Lo que queda claro en el embrollo autonómico es que su recurrente leit-motiv ha resultado ser un camelo monumental: no sólo no se ha aproximado la administración al ciudadano, sino que se ha puesto a éste al servicio de la mitología local de turno, especialmente en las Comunidades autodenominadas «históricas». Si eso obedece a que no se ha completado la fase de integración de la que habla Carreras, me parece discutible. También podría decirse que el proceso de descentralización estaba viciado en su origen: liarse a colocar ladrillos sin tener los planos del edificio es, como mínimo, una irresponsabilidad. En cualquier caso, del esperpento resultante son responsables no sólo unos politicastros sin escrúpulos, sino el sustrato social que los respalda con su voto. Conviene recordar que los treinta años de gobiernos ultra-nacionalistas en Cataluña son el resultado de las urnas, y no de un golpe de Estado. A estas alturas, preguntarse si sigue siendo válido el modelo autonómico vigente demuestra cualquier cosa menos agilidad mental. La pregunta pertinente es: ¿estamos todavía a tiempo de arreglar el estropicio?
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