Jacques Vergès, todo un personaje

Jacques VergèsEsta semana ha pasado unos días en Barcelona Jacques Vergès, muy conocido desde comienzos de los años sesenta por haber ejercido de abogado defensor en célebres procesos judiciales relacionados con causas políticas.

La razón de su viaje era presentar en el Col · legi d´Advocats su libro Estrategia judicial en los procesos políticos, ya publicado en castellano por Anagrama en 1970 y oportunamente reeditado el mes pasado por la misma editorial. En la presentación pudo comprobarse la brillante dialéctica de este abogado francés, su retórica concisa y rotunda, la amplitud de su cultura, especialmente en literatura e historia, así como la rigurosa consistencia de sus argumentos jurídicos. Creo que los asistentes al acto quedaron fascinados ante la capacidad de persuasión y la apabullante personalidad de Vergès, manifestada en sus palabras y gestos, en el vigor y la cadencia del discurso, en el poso de experiencia y sabiduría que demostraba. Estábamos ante un gran abogado al viejo estilo, nada que ver con el tono grisáceo del foro jurídico actual.

Además, su libro sigue teniendo un gran interés, tanto por su tesis de fondo, como por las reflexiones que suscitan los casos históricos que aporta para argumentar dicha tesis. En sustancia, Vergès distingue entre dos tipos de procesos judiciales, los de connivencia y los de ruptura. En los procesos de connivencia las partes aceptan los valores y los principios desde los que se enjuicia el caso. Cuenta, por ejemplo, el caso del doctor Adams, un médico inglés acusado de asesinar mediante una sobredosis de morfina a una rica paciente de edad avanzada para hacerse con parte de su herencia. Un crimen común. Su abogado defensor, un famoso y experimentado jurista, desmonta hábilmente la veracidad de las pruebas presentadas por el fiscal y el jurado declara la inocencia del médico, que, en principio, aparentaba ser el autor del asesinato. En un proceso de este tipo, no se cuestionan las normas aplicables ni los valores morales que las fundamentan, sino, simplemente, se cuestiona la certeza de las pruebas legalmente aportadas. Muchos procesos politizados han tenido este signo: el de Dreyfus, el de Bujarin o el de Nuremberg, que son descritos para ilustrar este punto de vista.

Muy distintos son los procesos de ruptura. En ellos la defensa no se entretiene en desmenuzar la posible veracidad de las pruebas o en demostrar la existencia de vicios de procedimiento, sino que impugna las bases desde las cuales se enjuicia al acusado, es decir, no se reconocen como justas y legítimas ni las normas que fundamentan la acusación ni los principios que las inspiran y, por tanto, no se acepta el someterse a ellas, aun cuando sean ciertos los hechos aportados como pruebas. El proceso, pues, se refuta desde una legitimidad distinta a los principios que lo regulan. Vergès pasa a describir distintos tipos de procesos de ruptura: el de Sócrates en la antigua Atenas, el de Luis XVI, el de Dimitrov, el de Castro cuando fue apresado por Batista, el del FLN argelino que conoció tan de cerca. Todos tienen modalidades y matices que completan su concepto genérico de procesos de ruptura.

No se trata ni mucho menos, aclarémoslo de entrada, de que Vergès parta del supuesto de que cualquier proceso pueda ser convertido en un proceso de ruptura. Muy al contrario, sólo pueden ser considerados de este modo aquellos procesos en los que exista justificación para ello. Ello significa que en el caso de que las instituciones jurídicas y políticas sean democráticamente legítimas, los procesos sólo pueden ser de connivencia, es decir, procesos comunes, los habituales en nuestro entorno cultural. Así lo dijo en la presentación, añadiendo: "Yo defiendo los procesos de ruptura, pero, en lo cotidiano, los procesos de connivencia me apasionan". Abogado con bufete en París, a ellos dedica la mayor parte de su tiempo.

Si el libro es interesante, no lo es menos su personalidad. Quien quiera aproximarse a ella debe ver el reciente documental de Barbet Schroeder que se proyectó en los cines hace unos meses y que se encuentra en versión DVD. En la charla del Col · legi d´Advocats se pudo comprobar su inteligencia y agudeza, la rapidez de sus respuestas y su gran vitalidad, nada frecuente en una persona de 85 años. Pero hay otros aspectos de su vida que han sido considerados oscuros y poco coherentes.

¿No es contradictorio, se preguntan muchos, que una persona que ha defendido en juicio a los dirigentes revolucionarios argelinos y a los fedayines palestinos pase a defender años después al nazi Klaus Barbie, al terrorista Carlos o, como sostiene él mismo, haya estado también dispuesto a defender judicialmente a Milosevic o a Sadam Husein? Esto es algo que para muchos suscita dudas que por este motivo presuponen cambios ideológicos en Vergès. Nada hay de eso. Cualquier jurista debe considerar que toda persona, aun la más contraria a tus ideas, merece ser defendida ante un tribunal.

Vergès, un anticolonialista, un hombre obsesionado por la justicia, una persona que se alistó en la resistencia porque así defendía a Francia, entendiendo por Francia, según dice, el pensamiento y la actitud ante la vida de Montaigne, Voltaire, Diderot y los revolucionarios franceses, es todavía, antes que nada, un ilustrado, un hombre libre y anticonvencional que no está dispuesto a seguir la senda trazada por la conservadora izquierda de hoy, tan políticamente correcta.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)
La Vanguardia (12.03.2009)

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