La burbuja de la cultura

José-Luís Rodríguez ZapateroEl poder es el Gobierno y lo demás está para garantizar que ese poder dure, a ser posible, eternamente

Han venido a coincidir dos acontecimientos. El primero, un cambio de gobierno, y si bien es sabido que no son los nombramientos ministeriales sino el tiempo el que decide si los personajes tienen entidad, lo cierto es que hay aspectos tan llamativos que no se pueden obviar. Dicen los conocedores de la entraña del Partido Socialista, que en toda su historia nadie había manejado el PSOE con el desparpajo y la arbitrariedad con que lo hace Rodríguez Zapatero. Ni siquiera el fundador, Pablo Iglesias.

Fíjense en la singularidad trascendental de dejar el partido en manos de personas sin más peso político que el que les otorgue el presidente Zapatero. De portavoz y responsable una chica, Leire Pajín, ayuna de todo lo que no sea ambición, inminente senadora, que nos va a deparar ocasiones aún más hilarantes que aquella, casi inaugural, de que estaba en política para divertirse. Que el jefe de la fracción parlamentaria sea el ex ministro Alonso, que aún ayer no era ni militante, y tenga como valor político ser amigo y paisano del presidente, dice mucho. ¿Qué más da que dirija a los parlamentarios socialistas quien no es socialista si yo, que soy el que manda, le acabo de ungir y le declaro socialista de toda la vida? Y además, para ayudarle, de segundo, retiro a uno de los pocos dirigentes políticos socialistas que tienen muñeca para manejar y experiencia para convencer,estoy hablando de Ramón Jáuregui, le envío, con soberbio desdén, al elegante balneario del Parlamento Europeo, y pongo en su lugar a un buen chaval, vasco como Jáuregui, pero sin más experiencia política que un atentado terrorista que le ha dejado con minusvalías físicas pero con una imagen grandiosa. Y eso, para Zapatero, digámoslo claro, es lo único que importa.

La incorporación de Blanco y Chaves al Gobierno es la prueba de que se acabaron los equilibrios entre el partido y el Gobierno. Aquí manda el Gobierno, que será el que haga la inminente campaña electoral, que para eso Blanco recorrerá España prometiendo obras públicas – Pepiño Blanco es un político tan sucio que convierte a Alfonso Guerra en un florentino-y el curtido Chaves templará gaitas con todas las comunidades autónomas, porque es lo suyo; ha pasado por todo y no existe triquiñuela política que no haya sufrido o practicado. El poder es el Gobierno y lo demás está para garantizar que ese poder dure, a ser posible, eternamente. De todos los políticos que he conocido desde Adolfo Suárez y la transición, creo que Zapatero es el único que está absolutamente convencido de que no será oposición nunca.

Por otra parte, tampoco se inquieten por la ministra Salgado. Está ahí para asumir el papel de sparring, la que se lleva los golpes. Retirada Magdalena Álvarez,que dio probadas muestras de aguantar en el ring lo que le echaran, ahora había que retirarla porque Fomento es una baza estratégica para comprar votos y voluntades, que de eso se ocupará Blanco, jugando entre otras cosas a dividir al Partido Popular, cosa nada difícil, cuya primera operación consiste en considerar a Esperanza Aguirre interlocutor privilegiado.

Y así paso a paso llegamos al meollo del asunto: el cambio copernicano en el Ministerio de Cultura. César Antonio Molina fue escogido por Zapatero gracias a dos gestiones espectaculares en el terreno de las relaciones públicas. En el fondo y en la forma, al presidente le interesaba un carajo si el tal Molina escribía poesía o novela corta, y es lógico porque eso en política no cuenta para nada, pero lo que sí se valora es haber convertido el Círculo de Bellas Artes y el Instituto Cervantes en dos instituciones de gran éxito mediático. César Antonio Molina sabía tocar los palillos de la cultura tradicional y convertirlos en triunfos. De algo minoritario, había hecho promociones sorprendentes. Sabía entrar, usar y pagar al gremio de la pluma. Pero eso, cuando uno ha de enfrentarse al reto de una caída general en todos los campos, no es suficiente. Usadas las élites culturales, o lo que aquí se entiende por élites, al presidente le hacían falta las masas, o lo que se entiende como masas culturales.

