EN PRIMERA FILA / JOSE SARAMAGO / Escritor
Ha superado una grave enfermedad que le tuvo varios meses casi en la otra orilla. Y ha salido de ahí reforzado – Estrena novela, 'El viaje del elefante', que ha sido su corte de mangas a la muerte y su hallazgo del humor – Celebra el décimo aniversario de la concesión del Premio Nobel, el primero para la literatura portuguesa
Antonio Lucas.- Puede que sea este el barrio más elegante del centro de Madrid, con el Retiro a proa y el Museo del Prado a popa. A babor, el viejo Salón de Reinos. A estribor la Real Academia Española, siempre dos pasos por detrás del trote que en la calle adquiere el idioma. Y repartidos por entre los portales con cancela de nogal, sobreviven a la tiritona de la crisis algunos restaurantes de siete tenedores donde el plato de habas secas con láminas de foie se lleva por delante cuarto y mitad de la nómina.
En esta mañana de invierno nada hay de especial. Quizá el tibio sol que nos descubre las ciudades como un gran hormiguero. Pero tampoco. Por la cuesta del Casón del Buen Retiro sube José Saramago con su mujer, Pilar del Río.
El Nobel viaja lento por la senda de baldosas, bajo la luz enferma y cansada de enero, precisando mucho la suela del zapato sobre la acera. Delgado, con ecos de romanticismo tardío, sube Saramago por la cuesta en su viaje hacia la nada que, hasta nueva orden, suelen ser las entrevistas. Se va dejando ver casi del otro lado de la claridad, levemente crepuscular detrás del ventanal de las gafas, con la pisada lenta y elegante, vertical, sorteando ahora la velocidad de un audi homicida. Madrid se llena de cicatrices en invierno.
Saramago es el hombre civilizadísimo frente al estruendo de las cavernas. Llega cansado. Los ojos color grafito, ligeramente menguantes. La cabeza de galápago arrebatado a una isla. La mano frágil. La mano fina. La mano laboriosa y con unas gotas de frío.Trae la altura improbable de los que calzan ochenta y tantos años. La boca apenas dibujada en el rostro. El rostro severo.Tiene un aire de Pessoa que ha pegado el estirón -cosas que uno escribe sin pensar-. Algo hay en él de señor beige claro, de oficinista que esconde en verdad el discurso luminoso y encarnado, vibrante y bien entendido del que en la vida arriesgó por unas ideas que, de un modo u otro, siempre acaban bajo sospecha en este mundo que tiene descompensados los brazos de la romana.
A Saramago le enseñó a mirar la vida el abuelo analfabeto en la aldea de Azinhaga, donde el escritor nació en 1922. Podría ser que le enseñara a describirla en aquella región, no muy lejos de Tras Os Montes. Lobo estepario entre el murmullo. Razonablemente feliz en el grado cero de una soledad muy concurrida. El autor de Todos los nombres viene de una tierra maltratada, Portugal.Vive por elección en Lanzarote. Y habla con la misma desnudez de su prosa, arrastrando la viva arcilla de su acento sobre el vacío absoluto del mediodía. Es en ese mismo vacío donde se le revelan las cosas sencillas, los complejos argumentos de su narrativa sabia y despojada, de donde saca casi todas sus parábolas críticas. Saramago bebe agua en este despacho prestado.
– Leía esta mañana algunos periódicos…
– ¿Y?
– Es sorprendente. No asimilamos las cosas. La sobreinformación es una clara estrategia para el desconcierto. No tenemos tiempo ni capacidad de entender todo lo que estamos viendo, lo que nos dicen. Tampoco el conocimiento previo que nos permite ir de lo que conocemos a lo que necesitamos conocer. Eso nos instala en la improvisación permanente. Y hemos convertido esa improvisación en norma.
– Un buen ejemplo de esa sobreinformación es esta crisis…
– También, sin duda. Creo que aún estamos en el principio de algo que alcanzará proporciones que ni siquiera podemos imaginar.Pero lo que importa en verdad es qué va a resultar de todo esto.Si la salida es lo que anuncia Sarkozy, refundar el capitalismo, alivia poco. El capitalismo lo tenemos ahí y sus resultados son éstos. Y ahora qué. El problema más grave es la falta de alternativa política. Si ésta no existe, no podemos tomar el poder. Y si no accedemos a él, no hay manera de cambiar las cosas. ¿Los que han propiciado este daño son los que van a resolverlo? Complicado.Muy complicado.
