Azaña Zapatero Catalunya

Las declaraciones de Montilla el domingo pasado a La Vanguardia parece que han levantado suspicacias en la Moncloa. No hay para menos. El presidente catalán planteaba de manera bastante clara que el PSOE y el PSC eran cosas distintas y no defendían los mismos intereses. No parece haber muchas diferencias, si es que las hay, entre el lenguaje que utiliza Montilla y el que utilizaba Pujol.

Desde hace ya un tiempo, Zapatero no entiende la desconfianza que suscita en el tripartito catalán, especialmente en el PSC. Tras devolver los famosos papeles de Salamanca, incrementar el uso del catalán en la UE, aprobar un nuevo Estatut y aumentar las inversiones del Estado en Catalunya, no entiende Zapatero que le sigan acusando de engañar a los catalanes e incumplir los compromisos. "¿Qué más quieren?", se pregunta.

Quizás a Zapatero le interesaría leer el libro Azaña y Cataluña. Historia de un desencuentro (Edhasa, Barcelona, 2008), escrito por el historiador Josep Contreras y avalado por un largo prólogo de Enric Ucelay-Da Cal, garantía siempre de inteligencia y rigor. Se trata de un sencillo relato, bien explicado, de la vida política del presidente republicano dentro del marco general de su época que incide, especialmente, en las relaciones de Azaña con los políticos catalanes durante la República y la Guerra Civil.

Hay grandes diferencias entre aquella época y la actual, como es obvio, pero también hay similitudes. Por ejemplo, el tripartito catalán se parece bastante a la Esquerra Republicana que gobernó Catalunya en aquellos tiempos. También, y a ello vamos, son muy similares las relaciones que Azaña tuvo con aquella Esquerra Republicana y las de Zapatero con el actual tripartito. Desencuentro, o del amor al odio no hay más que un paso, no sé cuál puede ser el título, pero el paralelismo es evidente. Veamos.

Durante unos años, Azaña fue considerado "el amigo de Catalunya", así se le designaba, con esa apropiación de la totalidad del país que suelen hacer los nacionalistas.

En realidad, era amigo de los políticos que mandaban en ERC porque los consideraba republicanos de izquierdas como él. El caso es que Azaña inició su buena relación con estos políticos en 1924, cuando firmó el Manifiesto de los escritores castellanos en defensa de la lengua catalana.Su fama se consolidó en 1930, al pronunciar en Barcelona un improvisado discurso de sobremesa en el que se mostró partidario del derecho de Catalunya a la autodeterminación si esta era la voluntad de los catalanes. Con estos antecedentes, al instaurarse la República, Azaña era el político español en el que más confiaban los nacionalistas catalanes y la apoteosis llegó con su famoso discurso parlamentario que condujo a la aprobación del Estatut de 1932: "La República y las libertades catalanas están indisolublemente unidas", sentenció Azaña.

Pero, ¡ay!, el amor empezó a flaquear en agosto de 1934. Pasando Azaña el verano en Sant Hilari Sacalm, en la falda del Montseny, Companys le dejó pasmado al confesarle en una visita que tanto el campesino como el obrero, antes que anarquistas o marxistas, debían ser nacionalistas. "Hablaba como un iluminado", anotó Azaña en su diario. Un par de meses después, hallándose casualmente en Barcelona, presenció el denigrante espectáculo del intento golpista del 6 de octubre: ya nunca más volvió a confiar en los políticos de Catalunya. Decepcionado, por razones de necesidad política tuvo que seguir como aliado de Esquerra, pero la enamorada pareja de antaño no era ya otra cosa que un matrimonio en crisis: "Estos catalanes son como chiquillos y me dan mucho que hacer para atraerlos al buen sentido".

Durante la mayor parte de la Guerra Civil, Azaña residió en Barcelona: allí pasó de amigo a enemigo de Catalunya. Ninguneado por la Generalitat, Azaña se quedó atónito al ver de cerca cómo actuaba la clase política catalana: los crímenes impunes del verano de 1936, la ineficacia del Govern y las luchas partidistas internas, la constante vulneración del Estatut por arrogarse la Generalitat competencias que no tenía, las miserables rivalidades personales y, finalmente, los fratricidas sucesos de mayo de 1937. Fue entonces cuando escribe su conocida obra testamentaria La velada de Benicarló,lectura muy conveniente en estos tiempos de memoria histórica. Conmovido por el desastre, Azaña arremete entonces duramente contra los políticos de Catalunya por su demagogia victimista, sus frívolos personalismos y su deslealtad para con el resto de la España republicana: "Lo mejor de los políticos catalanes es no tratarlos".

Azaña creía en la autonomía de Catalunya, por eso defendió en su momento el Estatut. Pero al contemplar cómo actuaban los políticos MESEGUER catalanes de aquella época, comprobó que utilizaban el Estatut como un simple instrumento para otras finalidades y que el Estado de derecho y la República les importaban bien poco. De amigo de Catalunya pasó a ser un claro enemigo, un españolista, un castellano que no entiende a los catalanes. Que fuera republicano era un mero accidente, lo importante era lo otro.

Azaña averiguó las razones de sus amores y desamores con sus colegas catalanes muy tarde, cuando todo era irremediable. Zapatero también ha tardado mucho, demasiado, pero si se está dando cuenta del fregado en el que se ha metido, quizás todavía esté a tiempo de rectificar. En todo caso, seguro que le interesará este libro.

 

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB
La Vanguardia (30.10.2008)

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