Aquí es donde viene el segundo acontecimiento. Me sorprende que no hayamos prestado más importancia al aniversario de una de las invenciones más trascendentales en el terreno de la política de Estado. La invención del Ministerio de Cultura.

El pasado mes de febrero se cumplieron cincuenta años de la ascensión de la Cultura a misión política de primer rango. El presidente De Gaulle nombraba al primer ministro de Cultura en la persona de André Malraux, un cargo que asumía y centralizaba responsabilidades hasta entonces repartidas en Educación, Industria y Presidencia. El decreto indicaba que la misión del nuevo ministerio consistía en «acercar las obras capitales de la humanidad, y en primer lugar de Francia, al mayor número posible de franceses» y «favorecer la creación de obras de arte e intelectuales que enriquezcan el patrimonio cultural». Esta ambiciosa retórica de febrero de 1959 se iría transformando a lo largo de los años en algo menos retórico: crear y alimentar una burbuja cultural que otorgara al poder una influencia incontestable en el ámbito de los medios de comunicación de masas. De eso se ocuparía quien habría de ser el ingeniero de la política cultural del presidente François Mitterrand; estamos hablando de Jack Lang.

En España no hubo ministro de Cultura hasta el primer gobierno democrático de la transición, me estoy refiriendo al primero de Adolfo Suárez tras las elecciones de junio de 1977, y la cosa empezó tan tímida que parecía como si les diera cierta vergüenza otorgarle a la Cultura todo un ministerio, y le añadieron «y Bienestar Social», lo que tiene su aquel. Así Pío Cabanillas fue el primer ministro de Cultura y Bienestar de la historia de España. Luego suprimieron lo del bienestar y ya fue cultura con personajes tan inquietantes como Ricardo de la Cierva, o tan probos funcionarios como Clavero Arévalo e Íñigo Cavero. Sin embargo, la cultura ministerial por antonomasia la conoceríamos con el PSOE en el poder absoluto, y ahí están Javier Solana y Jorge Semprún. Hemos de dejar aquí el proceloso camino de creación y consolidación de la burbuja cultural, y saltar a la última y definitiva elección del presidente Zapatero. La peculiaridad más significativa de la Cultura como ministerio en España es que nosotros nunca ambicionamos algo parecido a André Malraux, con sus luces y sus sombras, nosotros empezamos realmente donde lo dejó Jack Lang. Una labor de ingeniería cultural al servicio del Gobierno, y eso nadie lo hizo con mayor ahínco y éxito que Javier Solana.

Ahora se trata de algo similar, pero con mayor fuerza. ÁngelesGonzález-Sinde es, por familia y por profesión, una mujer del medio de la imagen, y eso es lo que necesita el presidente. Porque igual que ahora sabemos que nuestra incombustible industria inmobiliaria era un burbujón fétido, cuyos miasmas estaremos oliendo y sufriendo durante décadas – basta citar el destrozo urbano y rural-,ahora los expertos empiezan a detectar la industria cultural como otra gran burbuja, con sus propias características, y alimentarla para satisfacer las necesidades políticas del presidente será la misión encomendada a ÁngelesGonzález-Sinde. Nada de pajas mentales sobre poetas, plumillas y novelistas de éxito, eso son baratijas electorales. Ahora hay que dar el gran salto al cine, la imagen, la pasarela, los festivales… El apoyo de un actor popular y de éxito vale bastante más que dos autobuses llenos de escritores. Es tan evidente la misión encomendada, que ha bastado que el primer nombramiento sea el de director de Cinematografía y Artes Audiovisuales, que ha recaído en Ignasi Guardans, uno de esos profesionales de la política que serían capaces de chuparle cámara a Madonna. Resumiendo, el nuevo Gobierno tiene por misión ganar la campaña electoral del 9 de junio y cada uno tiene encomendada su misión para la victoria. La burbuja cultural es decisiva, porque la gente no cree en las palabras. ¡Si serán idiotas, ahora creen en las imágenes!

Gregorio Morán

La Vanguardia (18.04.2009)

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