De pronto, las grandes mayorías temen que retrocedan los progresos que trajo la democracia
Siguen las incertidumbres respecto a la profundidad de la actual crisis económica. Nadie se atreve a afirmar que ya ha tocado fondo. Ni en Estados Unidos, ni en Europa, ni en el mundo. Supervivientes de aquella época y expertos estudiosos están de acuerdo en que la gravedad de la situación actual sólo es comparable con la de 1929. Y que para darla por superada habrá que aguardar, por lo menos, hasta el 2010 o 2011. Pero tan lamentable trauma ha sorprendido a la mayor parte de los países occidentales en mejores condiciones que hace 80 años.
A pesar de los desequilibrios causados por una prosperidad mal repartida, gran parte de las comunidades vivía últimamente dentro de niveles de vida menos agobiantes que los de antaño, gozando sobre todo las europeas de protecciones sociales sin precedentes en la historia. Si bien no faltaban quienes denunciaban los excesos materialistas a los que conducían la economía del mercado y el capitalismo salvaje, de pronto las grandes mayorías se ven atenazadas por el temor de que se vengan abajo todos esos progresos que trajo la conquista de las libertades democráticas.
La Administración de EE. UU., partidaria del laissez faire,es principal culpable del descomunal desastre. Pero allí tienen ciertas ventajas sobre los tratamientos de la pesadilla del 29. Entonces tuvieron que esperar tres años a que, en plena depresión, accediera Roosevelt a la Casa Blanca y desplegara el new deal y su sistema de intervencionismo estatal. Hoy, en cambio, a los tres meses, ya entra Obama con un competente equipo dispuesto a renovar las funciones ejecutivas. Pero, previamente, deben resolver los enormes problemas planteados a la vez, el paro industrial y sus millones de desempleados, y la enredada política exterior, herencia de Bush.
Europa, principal socio, aliado y víctima de tanto desorden, tampoco vive la agónica situación provocada por el crac de Wall Street del 29. Contra la presente pesadilla actúan nuevos factores: la unión monetaria y una alianza atlántica de defensa y seguridad colectiva, en contraste con el auge de las corrientes autoritarias que surgieron en los años 20 en el Viejo Continente, llegando el estalinismo y el hitlerismo a arrasar las democracias.
España también sufrió con antelación dramáticos efectos. Puede afirmarse que la crisis de los 30 fue uno de factores esenciales del fracaso de la Segunda República, con la consiguiente e infernal guerra incivil. Se trata ahora de salvar la nueva democracia, restablecida y consolidada al cabo de tres decenios de monarquía parlamentaria, posteriores a la dictadura. Con iguales prioridades que los demás vecinos y con los propios. El problema de encaje de Catalunya, entre otros, que López Burniol analiza y desmenuza con lucidez y rigor jurídico en su admirable España, desde una esquina.
Jaime Arias
La Vanguardia (20.12.2008)
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