Educación y «buenismo»

Educación y Hace ya unos días que leí el encabezamiento de este boletín (UPyD, Boletin Informativo nº 41) y se me ocurrió escribir la glosa a la noticia del fracaso escolar y la exclusión social que esgrimió Rosa D. en su interpelación parlamentaria a ZP y ante la que, al parecer, ZP patinó olimpicamente dando muestras de  la mediocridad competencial y de la insoportable levedad del buenismo. Como, además, hace ya algún tiempo que vengo rumiando la «gran mentira» que se ha inflado ante la crisis y el papel central en ese proceso de la ciudadanía y clase política logsista, he aprovechado estos días de ausencia del cíber para redactar un adjunto de urgencia sobre el tema (La gran mentira y la Logse). Al parecer, Rosa D. manejaba los datos del mismo informe que «descubrí» en la prensa y al que hago referencia en la glosa adjunta. A pesar de lo tajante y rimbombante que a veces puede parecer la manera de expresar mi opinión, no creo que exagere. Por ejemplo, algunos dirán que me paso cuando escribo casta política logsista, pero ¿qué menos puede decirse de unos representantes andaluces (del PSOE-A) en el Congreso de los D. que por unanimente no sabían cuántos parados hay en su comunidad autonómica, en la que el paro es uno de sus rasgos diferenciales?

LA GRAN MENTIRA Y EL ‘COLCHÓN’ DE LA LOGSE

Mi cabreo crece a medida que crece mi percepción del engaño y de la ceremonia de la confusión en torno a la crisis. Es uno de esos momentos en los que, a tenor de la magnitud del drama y de la sensación de estafa y fraude, a uno se le agota la necesaria dosis de humor y se le colma la capacidad de la paciencia. Esto que me pasa con el seguimiento de la declaración y diagnóstico oficial de la crisis no es de ahora; como ya habréis podido sospechar [escritos míos] anteriores, la magnitud de la crisis de la democracia, que se viene agravando en España desde hace cerca de una década, ha sido uno de mis temas recurrentes.

Entiendo por esa crisis en aumento los fenómenos conocidos y tantas veces comentados del modelo de crecimiento económico y financiero seguidos, del incremento de la dependencia social respecto a la partitocracia, del imperio político y más aún ideológico de los nacionalistas, de la pérdida de valor de la representación electoral, de la invasión de la justicia, los sindicatos, los medios y el conjunto de la sociedad civil por el régimen, de la consecuente degradación de la soberanía y autonomía de los ciudadanos, de la evanescencia de la intelectualidad crítica y la moral cívica, del fácil calado de la patraña moral del buenismo… Todavía, hace unos días, se mostraba eufórico ZP sobre las previsiones del 2009, a contrapelo de toda la información disponible, después de haber constatado que la demagogia del optimismo, aunque al poco los hechos desvelen el engaño, sale gratis o poco menos. Pero, el fraude de estos últimos meses me desborda, como me desbordó en su día toda la gran mentira sobre el «proceso de paz».

Tenéis constancia de las intermitentes pero constantes referencias en estos años a «mi tema estrella» (el del nacionalismo, financiación autonómica, falta de equidad democrática en los sistemas de fiscalidad y de redistribución «territorial», achicamiento del Estado y del concepto de igualdad de los ciudadanos españoles en beneficio de la bilateralidad con las identidades nacionalistas y los ricos de las regiones ricas, «normalización» del lenguaje abiertamente reaccionario de la ideología lombarda (déficits fiscales, balanzas financieras, los cupos forales, etc.) y asimismo a otros datos «colaterales» de ese tema, tales como la escandalosa e insostenible asimetría entre beneficios del capital y de las rentas del trabajo, entre el índice de los precios de productos básicos y el de las rentas salariales, entre fiscalidad directa e indirecta, entre el alza de ingresos empresariales por explotación de mano de obra no cualificada y la paralela caída de la productividad y la competitividad, entre los ingentes beneficios financieros y el endeudamiento familiar, la desigual asignación de las inversiones a favor de las regiones más ricas, la colonización ideológica de las clases sociales más débiles o con mayor precariedad laboral mediante el señuelo (o anzuelo) del dinero fácil y especulativo ante la pasividad de unos sindicatos fagocitados por partitócratas y nacionalistas, la legitimación del enriquecimiento rápido y del todo vale, de la voracidad depredadora de recursos naturales y públicos, etc.

