En muchas ocasiones la forma termina siendo el fondo. En el comportamiento democrático respecto de las reglas y de su uso yo diría que siempre. En más de una ocasión he recordado a Albert Camus para explicar que cuando alcanzar determinados objetivos requiere del uso de la fuerza ilegitima o del exterminio del adversario, es el objetivo mismo el que termina siendo ilegítimo. En ese supuesto la forma (el método) pasaría a ser elemento secundario; y es, sin embargo, la forma (el crimen, en el caso del terrorismo, por ejemplo) el que termina adquiriendo el papel protagonista. La forma se convierte en fondo, por mucho que es el propio fondo (el objetivo) el que deja de ser legítimo por requerir de tales métodos.
De las formas en política es de lo que quiero hablarles hoy. No es nuevo en este blog hablar de la necesidad de regenerar la política, de hacer otra política y de hacer política de otra manera. De hacer política respetando al adversario; escuchando; dando argumentos; tratando de convencer; dando al otra la oportunidad de convencerte. El respeto al otro está en la base misma de la democracia. El respeto al otro es la única forma de hacer política con sentido institucional. Cuando lo único que importa es hablar con aquel cuya voluntad puedes comprar, la política termina siendo más parecida a un mercado persa que a un instrumento para aunar voluntades y resolver así, desde el acuerdo y con las aportaciones de todos, los problemas de los ciudadanos.
Pero lo que ocurre cotidianamente es más bien lo primero que lo segundo. En más de una ocasión les he hablado de la sensación que produce un Parlamento en el que nadie escucha a nadie; no es que esté vacío porque los diputados vaguean: muchos diputados están en sus despachos trabajando. No es ese el problema; el verdadero problema es que antes de ir al parlamento todos los diputados saben lo que tienen que votar. Por mucho que la Constitución dice que los Diputados no actuarán con mandato imperativo, la realidad es muy otra: un dedo, dos dedos, tres dedos levantados de un sólo diputado determinan la conclusión de las votaciones. ¿Y antes? Antes nadie escuchó. Antes los jefes de fila pastelearon con unos y con otros para conseguir mayorías que les permitieran "ganar" o, al menos, "no perder": "que me das si te voto esto"; "si te voto esto, tú me votas esto otro"… ¿El contenido de la propuesta? Y eso, ¿a quien le importa? Todo es geometría variable; da lo mismo votar sobre los autónomos que sobre el cheque bebé: lo que vale es el saldo final: "no perdí votaciones"; "gané tres"; "perdí solo una…" ¿Que para llegar a ese resultado hay que poner al grupo del gobierno a votar contra las decisiones del Consejo de Ministros? Pues se pone: lo importante es el recuento final. Se habla mucho en los pasillos, sí. Pero no de política: solo importa la aritmética.
Se habla en los pasillos, por teléfono o en los despachos (el método a utilizar depende de la categoría del interlocutor, o sea, del número de votos que lleve en la mochila); pero no con todos. Se habla con aquellos que pueden formar parte de la suma a criterio del que levanta el teléfono. ¿Es una cuestión ideológica? Que va: es una cuestión meramente mercantil. Ahí es donde quiero llegar para hablar de la forma y del respeto a la democracia. Les daré algunos ejemplos.
El pasado domingo día veintinueve el Banco de España decidió intervenir Caja Castilla la Mancha. El Gobierno decidió reunirse esa misma tarde en Consejo de Ministros Extraordinario para aprobar un Real Decreto que autorizarla disposición de avales de hasta nueve mil millones de euros. Dado lo extraordinario del hecho (un Consejo de Ministros un domingo por la tarde y una intervención del Banco de España en una entidad financiera) el Gobierno inició una ronda de contactos con los dirigentes de los partidos políticos. En la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros el Vicepresidente segundo, Pedro Solbes, dijo que los hechos habían sido puestos en conocimiento de todas las fuerzas políticas. No dijo la verdad: ni yo ni nadie de UPyD tuvo llamada alguna. Ni el domingo antes del Consejo, día en el que la Vicepresidenta Primera, María Teresa Fernández de la Vega, llamó a dos de los partidos integrantes del Grupo Mixto, Coalición Canaria y BNG, entre las dos y las tres de la tarde, ni el lunes ni el martes (días en que Nafarroa Bai y UPN recibieron sendas llamadas del Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, José de Francisco. La primera llamada que yo recibí se produjo en la mañana del miércoles; el citado Secretario de Estado pretendió citarme a una “reunión técnica” junto con otros representantes políticos (me dijo que no me había llamado antes para la “cita técnica” porque hasta la vista no supo si podía ir Ezkerra Republicana).
