La crisis iniciada en el 2007 está dando un paso definitivo a los países emergentes
A menudo las crisis económicas desbordan sus características estrictamente cíclicas para superponerse o encubrir cambios de más profundo alcance. Aunque estamos agobiados – con motivos- en España y otras economías industrializadas por la vorágine de indicadores negativos, probablemente el cambio histórico más significativo que la crisis iniciada en el 2007 está alumbrando es el paso definitivo a primera línea de un grupo de países hasta ahora denominados emergentes y que aprovechan las dificultades del mundo occidental – en buena medida autoinfligidas por las insensateces financieras e inmobiliarias- para pasar a ser plenamente emergidos. Los múltiples éxitos chinos en los Juegos en Pekín y las evidentes dificultades para disciplinar a Rusia serían algunas de las muestras no estrictamente económicas de una nueva distribución mundial del poder.
Ya es muy conocido cómo las economías emergidas han generado en los últimos años capacidad de ahorro que las han convertido en potencias financieras y no sólo destinos de (des) localización de actividades productivas de baja cualificación. Por el contrario, la capacidad de sofisticación tecnológica e innovación de algunas de las nuevas potencias se añade a la financiera para dar lugar a operaciones en que entidades públicas o privadas de esos países visibilizan su ascenso a posiciones de privilegio en sectores o empresas que hasta hace poco parecían emblemáticas reservas de las potencias tradicionales.
Como otras veces en la historia, las viejas generaciones tienen que transferir algunas joyas de la corona a quienes han ascendido con más esfuerzo, audacia y, en contra de algunos precedentes como las crisis de los ochenta y noventa, manteniéndose ahora más a resguardo de las imprudencias financieras.
Es cierto, como suele apuntarse, que algunas de las potencias emergidas tienen importantes fragilidades, que incluyen eventuales graves problemas políticos y sociales, incluida la sostenibilidad de algunas estructuras autoritarias. Pero también es correcto afirmar que probablemente la economía global no puede permitirse el lujo de que la crisis se extienda simultáneamente al motor que mantiene – tal vez a un cierto ralentí en comparación con épocas precedentes, pero la alternativa es un frenazo aún más brusco- un cierto dinamismo en el conjunto de la economía mundial. Por el contrario, hay que conectar mejor con esos nuevos motores, acentuando la apuesta de nuestro tejido productivo, exportador e inversor hacia esos países. Y, desde otra perspectiva, también ha llegado el momento de tratar de articular un marco político e institucional global que responda a estas nuevas realidades y cuya ausencia o inadecuación no profundice las dificultades, a diferencia de lo que sucedió en la Gran Depresión de los años treinta. El realismo y sensatez de la nueva presidencia de Estados Unidos tendrá un papel importante al respecto.
Juan Tugores Ques, Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona.
La Vanguardia (3.09.2008)
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