Con las estériles y esencialistas polémicas de que si España se rompe o no, aducidas o ridiculizadas por unos y otros y por las continuas cortinas de humo que ha venido levantando de continuo por ZP con el aplauso de los medios e intelectuales pesebristas (o sea, casi todos), esos temas (la cuestión «estrella» y los asuntos «colaterales») no han encontrado lugar ni tiempo en los discursos políticos y en la palestra pública o simplemente han sido negados y estigmatizados por la pléyade de partitócratas, de uno u otro pelaje, y de nacionalistas, de izquierdas o derechas, que conforman el conglomerado del poder político.

Ahora no se trata ya de la polémica terminológica sobre los datos anticipatorios, sino de la manipulación informativa e ideológica de la crisis misma. La manipulación política y mediática de la crisis nos tiene instalados en una gran mentira. Se las han arreglado para convertir la crisis en la crisis de la banca y grandes entes financieros y la solución en una gigantesca e impúdica transferencia de dinero público y capital social a esos mismos organismos financieros, y, como si se tratase de un espectáculo de prestidigitación, los bancos españoles han pasado [de ser]  los más fuertes y modélicos a los más beneficiados en términos políticos, con raudales de fondos públicos sin control parlamentario y cuantiosos aguinaldos sin debate previo.

La crisis social, ideológica y moral parece invisible, no aparece como un problema ciudadano central en los medios ni en las reuniones de partidos ni en las intervenciones económicas y políticas. Se da, pues, la paradoja de que la crisis real está ausente de la vida política e informativa. Sin embargo, esa simulación está poniendo al desnudo como pocas veces la dictadura en nuestra democracia de los banqueros, especuladores, promotores inmobiliarios, grandes constructoras (que son mucho más que eso por su incrustación en sectores claves y estratégicos de nuestra economía), y la demagogia impúdica y el cinismo de los gobernantes y líderes políticos, que se ha convertido sin cortapisas en un patético guiñol de los banqueros ¡Quién iba a decir que el de ZP sería, aún más que los anteriores, el gobierno de los bancos y que haría buena, con creces, la tesis leninista sobre la dictadura del capitalismo financiero…!

A mí obviamente me duelen más los demagogos y farsantes que, en nombre de la izquierda, hablan de valores democráticos o, más frecuentemente, de alternativas progresistas, al encubrir y endulzar el origen, naturaleza y consecuencias de la crisis. Me pasa como ya me ocurrió con la convocatoria y campaña del referéndum sobre el ingreso de España en la OTAN y con el asunto de la corrupción y los crímenes de la época felipista; me dolía ver cómo gentes que decían representar a la izquierda y el progresismo justificaban la violación de derechos básicos, la degradación y descrédito del Estado de Derecho, la corrupción y el asesinato o apoyaban y jaleaban a prevaricadores, corruptos, encubridores y asesinos. Otro tanto me ha pasado después a resultas del impúdico «proceso de paz», que se me representó desde un principio como una cruel agresión a víctimas y demócratas y una consumación del maridaje de esa izquierda con los estrategas del Pacto de Lizarra y una cínica connivencia bilateral con los nacionalistas.

Ahora, tengo sensaciones parecidas, aunque la situación actual no me parece equiparable. El factor de «hegemonía» ideológica de esas fuerzas oscuras es ahora mayor. El ilusionismo lingüístico y mediático que se emplea no es nuevo, pero se está aplicando con éxito ideológico y político en circunstancias mucho más difíciles y críticas. Muchas veces me he preguntado durante estos últimos meses cómo es posible que esté funcionando esta gran mentira. Y he encontrado dos precedentes que considero rotundos y que me parece funcionan además como «colchones» de la escenificación de esta gran farsa: el caso de la hegemonía ideológica y cultural de los nacionalistas en sus territorios propios y el de la implantación de la LOGSE al común de la ciudadanía española, hasta el punto de tratar a esta mayoría social como ciudadanía logsista fácilmente manipulable.