Hace unos meses, José Saramago salió del hospital. Ingresó casi con el destino marcado, con el póker hecho por la enfermedad.La muerte le rondaba. El perro del fin le acercaba el hocico a la mano. Pero él mantuvo una consigna en el instante preciso: resistir. Perdió 20 kilos. Era un esqueleto dibujado sobre las sábanas de la fiebre. Resistir. Era un escritor atacado por la idea de acabar aquella novela que dejó en el cajón de su casa antes de ingresar, El viaje del elefante (Alfaguara). Resisitir.Soportó los gases lacrimógenos de una dolencia que combatió a cañonazos, a golpe de sístole y corazón de roca, con la lucidez empujando contra el caldo fúnebre del diagnóstico y la obligación aprendida de sobrevivirse todos los días. «Lo que he pasado durante estos últimos meses me permite decir: 'No me hablen de la muerte porque ya la conozco'. Tarde o temprano todos acabamos por llegar a donde se nos espera. Esta es la cita con la que abro el libro, un libro que nunca estuve seguro de poder terminar. Pilar pensó en pedirle a los médicos que me aguantaran tres meses más con vida para poderlo acabar… Así estaban las cosas».
Pero la palabra tiró de la palabra y Saramago, algunos meses después de haber comenzado a trabajar en esta historia de ahora, se sentó de nuevo en el escritorio de su casa de Lanzarote y continuó exactamente donde había dejado aquella fábula que narra el viaje del elefante Salomón desde Lisboa a Viena, en la pinza de los siglos XV y XVI. Un cuento largo donde por vez primera, casi por última vez, aparece en la escritura de este autor la ternura, y hasta el humor. «Nadie encontrará aquí nada que pueda relacionarse con la enfermedad. Esta aventura está escrita con alegría, con humor. Y esto sí que es nuevo en mi obra. Existía la ironía, pero no el humor saludable. Yo no soy, lo siento mucho, una persona alegre. Pero soy capaz, al final, de hacer reír al lector. En resumen: el libro niega esa cercanía de la muerte en la que estuve».
– Sin embargo, el desasosiego siempre está ahí…
– Hay una forma de ser escritor que podría resumirse en esa línea de escribir para desasosegar. Yo creo poder incluirme en tal tradición. Incluso con este nuevo libro. Por ejemplo, los percances, hazañas y viajes del elefante de este cuento largo -porque es más cuento que novela, casi como un capítulo del libro de Las Mil y Una Noches- podría entenderse como una metáfora de la vida humana. Porque ahora todo es metáfora, ¿se ha dado cuenta? Todo es metáfora siempre de algo… Ese elefante que anda, y anda, refleja de algún modo lo que pasa con nosotros: no sabemos a dónde vamos.
– Hay quienes dicen que es la muerte la que da sentido a la vida.
– No lo creo. Es más, lo niego. Si yo hubiera muerto en el trance de esta enfermedad que tan cerca me ha tenido del otro lado, ¿qué sentido tendría mi vida? ¡Ninguno! ¡Nada! ¡Humo! Fíjese, el triunfo desprende una cierta sensación de eternidad. El triunfo es no pensar que esto deba acabar un día.
– ¿Y dónde quedaron las utopías?
– Ese es un concepto abaratado por exceso de uso. Tengo hacia ellas una especie de odio visceral. Sobre todo, a la idea infantil que las empuja. Yo quisiera que la vida fuera mejor de lo que es. ¿Pero cómo? En el Foro Social de Portoalegre dije que la utopía es hoy un engaño. No podemos estafar a la gente con la idea de «ahora no, pero mañana sí». La utopía sólo es válida si se puede alcanzar mañana, pero no dentro de 50 años. Hay que luchar por cosas concretas: justicia, bienestar, felicidad…Eso es lo que importa. Ya hay demasiadas palabras y algunas no dicen la verdad.
José Saramago, el viejo comunista en pie de paz entre los últimos rojos del mundo. José Saramago, Premio Nobel de Literatura; José Saramago recién regresado de ninguna parte con una ráfaga de humor germinado, de humor concienzudo. José Saramago, sacando música del caramillo de la decepción. José Saramago, que estrena un par de risas.
ElMundo. 11/01/2009
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