
Hay gente que ha descubierto el cine al tiempo que empezó a acumular DVD de películas famosas; algo tan singular como si la pasión teatral le llevara a coleccionar textos y desdeñar las representaciones. Hagan la prueba; pongan elDVD de Eva al desnudo en su casa, con las pausas que les peten para tomarse una copa, para orinar, e incluso fumarse un veguero, durante las 2 horas y 13 minutos de proyección. O vayan a verla en la horrenda sala de la Filmoteca de Catalunya. Si no notan la diferencia, sigan coleccionando CD en la confianza que les gusta el cine del modo similar a la filatelia. ¿Se echan al coleto dos veces al año Rocco y sus hermanos?¿Pasan todas las Navidades las cuatro horas de la Cleopatra de Mankiewicz? Son cinéfilos de latas de conservas, de esos que dicen tengo un catálogo con trescientos títulos. Una biblioteca bien surtida consiente echarle una ojeada al capítulo X de la segunda parte del Quijote, oa los monólogos de Setembrini en La montaña mágica,puestos en plan pedante. ¿Pero con el DVD doméstico, cómo visionar el octavo plano de la secuencia 42? Si quieren tener latas de conservas, que las tengan, es coleccionismo, dignísimo, pero coleccionismo: cualquier relación con la cinefilia es casual.
No creo que haya película más elocuente que Eva al desnudo para tratar de las diferencias entre cine y teatro, entre lo viejo y lo nuevo, entre la ambición y la representación, entre el talento y la perversidad; incluso entre la sensibilidad femenina y la vanidad masculina en torno al arte. La historia de una actriz, Eva Harrington, de irresistible ambición y demoniaco talento. El título original fue el de Todo sobre Eva (All about Eve),pero ya se sabe que una de las aportaciones de las distribuidoras españolas fue la de echarle imaginación, y lo del desnudo de Eva les debió de parecer una tentación. A los italianos les dio por la dialéctica y la titularon Eva contra Eva.Quien aún no la haya visto tiene una laguna cinematográfica inmensa que puede sortear en la Filmoteca de Catalunya. Y todo gracias a esa benigna pesadez de los aniversarios que tanto nos ayudan a no pasarnos el día mirándonos los ombligos. Esta misma semana hubiera cumplido cien años Joseph L. Mankiewicz, de quien se podía decir con el sarcasmo y la brillantez de sus diálogos que fue uno de esos animales raros y contradictorios – el cerdo, por ejemplo, tan amado por los cristianos como detestado por los musulmanes-de los que se aprovecha todo. Odiaba la mediocridad y la estupidez, lo que tiene gran valor tratándose de un periodista que tardó bastante en dejar la profesión y dedicarse al cine; gremio donde, a esas dos plagas profesionales, debía sumarse algo específico del mundo cinematográfico: la ambición obsesiva por la gloria, el éxito y la fama.
No hay faceta de Mankiewicz que no haya sido tratada y desarrollada hasta en sus matices más ínfimos. Conoció, dirigió y ayudó a triunfar a todas las grandes leyendas del cine, Marlon Brando, Rex Harrison, Katharine Hepburn, Gregory Peck, Henry Fonda, Liz Taylor, Montgomery Clift, Frank Sinatra, Humphrey Bogart, Ava Gardner… Hasta la novata Marilyn Monroe, que hará en esta Eva al desnudo que les invito a volver a ver uno de los papeles de simple con ambiciones que tanto juego le darían en la vida. Adaptó a Shakespeare y sobre todo a escritores mediocres que se convirtieron, por su mano de guionista, en paladines del talento cinematográfico. Fue todo un carácter durante los vergonzosos años del maccarthismo y la caza de brujas, cuando se enfrentó al patriota Cecil B. de Mille. Tenía una cultura sólida y sabía escribir, dos particularidades que en el mundo del cine, muy fragmentado por razones de industria, no suelen coincidir. Los guiones de Mankiewicz – como los de su hermano mayor, que había escrito el de Ciudadano Kane para Orson Welles-están tan bien construidos que parecen dirigirse al teatro, y las películas tan bien engarzadas, secuencia a secuencia, que alcanzan el virtuosismo; Cleopatra,sin ir más lejos.
Ya sé que está todo dicho sobre Eva al desnudo,incluso hay un libro del crítico norteamericano Sam Staggs consagrado al filme y traducido al castellano. Por si fuera poco, acaba de publicarse en T& B Editores una detallada biofilmografía, obra del barcelonés Christian Aguilera, dedicada a Mankiewicz, elocuente y minuciosa, cuyo único reproche sería el del subtítulo: "Un renacentista en Hollywood". Un tópico que me remite a aquel sarcástico comentario del Mankiewicz ya viejo: "Comparados a los productores de hoy, Zanuck y demás eran unos Medici". Sin duda un personaje insólito por su talento en la gran fábrica de mentiras que fue el Hollywood de su época, algunas tan geniales que merecieron convertirse en verdad, como fue su caso o el de Orson Welles.
Ynoes banal que traiga a colación a Welles hablando del director de Eva al desnudo,porque hay entre ambos una familiaridad intelectual, creativa. No sólo la que otorga la genialidad, sino el modo en que se trata el poder, la gloria, la amistad y ese motor vital que constituye una ambición insaciable, unida al talento, como explicará en una secuencia digna de incorporarse a los parlamentos de Shakespeare un George Sanders emérito en su grandeza de canalla.
Merece la pena revisitar Eva aunque sólo sea por ver la interpretación de dos secundarios que llenan la pantalla cada vez que aparecen – George Sanders, en su papel de crítico teatral golfo, y Thelma Ritter en el de ayudante "sindicada y para todo" de la estrella Davis-.Y qué decir de la espléndida fealdad de Bette Davis iluminada por dos ojos deslumbrantes. De los seis Oscar que concedieron a Eva, el único que se llevó un actor fue para George Sanders, un hombre tan inteligente que fue capaz de vivir con la mujer más despampanante y estúpida del cine norteamericano, Zsa Zsa Gabor, y no sólo no murió en el intento, sino que se lo tomó con tanta calma que aún pasó mucho tiempo antes de envenenarse en un hotel de Castelldefels.
Joseph L. Mankiewicz no se suicidó como Sanders, al que admiraba por su sorprendente cultura y su gozo de vivir mientras la vida mereció la pena. Ni se mató con alcoholes de 45 grados como hizo su segunda mujer y su adorado hermano mayor, Herman, al que debía mucho de lo que era. Joseph L. Mankiewicz escogió su manera de retirarse. Después de hacer un filme perfecto con dos actores perfectos – Laurence Olivier y Michael Caine-que se llamó La huella,se metió en Bedford, cerca de Nueva York, dejando una de esas sentencias suyas que parecen perfectamente escritas para que alguien las incorpore a una gran película: "A veces me pregunto si soy uno de los más prestigiosos pilares del cine, como dicen algunos, o una de sus putas más relevantes". En Bedford pasó los últimos veinte años de su vida; algún viaje, ninguna entrevista. Dejó escrito en Eva al desnudo el que hubiera podido ser su epitafio: "Todo se puede fingir". Incluso la muerte, añadimos nosotros. Joseph L Mankiewicz sigue vivo.
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