Han sido campos en los que he vivido (y padecido) esta «batalla» durante tres décadas, que se dice pronto. Puedo asegurar que soy un superviviente por lo que me otorgo algún derecho a opinar sobre el particular, es decir, sobre los mecanismos de dominación mediante la manipulación del lenguaje y de la opinión pública y los dependencia social. Como casi siempre saco a colación el discurso y mensaje de los nacionalistas como ejemplo de manipulación y perversión del lenguaje político y de secuestro de la ciudadanía y de los principios democráticos, voy a referirme en esta ocasión a la LOGSE como botón de muestra del discurso sobre la crisis. Ambas cosas se encuentran además relacionadas, no es accidental que desde primera hora los nacionalistas y los buenistas del momento (de Solana y Maravall a Marchesi y de Marta Mata a Carmen Laura y Rosa Cañadell) se convirtieran en los agentes más decididos en la aplicación de la reforma educativa

Una muestra paradigmática de cómo se puede insuflar como mensaje político una gran mentira y de su eficacia en la dominación del espacio público de los ciudadanos, es la desinformación y el encubrimiento del fracaso escolar y, más aún, el hurto del debate sobre el fracaso del sistema educativo (público) y sus dimensiones sociales y económicas. Ciudadanos y profesionales responsables han conseguido airear datos del informe PISA y otros que, aun maquillados, evidencian el fracaso social del actual sistema educativo, pero las diversas instancias del poder orgánico (es decir, de instituciones, palmeros mediáticos e intelectuales y asociaciones cómplices como los sindicatos y la miríada de organismos educativos no estrictamente docentes) mantienen aún en la penumbra los datos, por ejemplo, del Instituto FORMA (oficial), cuyas cifras son contundentes, e incluso escalofriantes. Si para cualquier ciudadano con sentido cívico la inhibición política ante las evidencias del fracaso de un sistema educativo es una falta grave e inexplicable, lo de secuestrar u ocultar los datos de la realidad en el debate político debiera ser, me parece, politicamente delictivo, algo que eno tiene además precedentes, si miramos, desde Moyano a Villar Palasí. Y, sin embargo, una gran parte de la ciudadanía y de los docentes no lo percibe así ..

El «quid» de esa capacidad de velar la realidad y de crear falsas imágenes está, en mi opinión, en la sabia combinación de la manipulación del lenguaje, es decir, del mensaje, en este caso mediante conceptos supuestamente progres como «atención a la diversidad», «comprensividad», «comunidad educativa», etc., hasta conformar la opinión «políticamente correcta», con el logro de la aceptación acrítica o resignada del sistema por parte de los profesionales y de los sindicatos, primero, y de una mayoría social, después. A los primeros resultó relativamente fácil acaramelarlos al integrarlos en cursillos curriculares del nuevo sistema a cambio de incentivos varios como la adquisición de baremos para la obtención de plazas, ascensos, comisiones o traslados y una paralela identificación con el proyecto de la mayoría del escalón inferior, el de los maestros, claros beneficiarios corporativos; los segundos obtuvieron jugosas contrapartidas, determinantes para la financiación de sus costosas estructuras de liberados, a cambio de su beligerante implicación en la implantación, consolidación y legitimación del sistema y el encubrimiento del gran fiasco educativo (para la enseñanza pública) y social (para la mayoría social de desgraciados escolarizados) que supone el mismo.

Este proceso fue paralelo e interconectado con el de los cursos de catalán (impartidos por un organismo ajeno al sistema educativo) para la obtención de las titulaciones que después contarían en la consecución de comisiones, cargos, ascensos y traslados. Además, las lecciones de historia nacionales de Cataluña y de literatura y cultura catalanas fueron el corpus que después se incorporó al inventario de contenidos competenciales sobre historia y cultura propia en los «diseños curriculares» de la LOGSE. El mismo invento han aplicado, por lo que parece, en el «Pacto catalán» sobre la integración de los inmigrantes (o sometimiento de los mismos al nacionalismo).

Pues bien, todavía recuerdo con sonrojo la defensa que hizo el teórico marxista J. Sempere en «Mientras Tanto» para justificar la ejecución del plan LOGSE, cuando ya en sus fases experimentales, allá por los años 1983/85, a algunos de los que militábamos en esa izquierda (política y sindical) nos parecía evidente que se trataba de un fraude, o un timo, y de un ahorro en la indispensable reforma de la FP; la reforma de la FP, especialmente de su primer grado, resultaba demasiado onerosa, al parecer, para los presupuestos estatales. Callaba además sobre la manifiesta intención de adoctrinamiento nacionalista de los nuevos contenidos.