Ni que decir tiene que hube de recordar al tal José de Francisco que yo era una Diputada Nacional y él un miembro del Gobierno, y no unos técnicos abordando cuestiones “técnicas”. Y que dado que nadie me había llamado hasta entonces le iba a transmitir a él, como miembro del Gobierno, lo que pensaba sobre su forma de actuar. Una forma de actuar impropia de un gobierno que respeta la regla del juego y las mínimas normas de cortesía parlamentaria. Le expliqué que en mi condición de Diputada Nacional y dirigente de un partido político con representación parlamentaria el Gobierno me debía el mismo respeto que al resto de fuerzas políticas; que los ciudadanos que han votado UPyD se merecen el mismo respeto que los que han votado al PSOE o al PNV; que el Gobierno le falta al respeto a los ciudadanos cuando le falta el respeto a un representante político; que era impresentable tal comportamiento; que el Gobierno se había comportado de forma irresponsable, soberbia y sectaria para con el partido al que represento, y que al hacerlo no me ofendía a mí sino a los ciudadanos, a los que muestra el mayor de los desprecios.
Es verdad que no es la primera vez que el Gobierno nos “excluye” a la hora de dar las explicaciones debidas. Pedro Solbes no nos incluyó en la ronda previa a la aprobación de los Presupuestos. Fuimos la única fuerza política excluida. Y es que este Gobierno confunde la política con la aritmética: si no necesito su voto, no cuenta para nada. Así nos va.
Creo que nadie debiera callarse ante este comportamiento que es completamente incompatible con unas instituciones democráticas sólidas y respetuosas para y con los ciudadanos. Hemos llegado a una situación en la que los partidos (todos están de una u otra manera en los chanchullos de mercadeo) han llegado a confundirlos partidos políticos con las instituciones, sustituyendo los primeros a las segundas. Una muestra de esa forma de hacer política es lo ocurrido ayer en Vitoria, en la elección de la Mesa del Parlamento Vasco .Los partidos hacen sus acuerdos para repartirse los puestos, y una vez que suman los votos que necesitan, dan por zanjado el asunto. No son conscientes de que el Parlamento representa al conjunto de los ciudadanos. Y que a todos ellos, a todos sus representantes, se les debe al menos la cortesía (que yo creo que es más que cortesía, que es un deber democrático) de ser informados de los acuerdos alcanzados y de las personas que van a ser propuestas para dirigir el Parlamento (que es de todos) durante cuatro años. Pues no: como confunden la Cámara con el batzoqui, la casa del pueblo o la sede popular, no tienen ni el menor reparo en funcionar como si la Mesa del parlamento fuera una especie de UTE (Unión Temporal de Empresas) de cuya composición no tienen por que dar explicaciones a nadie.
Mal empezamos. Si ese va a ser el ”talante del cambio”, apañados estamos. Parece que el PSOE y el PP han llegado a la conclusión de que quienes llevamos toda la vida trabajando por la alternativa hemos de estar dispuestos a firmar con ellos una especie de contrato de adhesión, como si esto fuera algo distinto a un sistema democrático .Con nosotros que no cuenten para pervertir aún más el sistema. La alternativa es hacer otra política y también hacer política de otra manera. Estamos encantados de que Arantza Quiroga, militante de uno de los partidos que más ha sufrido en Euskadi, sea la nueva Presidenta del Parlamento Vasco. La nueva Presidenta tendrá toda nuestra ayuda y todo nuestro apoyo para dirigir la Cámara con respeto a la pluralidad y a la ley. Pero quien ha decidido hacerlo sumando partidos en vez de sumar voluntades que no espere adhesiones personales de nosotros. Esto es la política, no una nueva religión. Actuaremos en Vitoria como lo hacemos en Madrid: escucharemos las propuestas políticas y las apoyaremos o no en función de su utilidad para resolver los problemas de falta de libertad, de seguridad, de cohesión y de futuro para los ciudadanos de nuestro país. Pero que nadie crea que puede comprometernos sin comprometerse con nosotros. La democracia es diálogo, es respeto, es debate de ideas; sin eso no hay política. Mal asunto si también en el País Vasco la política va a ser sustituida por la aritmética.
En fin, que es necesario hacer mucha pedagogía democrática. Las cosas no cambian si nosotros mismos no estamos dispuestos a cambiar. La democracia exige que pongamos negro sobre blanco los comportamientos que consideramos contrarios al propio sistema. Y creo que la confusión entre el partido político y la institución ha llegado demasiado lejos. Si nos creemos lo que decimos, que cuando llegamos al parlamento ya no representamos al partido sino al conjunto de los ciudadanos hemos de actuar en consecuencia: denunciando con palabras y con hechos (con nuestro discurso y con nuestro voto) a quienes se comporten de otra manera, a quienes crean que las instituciones son una prolongación del partido político en el que militan.
Rosa Díez
El blog de Rosa Díez (7.04.2009)
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