Cuando quien esto firma tenía veintinueve años –13 de febrero de 1983- , siendo ya columnista del diario El Correo Español-El Pueblo Vasco de Bilbao, ocurrió en el Ayuntamiento de la capital vizcaína un episodio vergonzoso que reproduje y comenté entonces en el periódico que luego tuve el honor de dirigir. El artículo se titulaba “Llamarse López” y refería cómo en el pleno municipal se había montado una enorme trifulca en la que concejales del PNV insultaron gravemente a los del Partido Socialista con epítetos tales como “baboso”, “canalla”, “estúpido” y otros del mismo jaez. En uno de los instantes más tensos del abochornante debate, un edil nacionalista espetó a otro del PSE, con la agresividad verbal de un insulto, lo siguiente: “López más que López”.
Escribí entonces en el periódico bilbaíno, y reitero ahora, que el énfasis descalificador de la imprecación del concejal peneuvista era una forma de insulto racista. Y añadía textualmente que “no deja de ser sorprendente que aún algunos nacionalistas conserven frescos los sentimientos de racismo y limpieza de sangre propios de las épocas iniciáticas del PNV”.Traigo a colación esta historia real -ahí están las hemerotecas- para destacar que Francisco (Patxi) López Álvarez, algo más de un cuarto de siglo después de aquel lamentable incidente, va a ser lehendakari del Gobierno vasco con el apoyo del PP y del único parlamentario vasco de UPyD. Se trata, es obvio, de una profunda y dolorosa transformación histórica a corriente de la libertad. Ha costado mucho llegar a que el secretario general del PSE alcance la presidencia del Ejecutivo vasco. Nadie se atrevería ahora a enfatizar negativamente sus apellidos –por otra parte tan vascos como castellanos, siendo el fundador de Bilbao Diego López de Haro- ni a permitirse escarceos argumentales etnicistas que tanto juego le dieron a Sabino de Arana y Goiri fundador que fue del PNV.En el País Vasco, el lenguaje, la comunicación verbal y hasta gestual, la identidad personal y familiar, ha condicionado décadas de su decurso histórico. Los “lópeces” para mimetizarse eran bautizados por sus padres con el santoral mitológico del sabinianismo nacionalista: Aitor, Garikoitz, Jurdan, Josu, Jon, Koldobika, Agurtxane, Libe…alterando también la grafía de los nombres usuales para vasquizar la presencia personal y familiar en el entorno. Incorporar un rasgo euskaldun en la propia denominación conformaba una señal comunicativa que reclamaba un espacio en el régimen nacionalista. Un López, así, a secas, precedido de un nombre propio “español” (Juan, Jesús, Pedro, Pablo…) resultaba sospechosamente alejado de la ortodoxia regimental. Es verdad que la conversión de Francisco en Pachi, o Patxi, era común -e igual fonéticamente- aunque la segunda grafía (sustitución de la ch por la tx) remitía a una tímida vasquización que adquiría algún valor adhesivo a lo políticamente correcto. Los rotundos apellidos de López y Álvarez del que será nuevo lendakari –incómoda denominación de los presidentes del Gobierno vasco que, como ha argüido Jon Juaristi con el acierto habitual en él, tiene una evocación totalitaria correspondiente a la de Führer y a la de Duce (Hitler y Mussolini, respectivamente)- destrozan y derogan los códigos de interconexión subliminal del nacionalismo y devuelven la vasquidad al patrimonio de todos los vascos, sea cual sea su ideología o militancia. Si a todas estas circunstancias se añade que el PP es presidido allí por un Basagoiti, que se proclama tan vasco como español y que apoya al López socialista, llegaremos a la extraordinaria conclusión de que en el País Vasco se ha dado un paso de gigante y que tan ciudadano vasco es el que se apellide Gabigogeaskoa Etxebarria como el que sea un Fernández Gutiérrez. En eso consiste la libertad.
José Antonio Zarzalejos, director general de España de Llorente & Cuenca
El Confidencial (29.04.2009)
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