Había, ha habido y hay docentes críticos con la tribu de pedagogos que se han convertido en verdaderos sociolingüistas del poder (como los «normalizadores» nacionalistas) y con logsistas bunkerizados a prueba de las bombas de la propia realidad. Os recomiendo, por ejemplo, que leáis a Mercedes Ruiz y S. Orrico, con los que me siento plenamente identificado desde mi propia experiencia, para conocer el análisis de docentes críticos y las reacciones viscerales de los pedagogos desertores de las aulas.

Gran parte de la eficacia de la implantación del sistema y del sostenimiento de su fracaso ha radicado en su capacidad de excluir y aislar a estos profesionales y ciudadanos críticos con el mismo. Les (nos) han tildado de todo menos de guapos: corporativistas, carcas, elitistas, discriminadores, que si le hacíamos el juego al PP (estigma que ha funcionado con una eficacia demoledora), etc. También valía la descalificación de la excelencia y el auspiciamiento de la mediocridad en el nuevo sistema, mediocridad e incompetencia que ya se estaban instalando al copo en el sistema de partidos y de representación política. Buena parte de los mejores se inhibieron, se fueron de las aulas o se marcharon. Me contaron hace poco el testimonio triste de un profesional encariñado con su trabajo, perteneciente supongo a la desaparecida saga de docentes de corte regeneracionista: «Antes los profesores de media se despedían llorando y ahora nos vamos huyendo». Pero, considero que el arma más eficaz fue y sigue siendo la ocultación, el encubrimiento o la manipulación de la realidad y su maquillaje político, labor en la que la simulación lingüística juega un papel principal. Nada diferente de lo que dicen Jeff [Thomas Jeffrey Miley] o F. Ovejero cuando hablan de la facilidad y eficacia nacionalistas en la invención de identidades.

Otra cosa es que no puedan tapar todas las grietas por donde escapa la realidad. En noviembre, supimos leyendo entre líneas y en huecos sin relieve mediático que el Gobierno central y los autonómicos habían acordado tratar de reducir a la mitad el abandono escolar, que, en el tránsito de la ESO al Bachillerato, se estimaba 570.000 jóvenes. En términos comparativos con la media de la UE, el porcentaje de jóvenes españoles que habían abandonado el bachillerato o FP era del 31 % frente al 14 % europeo. Peor aún: sin dar porcentajes ni cifras de fracasados escolares y excluidos sociales, para evitar supongo los pasmos, se decía que una parte de los 121 millones de euros destinados a tal fin en el 2009, a conseguir que tengan alguna cualificación «inicial» aquellos que no han conseguido el graduado en ESO y han desertado del sistema educativo logsista. Supongo que a estos datos debía referirse Rosa Díez en su interpelación a un incompetente, ignorante y cínico R. ZP.

Desde mi perspectiva, el fraude social de la LOGSE es mayor que el educativo si puede diferenciarse el uno del otro. Más aún si se trata del fraude social que se está cometiendo con el tratamiento político e ideológico de la crisis económica, empezando por el enmascaramiento de la íntima relación entre el sistema educativo ideado con la LOGSE y el modelo de crecimiento económico español, el de la crisis real.

A pesar de las injusticias (que se acumulan en la igualdad de oportunidades, en la formación profesional y cualificación laboral, en el reconocimiento del esfuerzo individual, en la excelencia del sistema público respecto a los centros privados, etc.) y de la propia inviabilidad del actual sistema educativo, los partitócratas españoles, con su cohorte de sindicatos y ampas, siguen empeñados en preconizar una igualdad que toma como medida o rasero el fracaso escolar y social. Habiendo situado el sistema educativo en el centro de políticas supuestamente igualitarias y otras gaitas, la perversión del lenguaje utilizado consigue obviar u ocultar la consustancialidad de este sistema educativo con el modelo neoliberal de especulación financiera y de centralidad del sector APC (Asociación de Promotores y Constructores) o inmobiliario, que ha funcionado a toda máquina estos últimos quince o veinte últimos años. Este modelo se ha visto surtido por una abundante mano de obra no cualificada, versátil para su empleo y desempleo, escoria laboral de quita y pon como multitud inmigrante, y fácilmente susceptible de ser atrapada en el consumismo más virtual y en el endeudamiento más inconsciente.

