Todos somos gazenses

Asesinato de niños en Gaza por parte del ejército iraeslí"Todos somos americanos", escribió un periodista francés tras la tragedia del 11 de septiembre del 2001. ¿Quién dirá hoy "todos somos gazenses" mientras las víctimas de la guerra que lleva a cabo Israel contra Gaza se cuentan por centenares y los heridos por miles? Quizá la vida de un habitante de Gaza vale menos que la de un americano. Gaza, por el hecho de estar gobernada por palestinos elegidos democráticamente bajo la bandera de Hamas, movimiento islamista, está abocada a la destrucción, a las masacres de inocentes como el bombardeo de escuelas de la ONU, y a estar cortada en dos para que ni los socorros ni las ayudas alimentarias puedan llegar a sus habitantes.

Debo reaccionar y expresar la vergüenza y el asco, no ya como ciudadano árabe, sino como simple ser humano. Vergüenza por los silencios de los estados árabes (excepto el emir de Qatar), vergüenza por asistir impotente a la masacre de los débiles por un Estado poderoso. Me imagino en Gaza, donde dormir se ha vuelto imposible porque el ejército israelí prefiere actuar por la noche. La muerte que distribuye con generosidad se parece a aquella que baja del cielo como fuegos de artificio. Las bombas son estallidos de luz que efectúan un barrido espectacular en el cielo antes de elegir sus objetivos y matar con total impunidad.

Hemos visto cuerpos despedazados, gritos interrumpidos por el sufrimiento: hemos oído a observadores occidentales, a médicos, a enfermeros venidos de todo el mundo expresar su cólera porque los heridos mueren mientras son trasladados porque las carreteras están cortadas. Hemos visto a manifestantes en los países árabes y en Europa expresar su indignación, pero a ello el Gobierno israelí opone la legítima defensa. A los cohetes lanzados desde Gaza para crear inseguridad, los israelíes han respondido desencadenando una guerra sin piedad. Vivir con el miedo a recibir el impacto de un cohete no puede justificar una respuesta tan mortífera. Eso no es legítima defensa, es un asesinato colectivo deliberado.

¿Qué esperan obtener? ¿Una sumisión de la población gazense? ¿Una abdicación de la resistencia? Al sembrar la muerte con esa arrogancia e incluso con una inconsciencia cruel, Israel recogerá decenios de odio, de miedo y de deseo de venganza. ¿Cómo se puede hablar todavía de plan de paz después de tantas heridas en el alma y en el cuerpo de miles de palestinos?

Al perpetrar un "desastre humanitario", como ha dicho un político occidental, al hacer padecer hambre a un pueblo, al destruir gran parte de sus ciudades, Israel se coloca fuera de la legalidad internacional y comete crímenes contra la población civil. Su impunidad, sistemáticamente bendecida por Estados Unidos, no contribuye en nada a la esperanza de la paz, y ello no es nuevo: masacre de Caná en 1996, la de Yenín en el 2002, los asesinatos selectivos de líderes palestinos, la guerra contra Líbano en el 2006, todo ha quedado casi olvidado, los vivos y los muertos han sido amortajados con el mismo sudario, el de la impotencia y la injusticia. Si al arma del débil (los cohetes) Israel responde con destrucciones masivas físicas y humanas, elimina el porvenir, porque, como dijo el escritor Abraham Yehoshua, "tarde o temprano viviremos juntos". Pero para vivir juntos hay que admitir la existencia y la necesidad del otro a existir en la dignidad y el respeto. Israel, en tanto que Estado fuerte, debe reconocer a Hamas y negociar también con él y no sólo con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas, un pobre hombre que ha perdido su credibilidad y que no ha obtenido nada desde que va de reunión en reunión.

Por su parte, Hamas debería renunciar a su posición radical de todo o nada y admitir, como muestra de buena voluntad, la famosa declaración de reconocimiento del Estado de Israel. Para ello será necesario que los estados que lo financian dejen de utilizarlo para sus propias estrategias, y en particular pienso en Irán. Pero mientras el ejército israelí practique el castigo colectivo y mate a civiles no será posible ninguna esperanza de paz y de reconciliación. La guerra de hoy prepara a los kamikazes de mañana y profundiza el odio entre los pueblos. Estamos destinados sin remedio a una guerra de cien años.

Tahar Ben Jelloun, escritor, miembro de la Academia Goncourt.
La Vanguardia (11.01.2009)

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