A medida que avanza la crisis adquiere gravedad la pregunta: ¿cómo hemos llegado a esta situación?
A medida que aumentan las estimaciones de los costes que supone y supondrá la crisis, adquieren gravedad las preguntas sobre cómo hemos podido llegar a esta situación. Los tecnicismos acerca de derivados, estructurados, etcétera, ya no pueden ocultar la magnitud de los excesos y/ o imprudencias que se han cometido, propiciado o tolerado en muchos ámbitos, desde la dinámica de los príncipes de las finanzas hasta la complacencia de los (teóricos) supervisores y reguladores, pasando por el clima de complicidad en buena parte de una sociedad a la que probablemente sea aplicable el viejo aforismo griego de que "los dioses ciegan a los que quieren perder".
Cuando se llega al borde de un precipicio lo prudente es dar un paso atrás, no hacia delante. Por el contrario, cuando escuchas las declaraciones-confesiones de algunos de los actores importantes en la dinámica cuyo estallido nos ha llevado a la crisis – del tenor de que "mientras sonase la música, ¿por qué íbamos a ser los primeros en dejar de bailar?"-, se hace visible la imagen que parecía reducto de los dibujos animados en que alguien llegaba al borde del abismo y trataba de prolongar su carrera suspendido en el aire cuanto más tiempo mejor. La contraposición es nítida con conceptos clásicos que parecen en trance de archivarse.
En el mundo latino, nuestros códigos hacen referencias a la "diligencia de un buen padre de familia" como pauta de evaluación y exigencia de comportamientos en la gestión patrimonial. Los anglosajones, como me comentaba hace poco el catedrático Juan Francisco Pont, tienen la referencia similar a las pautas de una "persona razonable", que según Wikipedia no alcanzan el nivel de exigencia de "la sabiduría de Ulises, el valor de Aquiles ni la profética visión de un clarividente", sino características como "tener en cuenta las lecciones de la experiencia y… guardarse ante la negligencia de otros cuando ésta ha demostrado ser común".
¿Han sido razonables las entidades financieras que a ambos lados del Atlántico han llevado la concesión agresiva de créditos mucho más allá de las pautas prudentes de instituciones que han de salvaguardar e incrementar el valor de los ahorros confiados? ¿Han sido razonables las relajaciones en las normativas y efectividad de las supervisiones por parte de las autoridades que complacidamente han aceptado los arsenales de modelos económicos y econométricos como coartada de algo tan poco razonable como dar por evaporados los riesgos? ¿Ha sido razonable el comportamiento de construcción inmobiliaria más allá de cualquier previsión justificable de demanda? Y, adicionalmente, ¿ha sido y es razonable el olvido de los parámetros de razonabilidad en muchos ámbitos de la vida sacrificados en aras de otras justificaciones más posmodernas?
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