Parece como si se ignorara al hablar de esta crisis que el «modelo de crecimiento» de la economía española ha basculado en buena medida sobre el aumento disparatado del peso de la construcción en el VAB, con el consiguiente cambio en la composición de éste, el deterioro de la productividad, en lo que estamos a la cola de Europa, y el incremento de la precariedad laboral, en lo que estamos a la cabeza de Europa. Se ha producido, en este sentido, un triple fracaso, el de la productividad, el del desempleo, en el que estamos me parece a la cabeza del ranking mundial de las economías desarrolladas, y el educativo. Es más, haciéndonos creer que el eje de la crisis es financiero, se mantiene fijo el discurso de una capitalización de la banca con ingentes cantidades de dinero público, sin control parlamentario, como paso previo a la creación de empleo y una mayor «flexibilidad» (precariedad) laboral, lo que mantendría sin cambios la actual situación de precariedad social, baja calidad de la «fuerza de trabajo» y paupérrima productividad.

Lo que más asombra, insisto, es la falta de pudor en la manipulación del lenguaje. Así, una pedagoga que escribe con frecuencia en la prensa, afirmaba hace unos días: «El cambio no puede no puede venir heredado del modelo tradicional, responsable del actual fracaso, ni de políticas neoliberales de mercantilización del sistema educativo». Pero, ¿qué es lo que tenemos? ¿Es que acaso en España tenemos un sistema socialista amenazado por el mercado? Con igual diligencia e impudicia, no se ha trasladado obviamente el dato del fracaso escolar al fracaso laboral y social. Gómez Navarro, ex ministro del PSOE, dijo que los sindicatos tendrían que dejar de defender a los vagos y a los absentistas laborales, absentismo que por cierto se ha duplicado en España en los tres últimos años. Las declaraciones cuadran: se les da el título a los vagos escolares, pero no se les da el salario a los vagos sociales. Este el cuadro en el que se difumina, aunque no se borra del todo, la irresponsabilidad, cinismo y demagogia de los representantes políticos a expensas de la «ignorancia lingüística» de una mayoría ciudadana.

¿Qué podrían pensar muchos ciudadanos cuando el gobierno central y la partitocracia han permitido que los especuladores financieros beneficiarios del 15 % del PIB español permanezcan fuera del control parlamentario y del conocimiento de los ciudadanos? «Aquí, escribía hace poco el periodista Fermín Bocos (buenista él), la alianza entre el Gobierno de Zapatero y los patrones de la banca, acuerdo bendecido por Rajoy, privará a los ciudadanos de la lista de entidades tocadas por la crisis. Entidades que se van a repartir el 150.000 millones de euros procedentes del erario público…». Por la misma regla de tres, por ejemplo, el gobierno andaluz oculta y no se siente obligado a dar la identidad de los ex altos cargos que cobran millonarias «cesantías» ni nadie se apura ni menos dimite cuando se conoce que, en plena falta de liquidez de empresas y familias, la Junta de Andalucía tiene invertidos 6.000 millones de euros en organismos financieros.

¿Qué pueden pensar los ciudadanos? Para ello, para pensar, es necesaria la existencia de una masa crítica de ciudadanía, opinión pública y sociedad civil, que no existen. Los nacionalistas catalanes, los de la hegemonía, lo saben. Los nacionalistas del terror y de los recolectores de manzanas, lo saben y lo mantienen. Los buenistas cuentan con la mayoría logsizada y, visto su éxito, quieren aplicar ahora la logsización del sistema educativo a la Universidad europea.

Sobre el clientelismo político, la invasión totalitaria de nuestras vidas, la consagración de la versión hispánica del multiculturalismo, la normalidad política e ideológica de las «asimetrías» sociales, la subyacente y consecuente supeditación de la esfera pública al dictado neoliberal, la dimensión inmoral de la crisis y de la moral buenista… son más elementos de esa «gran mentira» que se acrecienta como cáncer de la democracia, de lo que es prueba manifiesta el «patio trasero» del buenismo y de los nacionalistas.

Rafa N. (23.12.2008)

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