El odio se transmite como un virus

Asesinato de López de Lacalle'La casa de mi padre', de Gorka Merchán, se pregunta por la 'anormalidad' vasca – Por primera vez, una película trata del asesinato del periodista López de Lacalle
 
LUIS MARTINEZ

Madrid
«Me acuerdo perfectamente del día en que estallaron las ventanas de mi casa». Gorka Merchán tiene 32 años, barba, 1,80 de altura y memoria. Si uno vive en un barrio de San Sebastián que atiende al nombre de Intxaurrondo termina por tener, además de voz de vasco, memoria. Está demostrado: el ruido de los cristales la agudiza. Y, pese a todo, ni uno de sus recuerdos es lo que se dice normal. Surge la pregunta: ¿Qué es eso de la normalidad? «Desde luego, vivir en un sitio en el que la gente tiene escolta o donde te pueden matar si piensas de una manera determinada, no es normal», dice este director de cine que este viernes («Curiosamente, el día en el que se constituye la mesa del Parlamento que podría elegir a Patxi López como lehendakari») estrenará La casa de mi padre, su primera película.

Protagonizada por Carmelo Gómez, con Juan José Ballesta, Verónica Echegui, Alex Angulo y Emma Suárez en el reparto, la cinta cuenta la historia de un regreso. Un empresario, de ésos que los periódicos locales llaman «industrial», vuelve a su casa después de 10 años de exilio; una historia conocida y compartida por 200.000 vascos condenados a vivir fuera; casi el 10% de una población de dos millones. Su hija habla con acento argentino; su sobrino incendia autobuses en días de fiesta; su hermano, concejal filoetarra, agoniza después de haberse atrevido a condenar el asesinato de un compañero del PP… La situación, normal, lo que se dice normal, no es. O no debería. Aunque la rutina haya terminado por sembrar dudas.
«Recuerdo», toma la palabra Carmelo Gómez, «cuando estuve en Sarajevo y leí una pintada que decía: 'Nuestros hijos violarán a vuestras hijas'». Lo dice y pone voz, gesto y mirada de asombro.¿O era estupor? «Mi película», dice el director, «no quiere ser una más de ETA. De hecho, para mí sólo es una historia de amor.Y, claro está, de odio». Cuenta que se ha pasado gran parte de los siete años que van desde que leyó la idea del guionista Iñaki Mendiguren hasta ayer mismo hablando con gente. «Quería que todas las voces entraran en la historia; quería contar lo que pasa en realidad en mi país; quería que no se notara que ha habido un equipo rodando. Lo real, sólo me interesa lo real», concluye a modo de manifiesto.
Y, en efecto, y pese a las intenciones, lo más «real» -más real aún que un cristal reventado en los oídos- que se aprecia en La casa de mi padre es el odio. «En el País Vasco», comenta ahora Emma Suárez, «hay una juventud sometida y educada en el odio.No han vivido la represión, nadie les ha impedido hablar su lengua y, sin embargo, alguien les ha enseñado a odiar». Dos caladas rápidas, un segundo de reflexión: «Creo que el odio es como un virus. Infecta exactamente igual y se transmite por el aire».
Merchán asiente. Claro, nadie llamaría normal a esto. «Hay cosas más extrañas aún». El que habla en esta ocasión es Alex Angulo.Su personaje está inspirado en el periodista José Luis López de Lacalle (ver abajo). «¿No es acaso raro que en nombre de la libertad asesinen a un hombre que luchó por traer las libertades al País Vasco?». Imposible contradecirle. Carmelo Gómez le da la razón y regresa a su personaje, el empresario que vuelve.No es la primera vez que el actor se enfanga en una película a vueltas con ETA. En Días contados, de Imanol Uribe, daba vida a un etarra atormentado. «Este papel era una forma de ver también el otro lado», dice. Para él, todo el conflicto surge de la frustración de no poder alcanzar un sueño. Algo que cualquiera que haya deseado un Jaguar ha podido experimentar (hay excepciones, cuidado).«El problema», reflexiona, «es que mi personaje confunde su sueño con la realidad. Está convencido de que su país, el sitio donde nació, es el paraíso, con esos valles, esos paisajes… Pero todo eso no existe más que en su imaginación. Su frustración le conduce necesariamente al exilio». Eso y, claro está, la certeza de que si no se va puede morir. Asesinado, no de un catarro.Y eso, nos pongamos como nos pongamos, no es normal.
¿Y ahora qué? Es decir, tras las últimas elecciones, qué. No olvidemos que las historias de amor también son historias políticas (que se lo pregunten a las familias de Romeo y Julieta). «Hay que empezar por reconocer que sólo el hecho de que un partido político que lleva 30 años gobernando deje de hacerlo es objetivamente bueno», se arranca Merchán. «Es más, creo que estar tanto tiempo pegado a la poltrona es hasta antidemocrático». Para muy despistados, habla del Partido Nacionalista Vasco. «Pero», continúa muy adversativo, «me temo que, tal y como están las cosas, vamos a pasar cuatro años muy duros. Los partidos políticos están más pendientes de ellos mismos que de lo que de verdad les pasa a los ciudadanos».¿Pesimista? Responde Carmelo: «Para nada. Sólo el hecho de que una película como ésta se pueda hacer y contar ya es motivo suficiente para ser optimista».
Y contado lo que se ha contado, ¿se siente miedo? «Para nada.Tampoco, que conste, me siento un héroe. La película surge de la necesidad de decir basta, de contar lo que pasa de la forma que pasa. Debía hacerla… Sí que es cierto que, ya me ha pasado, alguno te insulta por la calle. En un festival en Vitoria, un tipo se levantó y me llamo de todo. Ya lo siento por él. A mí se me pasa rápido, pero ese bestia tiene que seguir siendo él durante mucho tiempo». Gorka dice que tiene amigos en la cárcel y el recuerdo vívido de los cristales de su casa roto. Estallados.Buena memoria. La casa de mi padre está dedicada a los que crean que nada de esto es normal.
 
«Le asesinaron por vivir libre»
Le amenazaron, inundaron su barrio de pasquines, lanzaron cócteles molotov contra su casa… Y el 7 de mayo de 2000, cuando volvía a casa después de comprar la prensa y desayunar, dos pistoleros le asesinaron. Llovía. Sobre la calle, un paraguas. José Luis López de Lacalle, colaborador de EL MUNDO, optó por quedarse.«El quería vivir libre, sin escolta, y hacerlo en su casa. Al fin y al cabo, era consecuente. Quería disfrutar de lo que tanto le había costado como luchador antifranquista». Gorka Merchán reproduce en su película parte de la vida y todo el largo momento de la muerte de Lacalle. «Su hijo Alain me ayudó», dice. «No tenía miedo». Llovía.

El Mundo, 31/03/2009

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