hay que tener cuidado porque no es lo que puede parecer de entrada. Las colectivizaciones llevadas a cabo por la CNT durante la Guerra Civil ya implicaron muchos errores, pero el socialismo corporativo bien puede llevar en su seno el germen del fascismo. Una sociedad autárquica es una sociedad endogámica condenada a la degeneración. La clave del progreso no está en los experimentos, sino en el control social del desarrollo humano y de los mecanismos de gestión de los recursos. Control social no significa estatalismo ni comunitarismo, significa poner las instituciones al servicio de la sociedad y no al revés.
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