A la vista está que somos una sociedad puntera y, como alguien decía, a la última dernière. Convocados por el Gobierno Foral, se han juntado treinta expertos con el encargo de elaborar la estrategia del llamado Plan Moderna y sugerir las líneas directrices del futuro económico de Navarra. Tal vez entre ellos falte variedad, pero es lo de menos.
Consejeros-delegados y directivos de empresas, directores de gestión de talento (sic) en empresas, catedráticos de teoría de la empresa, vicepresidentes de soluciones para empresas (sic), empresarios y hasta ingenieros han aportado las ideas que van a depararnos ese espléndido futuro. Este periódico ya ofreció un amplio resumen de sus propuestas (15 de febrero) y no es cosa de que tan ambicioso empeño pase sin el comentario debido.
Es cierto que los legos, en este caso los legos en economía, solemos escuchar a los expertos con cierta reverencia. Eso haremos aquí, dispuestos a prestarles el crédito que merecen en su área de conocimiento. Pero convengamos también que un experto es una persona que sabe mucho acerca de muy poco, por lo general tan sólo de aquello en lo que es experto. De suerte que las críticas que sus palabras nos suscitan no vienen de que sean unos malos expertos, sino de que no son más que expertos. Y así, pregonan la excelencia de los objetivos que proponen y de los instrumentos que reclaman, pero sin hacer el menor intento de probar la legitimidad de aquellos fines y esos medios. Se diría que son inconscientes de los presupuestos ideológicos de que parten y de las opciones de valor que ya han hecho. Es que seguramente no podrían justificar ni unos ni otros.
Al lector tal vez no le importe, pero ya el lenguaje de bastantes de ellos es un síntoma preocupante que aquí orillamos para ahorrar espacio. No resulta menos llamativo que profesionales tan encumbrados puedan incurrir, con alguna excepción, en el mismo narcisismo colectivo que distingue a la mayoría de navarros. A no ser que ahora se trate de un inputcontable. Pues resulta que la primera fortaleza (quieren decir punto fuerte) de Navarra son "las personas y su importante capacidad para superar dificultades"; "la gente navarra, de primera categoría…, gente trabajadora, honrada y decente", incluso gente "con una misión de formación en el mundo". Como siempre, gente que no necesita abuela para cantar sus propias virtudes.
Reina unanimidad completa acerca de cuáles deben ser los pilares de nuestra economía futura: industria agroalimentaria, energías renovables, automoción o biomedicina. Démoslo por bueno. Lo malo es que tales opciones en política económica, regidas por el criterio de la pura eficiencia competitiva, se acompañan de medidas que desdeñan someterse al criterio de justicia. Se confiesa por ejemplo que Navarra cuenta con "un sistema fiscal que funciona razonablemente bien y con prudencia"…, pero nadie pregunta si funciona asimismo con equidad frente al resto de españoles. Ellos no se meten en política. O bien se insiste en la conveniencia de que la Administración intervenga mucho menos en la vida de las empresas y no entorpezca sus planes. Vuelve triunfante el laissez faire y quienes algún día fueron socialdemócratas hace tiempo que se han rendido al neoliberalismo.
Pero lo peor es que aquellas orientaciones públicas traen consigo otras tantas opciones morales de naturaleza más que dudosa. En especial, las concernientes a la clase de educación y de juventud que nos recomiendan, como si también fueran expertos en esto. Los más narcisistas repetirán que la principal riqueza de nuestra tierra es "su capital intelectual" -para que luego se rían del pensamiento navarro- y que tenemos un "alto nivel de preparación y de nivel cultural". La pena, eso sí, es que "nos falta una cultura de marketing (¿), saber vendernos", que "Navarra tiene buena calidad intrínseca (¿), pero poco marketing". Los menos narcisistas coinciden en que a este mundo pecador hemos venido a vendernos, y a vendernos bien, pero añaden que antes hay que mejorar la materia prima y la mercancía final. En suma, dotar a los jóvenes de mayor conocimiento.
Pero conocimiento ¿de qué y para qué? La mar de fácil: como "el nivel alto de educación no produce el tipo de talento que nuestras empresas van a necesitar en el futuro, (entonces) nos faltan ingenieros, científicos y técnicos y nos sobran carreras de humanidades". Son tesis que sólo se atreven a pronunciar, claro está, los que nunca han estudiado humanidades. Aquel lema progresista de poner la universidad al servicio de la sociedad ha mutado en el lema mercantil de poner la universidad al servicio de la empresa. Si aceptamos que "el futuro lo van a hacer los empresarios", ahora metidos a moralistas, "es necesario… que nuestra juventud aspire a desarrollar una idea, a ser ricos, a tener poder". Magnífico programa para esta edad idealista, pero hoy tan desnortada, que no debe buscar otro poder que el económico ni guiarse más que por la única idea valiosa: "que la gente se dedique a lo que sea negocio". He ahí la nueva educación en valores.
Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía moral y política de la UPV.
Diario de Navarra (16.03.2009)
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