Han condenado a O. J. Simpson por robar en un casino de Las Vegas y le puede caer la cadena perpetua. Simpson, ya saben, es ese ex deportista de quien todos sospechan que asesinó a su mujer y a un amigo en 1994. Por aquellos crímenes salió de rositas, pero ahora le han machacado por una nadería. O eso parece lo que hizo en Las Vegas: fue al casino hecho un chulo, armado y vociferante, y se llevó unas antiguas fotos suyas y otros objetos de su pasado deportivo. Un episodio desagradable propio del energúmeno que sin duda es, pero que dista de merecer una perpetua.
Me pregunto si esta condena intenta enmendar la absolución de los asesinatos; o si es una prueba más de que este puñetero mundo protege mucho mejor la propiedad privada que la vida. No es que la propiedad privada me parezca mal: sin ella suelen decaer las libertades, como demostraron los soviéticos. Pero es desalentador que en nuestra sociedad gire todo tanto en torno al dinero. El sistema legal moderno nació para defender el patrimonio de los ricos: en la Inglaterra victoriana bastaba con robar un pollo para que te condenaran a seis años de trabajos forzados en Australia. El desarrollo democrático mejoró las cosas, pero ya se sabe que sigue siendo mucho más fácil comerte un marrón carcelario cuando robas un bolso que cuando robas a miles de inversores; del mismo modo que las deudas de quien no posee nada se tienen que pagar a rajatabla y cuestan carísimas (puedes perder tu casa por unos modestos plazos de hipoteca), pero las deudas ultramillonarias de los poderosos no sólo no se pagan, sino que facilitan nuevos créditos. En cuanto a la famosa crisis, no sé por qué sospecho que los grandes propietarios se las apañarán para no perder la propiedad, mientras el paisanaje se deja hasta la camisa. Y es que las cosas van cambiando, pero no tanto.
El País (7.10.2008)
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